Cuando, hace casi un mes, se presentaba en la Fundación MAPFRE la muestra “De Chagall a Malévich: el arte en revolución”, que rastrea el camino ruso hacia la abstracción y la influencia en artistas de ese país de las vanguardias europeas, su comisario, Jean-Louis Prat, se refería a la destacada presencia femenina (no solo en cuanto a número, también en cuanto a actividad y relevancia) entre aquellos creadores que, entre 1905 y 1930, sentaron las bases de rupturas artísticas fundamentales en el desarrollo posterior de la pintura en el siglo XX.
A ellas precisamente se dedica la muestra que el pasado 1 de marzo abrió al público el Museo Thyssen-Bornemisza en su Sala 43: “PIONERAS. Mujeres artistas de la vanguardia rusa”. Cuenta con una docena de trabajos procedentes de las propias colecciones de este centro y realizados por Natalia Goncharova, Alexandra Exter, Olga Rózanova, Nadeshda Udaltsova, Liubov Popova, Varvara Stepanova y Sonia Delaunay (a esta última le dedicó el Thyssen una completa individual en 2017, recordando su estancia en Madrid).
Las obras seleccionadas se completan con textos, biografías y fotografías que dan cuenta de que estas artistas crecieron y se formaron en un sistema político y una sociedad apegados a valores propios de la época preindustrial, pero que supieron, paulatinamente y sin excepción, abrir sus intereses y convertirse en impulsoras de lenguajes artísticos novedosos que sorprendieron y escandalizaron dentro y fuera de las fronteras rusas a principios del siglo pasado.
Aunque muchas de ellas se conocieron personalmente entre sí, nunca formaron un colectivo: individualmente se aproximaron a los diferentes ismos surgidos en el periodo que en Rusia coincidió con los últimos coletazos del zarismo y ya habían alcanzado su madurez creativa cuando en 1917 estalló la Revolución de octubre.
Goncharova aunó su interés por los movimientos de vanguardia europeos y por el neoprimitivismo cultivado por Gauguin o Matisse con su amor por el folclore y las tradiciones populares rusas antes de dar inicio, junto a Larionov, al movimiento rayonista. Se basaba, como sabéis, en las teorías científicas de la luz y hacía del lienzo un espacio para la reflexión sobre la refracción de los rayos.
Alexandra Exter fue otra figura esencial en las conexiones entre las corrientes europeas del momento y la vanguardia rusa. Desde 1907 pasó largas temporadas en París, donde conoció a Picasso y Braque hasta el punto de adoptar el cubismo como su lenguaje y convertirse en una de sus mayores difusoras fuera de Francia. Más tarde, tras entrar en contacto con el futurismo italiano y el matrimonio Delaunay, se dejó llevar por el color y el dinamismo.
El estallido de la I Guerra Mundial la conduciría de nuevo a Rusia, donde, bajo la influencia de Malévich, llevó a cabo sus primeras piezas no figurativas. También diseñó, como muchas de estas autoras, escenografías y moda.
Olga Rózanova murió tempranamente en 1918, cuando solo tenía 32 años, pero en su corta carrera se convirtió en una decisiva impulsora de la abstracción. Sus comienzos fueron futuristas: colaboró con publicaciones del movimiento, escribió poemas transracionales y pintó obras cubofuturistas que sedujeron a Marinetti, quien la incluyó en la Primera Exposición Futurista Internacional de Roma de 1914.
Nadeshda Udaltsova y Liubov Popova viajaron juntas a París en 1912 y allí entraron en contacto con el cubismo. La primera pintaría después las que se consideran las mejores obras de esta corriente en Rusia y la segunda comjugó esa influencia con la del arte renacentista y futurista italianos. Ambas formaron parte, más tarde, del Instituto Estatal de Cultura Artística (Injuk), pero cuando este defendió el abandono de la pintura, Udaltsova abandonó el organismo mientras Popova lo que dejó fue el caballete (para dedicarse al diseño textil, escenográfico y gráfico).
Varvara Stepanova fue la más joven de estas pioneras. Admiradora de los futuristas y autora, también, de poemas transracionales, escribió libros donde combinaba textos y formas abstractas. Entusiasmada con la Revolución, pobló sus trabajos de figuras robóticas y eficientes que respondían al ideal socialista. Como Popova, dejó el caballete en 1921 para centrarse en las artes aplicadas, el diseño textil y el escenográfico. Terminaría impulsando el constructivismo.
Por último, Sonia Delaunay, nacida en Odesa pero francesa de adopción, defendió a ultranza la abstracción y el color y la necesidad de su presencia en todos los objetos de la vida cotidiana. Junto a Robert Delaunay, investigó los contrastes cromáticos y las posibilidades de disolución de la forma a través de la luz en una aventura simultaneísta que a ambos los condujo a la abstracción.
Forma parte, además, de este montaje del Thyssen un vídeo sobre la restauración de las obras Pesca (Pescadores) (1909), de Natalia Goncharova y Jugadores de billar (1920), de Stepanova, en el que podemos saber más de la problemática asociada a la restauración de la pintura rusa de comienzos del siglo XX.
“PIONERAS. Mujeres de la vanguardia rusa”
MUSEO NACIONAL THYSSEN-BORNEMISZA
Paseo del Prado, 8
Madrid
Del 1 de marzo al 16 de junio de 2019
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