Constructivismo

La Revolución Socialista de 1917 puso de manifiesto la posibilidad de crear un arte al servicio de la revolución triunfante. Es necesario educar a las masas, aumentar la producción y destruir las premisas culturales del Antiguo Régimen. El debate cultural quedó abierto, manifestándose una pluralidad de tendencias.

En 1920 se publicó en Moscú el Manifiesto realista de Anton Pevsner y Naum Gabo, donde se prescinde de todo análisis social y político y se indagan posiciones estéticas similares a las del Neoplasticismo. Unos meses más tarde se publicó también en Moscú el Manifiesto del Grupo Productivista, firmado por Tatlin, en el que los artistas rechazaban el arte y lanzaban vivas apasionados a la técnica. Se decía que el arte colectivo del presente es la vida constructiva.

El Constructivismo nace, por tanto, de un doble deseo: cambiar el arte y crear una vida nueva y revalorizar al artista industrial, al servicio de un arte de masas, frente al artista-artesano.

Aunque estos planteamientos estaban muy extendidos, no eran los únicos concebidos en la Revolución: Lenin sostuvo siempre la necesidad de asumir la herencia del pasado y concibió la utilidad del arte más como propaganda que como medio para transformar la vida. Por eso, el Constructivismo ruso producirá en los años siguientes a la revolución más proyectos que obras.

Sus figuras más representativas son Tatlin, Malevich y El Lissitzky.