Nacida en Beirut en 1925, Etel Adnan ha dejado su impronta en la poesía, el ensayo, la novela, la pintura, el dibujo y el cine; reside actualmente entre California y París y los alrededores de su domicilio durante décadas en Sausalito han sido la fuente de inspiración de muchos de sus trabajos, aunque en estos mismos podemos encontrar ecos también del monte Sanninne del Líbano, porque a esta autora le interesa transmitir la sensación de familiaridad que encontramos en aquellos lugares que reconocemos como propios.
Cuesta pensarlo, pero hasta ahora ninguna institución neoyorquina le había dedicado una muestra individual: se estrena, hasta el próximo enero, el Solomon R. Guggenheim Museum, que en las dos primeras rampas de su rotonda presenta “Etel Adnan: Light’s New Measure”, una exhibición que quiere destacar precisamente las múltiples formas en las que ha expresado su creatividad e inquietudes; al fin y al cabo suya es una de las novelas más interesantes a la hora de comprender el mundo árabe actual: Sitt Marie Rose (1977).
La influencia de culturas diversas estuvo presente en su vida desde la infancia. Hija de madre griega y padre sirio, creció hablando francés, árabe y griego y, a su residencia habitual en Estados Unidos y Francia, se le suman estancias frecuentes en su país. Comenzó a pintar a finales de la década de los cincuenta, mientras trabajaba como profesora de filosofía en el norte de California, coincidiendo con unos años en los que, en protesta por el dominio colonial francés en Argelia, decidió dejar de hablar ese idioma y empezar, según sus palabras, a “pintar en árabe”.
Si sus escritos han destacado siempre por la crítica contundente a la guerra y la injusticia social, sus lienzos ofrecen cierta dulzura; se trata de destilaciones personales de su fe en el espíritu humano y de la belleza del mundo natural. Esa disparidad de enfoques la ha explicado Adnan con extrema sencillez: Me parece que escribo lo que veo, pinto lo que soy.
Sus telas nacen de procedimientos intuitivos: sentada en su escritorio frente a los pequeños lienzos que utiliza, aplica pigmentos directamente del tubo, usando una espátula para hacer composiciones marcadas por la inmediatez. Las geometrías simples son constantes en su producción, en la que encontramos desde cuadrados rojos de ecos abstractos a círculos brillantes que evocan el sol o bandas horizontales que sugieren el cielo sobre el océano. Uno de sus temas habituales, como apuntábamos, es el Monte Tamalpais, que divisaba desde Sausalito: lo recreó de múltiples formas, atendiendo a las variaciones de la luz y el clima y transitando entre la figuración y la abstracción.
Pese a la escala modesta de sus trabajos y la economía de medios que le es propia, podemos considerar sus pinturas y dibujos como potentes materializaciones de sus sensaciones al contemplar el paisaje, esas visiones efímeras por lo cambiantes que influían en su estado de ánimo hasta dar forma a su vida interior. Simone Fattal, su pareja, ha indicado alguna vez que halla en estas imágenes el valor de los viejos iconos para los creyentes: Exudan energía y dan energía. Te escudan como talismanes. Te ayudan a vivir.
La exhibición neoyorquina comprende pinturas, tapices y dibujos, así como el filme en super 8 Motion, que se grabó en los ochenta y se retomó en 2012, y una selección de sus leporellos: esos libros plegados en forma de acordeón que podemos situar a medio camino entre sus proyectos literarios y los pictóricos. Esta antología coincide en el Guggenheim con una muestra de Kandinsky, artista al que la libanesa ha estudiado profundamente toda su vida al encontrar en su obra un espíritu parecido al suyo: describe su obra abstracta como la reexperimentación del folclore en un plano cósmico y una búsqueda de la unidad a todos los niveles; el celular, el histórico o el astronómico.
“Etel Adnan: Light’s New Measure”
1071 Fifth Avenue
Nueva York
Del 8 de octubre de 2021 al 10 de enero de 2022
