El rebobinador

Del paisaje académico al paisaje impresionista: una senda

Aunque hoy pueda a tantos parecer mentira, el impresionismo nació como vanguardia y escandalizó antes de seducir a grandes públicos y programarse en los museos cuando es necesario incrementar recaudación y visitantes. Desde su vocación rupturista, como el resto de ismos, no nació de la nada: algunos artistas, desde principios del siglo XIX, utilizaban técnicas y prácticas que después desarrollaron los impresionistas; se los considera sus predecesores y de ellos vamos a hablar hoy: de Delacroix, Constable, Corot, los pintores holandeses decimonónicos, la Escuela de Barbizon y Courbet.

CONSTABLE CONTRA LA FALSEDAD DEL PAISAJE

El tratamiento del paisaje en la obra de Constable es muy distinto al de los impresionistas, pero también al del paisaje académico francés. Su producción supuso un punto y aparte a la hora de romper con la idealización de la naturaleza, a la que él concedió un carácter más realista. Admiró a Poussin, el gran paisajista francés del siglo XVII, y a Claudio de Lorena, pero puso de manifiesto la falsedad de los paisajes de sus maestros. si comparamos el Funeral de Phocion del galo, una obra de 1648, con el Carro de heno del inglés (1821), percibiremos que Poussin utiliza la naturaleza para representar la escena, pero no trata de mostrar al espectador un paisaje real de forma objetiva, como lo harían los impresionistas, sino que quiere hacerlo de manera ordenada, como marco subjetivo del tema que quiere representar. Abundan en sus naturalezas las arquitecturas clásicas, los colores irreales y las composiciones forzadas a base de líneas horizontales y verticales equilibradas, concebidas para dirigir la mirada del observador al fondo de la pintura y producir sensación de lejanía, procedimiento del todo contrario a los de los impresionistas.

Constable, por su parte, pinta una obra más objetiva que representa una escena cotidiana sin alusiones clásicas, un paisaje completamente natural en el que un campesino cruza un riachuelo con un carro de heno. El cielo es su fuente de luz y los colores son más realistas que los de Poussin: en conjunto, la escena nos resulta más cercana.

Hay que señalar que Constable fue uno de los primeros artistas en emplear la yuxtaposición de tonalidades: dispone unos colores junto a otros, sin mezclarlos previamente en la paleta, para que sea la retina del espectador quien haga ese trabajo. El resultado es más luminoso y transparente y se favorecen los contrastes.

Poussin. Funeral de Phocion, 1648. National Museum, Cardiff
Poussin. Funeral de Phocion, 1648. National Museum, Cardiff
Constable. El carro de heno, 1821
Constable. El carro de heno, 1821. National Gallery, Londres

DELACROIX CONTRA LA FALSEDAD DEL COLOR

Las ideas de Constable sobre el cromatismo influyeron mucho en Delacroix, que las desarrolló logrando un colorido más real que el utilizado hasta el momento. Era el francés un revolucionario inconformista, que se oponía a las normas académicas y a la repetición de temas clásicos y obvió la rigidez del dibujo clásico.

Cuando se marchó de Francia y se instaló en el norte de África, comenzó a interesarse por los efectos de la luz sobre el color y por los ornamentos brillantes de las indumentarias de los argelinos: allí terminó de convertirse en un ferviente colorista que daba más importancia a este elemento pictórico que a la línea (y en paralelo, al sentimiento que a la razón).

Alejado, por esa razón, de Ingres y David, relajó la precisión de los contornos para centrarse en los contrastes de luces y sombras y el equilibrio compositivo: sus escenas, además de vitalmente coloridas, son dinámicas, más que históricas y moralistas. Utilizaba tonos puros, sin mezcla, y reflejos cromáticos, como Constable. Al no unir en su paleta previamente los colores incentivaba que se generase una suerte de simpatía entre ellos de forma natural, adelantándose a los impresionistas.

Podemos decir que en su obra, retomándose el camino del británico, se refuerza la nueva oposición a la pintura de paisaje tradicional, ganando éxito un modelo de naturaleza uniforme y abocetada muy distinta a la trabajada hasta entonces, minuciosa e irreal.

Eugène Delacroix. El naufragio del Don Juan, 1840. Museo del Louvre
Eugène Delacroix. El naufragio del Don Juan, 1840. Museo del Louvre

COROT Y LA EXACTITUD

Este autor, muy clásico, trabajó mucho el dibujo y los focos lumínicos, y, por la época en que vivió, entre 1796 y 1875, convivió con los impresionistas, de hecho tuvo un papel relevante en los inicios de esta corriente. Defendió la pintura al aire libre y se interesó por las relaciones entre los colores e insistió en lograr representaciones exactas de la realidad; su influencia se hizo especialmente visible en los trabajos de las hermanas Berthe y Emma Morisot, de las que fue maestro. Así le consideró, asimismo, Pissarro.

Sus primeras obras, en los años treinta (Bosque de Fontainebleau, Vista cerca de Volterra) aún distan bastante de las de los impresionistas, pero sus cielos anuncian los de estos y los de la pintura posterior de Corot. A partir de la década de 1860, sus trabajos se hicieron más realistas y luminosos, y fue esta producción de su última etapa la que más atrajo a los seguidores de Monet.

Corot. Bosque de Fontainebleau, 1846. Museum of Fine Arts, Boston
Corot. Bosque de Fontainebleau, 1846. Museum of Fine Arts, Boston

LOS HOLANDESES Y LA INSTANTANEIDAD

Holanda se incorporó al imperio de Napoleón en 1806, lo que suscitó el interés por su pintura en Francia. Los pintores flamencos del siglo XIX mostraban ya interés por la luz y las atmósferas, lo que favoreció en nuestro país vecino la consolidación de una pintura opuesta a la académica, llamada estilo campestre, que buscaba representar el efecto instantáneo de la luz en un paisaje en un momento concreto; ideas que, como sabemos, recogerán los impresionistas, admiradores del nuevo género pictórico.

BARBIZON, EL AIRE LIBRE

En 1849, cuando se inauguró la línea férrea entre París y Fontainebleau, muchos pintores comenzaron a poder desplazarse cómodamente entre la ciudad y ese bosque (las comunicaciones también jugaron un rol, hay que recordarlo, en el inicio del impresionismo). Fontainebleau era un lugar de inspiración, atractivo y salvaje, que ya sedujo a pintores renacentistas. También algunos artistas románticos, durante la revolución de 1848, se congregaron en la aldea de Barbizon para buscar inspiración y atender a los dictados de Constable de observar y copiar el paisaje “del natural”.

La Escuela de Barbizon la formaron Theodore Rousseau, Daubigny y Millet, y su pintura se desarrolló en una fase en la que la vida rural estaba muy de moda tanto en la literatura como en el arte, ante el cansancio producido por las ciudades y el reinado de lo técnico tras la Revolución Industrial. Los artistas de Barbizon llevaron a cabo una pintura realista opuesta a la académica, interesándose por la luz y sus efectos sobre formas, objetos… lo que les relaciona con los impresionistas.

A mediados del siglo XIX, Daubigny pintaba al aire libre paisajes muy distintos a los escénicos de Poussin, mucho más realistas. Se fijaba también en los reflejos de los objetos e influyó en los impresionistas por su trabajo con la luz y sus efectos, aunque su obra es aún más estática y menos libre que la de aquellos; no es completamente realista.

Sus cielos, en los que influyó notablemente Constable, tienen gran importancia y trascendieron incluso a los impresionistas dada su repercusión en trabajos de autores posteriores.

Hay que señalar que tanto Daubigny como Rousseau, a mediados del siglo XIX, ya pintaban series sobre un único motivo bajo condiciones atmosféricas distintas, un aspecto, por tanto, que nace con la Escuela de Barbizon. Rousseau, además, se interesó también por la luz y la visión general de las obras, por la pincelada suelta y el color, más que por la estructura compositiva, como era propio de la pintura anterior. Esos rasgos lo relacionan, de nuevo, con los impresionistas, aunque se diferencia de ellos en que no abandonó una visión romántica del paisaje.

El pintor de Barbizon que de forma más notoria influyó en los impresionistas fue Millet, miembro de una familia campesina normanda que pintó paisajes con figuras humanas haciendo tareas agrícolas: escenas cotidianas de moradores de Barbizon plasmadas de forma muy realista. Sus temas tuvieron una repercusión notable en los de los pintores de la luz: ellos no pintaron, normalmente, a agricultores, pero sí se fijaron en la vida ordinaria de las clases proletarias urbanas. También atenderían a la pincelada suelta del autor de El Ángelus.

Charles-François Daubigny. Salida de la luna en las riberas del río Oise, 1874. Colección Carmen Thyssen-Bornemisza en depósito en el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza
Charles-François Daubigny. Salida de la luna en las riberas del río Oise (fragmento), 1874. Colección Carmen Thyssen-Bornemisza en depósito en el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza
Jean-François Millet. El Ángelus, 1857-1859. Musée d´ Orsay
Jean-François Millet. El Ángelus, 1857-1859. Musée d´ Orsay

COURBET Y LAS COSAS TANGIBLES

Courbet también acudió a Barbizón, pero no perteneció a su Escuela. Hijo de un rico terrateniente, mostró gran interés por las clases desfavorecidas; se le considera un pintor realista centrado en la vida cotidiana de los trabajadores. Su Autorretrato con brazo en alto (1840) nos lo muestra como un extraordinario dibujante; no hay que olvidar que la mayoría de estos pintores fueron educados en el clasicismo.

Defendía Courbet que la pintura era un arte concreto y debía mostrar lo tangible y real; intereses que conjugó con una gran perfección técnica: dominó tanto el dibujo como la espátula, con la que aplicaba el color alternando toques regulares e intermitentes. Cuidó los contrastes entre tonalidades vivas y también aplicó a sus trabajos una rica gama de ocres y colores terrosos.

Al Salon de 1850 presentó Los picapedreros y Entierro en Ornans, en el que pintó personajes reales: esta obra fue muy criticada al entender que se servía de los principios de la fotografía, medio que Courbet utilizó a la hora de trabajar, como la mayoría de los pintores de entonces al realizar trabajos dedicados a la naturaleza o a episodios reales concretos (fijaos en el realismo del perro). Sin embargo, las críticas feroces atrajeron la atención sobre su figura de los jóvenes impresionistas, que defendían que el uso de la fotografía no tenía por qué sustituir a la pintura realista ni equipararse a ella. Elogiaron las obras de Courbet como representaciones sencillas de la vida cotidiana y se fijaron en su tratamiento del color: los colores vivos resaltan las figuras principales; para el resto los utilizaba oscuros o neutros.

En Los picapedreros, por su parte, el francés se mostró como gran exponente de la pintura social, representando una situación laboral real y defendiendo la dignidad del ser humano, denunciando su explotación. Vemos a dos figuras anónimas, cuyo rostro no se desvela, trabajando la piedra inmersos en tonos sombríos; solo sus camisas son focos de luz. Esta obra fue destruida en la II Guerra Mundial.

Gustave Courbet. Entierro en Ornans, 1849. Musée d´ Orsay
Gustave Courbet. Entierro en Ornans, 1849. Musée d´ Orsay

También mostró interés Courbet por la vida campestre: en Muchachas a orillas del Sena (1856) pintó una merienda al aire libre. Su tratamiento clásico (el foco de luz reside en el vestido de una de las muchachas) lo distancia de los impresionistas, no así los temas elegidos.

Y en Buenos días, señor Courbet (1854), pintó un paisaje con figuras, los más amados por los impresionistas: esta fue su obra predilecta de este autor. El artista se autorretrató paseando por el campo, donde se encuentra con dos personas que lo saludan. De nuevo, vuelca en el perro el mayor realismo, la mayor exactitud; la línea del horizonte es baja y las figuras, plasmadas con todo detalle. quedan en primer plano. Nos recuerda, sí, a una fotografía.

Courbet. Muchachas a orillas del Sena, 1856. Petit Palais, París
Courbet. Muchachas a orillas del Sena, 1856. Petit Palais, París
Courbet. Buenos días, señor Courbet, 1854. Musée Fabre, Montpellier
Courbet. Buenos días, señor Courbet, 1854. Musée Fabre, Montpellier

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