En los últimos años y en lo que tiene que ver con sus muestras centradas en la pintura, la Fundación MAPFRE ha desplegado un amplio programa dedicado a los inicios de las vanguardias artísticas en Italia y Francia y este año lo comienza adentrándose en los autores de ese mismo periodo (las primeras décadas del siglo XX) en el tercer gran centro de interés creativo en la Europa de entonces: Rusia.
El próximo 9 de febrero, la Fundación abrirá al público en sus salas de Recoletos “De Chagall a Malévich: el arte en revolución”, un repaso a las múltiples caras de la pintura creada por artistas rusos entre 1905, año convulso que precedió en sus agitaciones a la Revolución del 17, y 1930, fecha en que aquella demanda de cambio y ruptura quedó convertida en desesperanza y en que ya no cupieron dudas de la convivencia imposible del totalitarismo y la libertad creativa.
El panorama estético entre los artistas rusos del momento, emigrados en muchos casos a Francia o Alemania buscando seguir su propio camino, fue tan convulso y cambiante como esta etapa histórica: en el breve periodo cronológico estudiado encontraremos obras nacidas claramente bajo la influencia de las vanguardias europeas (cubismo, futurismo, expresionismo) y otras que iniciaron el camino a la abstracción, las realizadas por artistas comprometidos con la ruptura de cualquier convención y, al menos también en un inicio, con la Rusia revolucionaria.
La muestra, comisariada por Jean-Louis Prat (quien se encargó de la retrospectiva que el Thyssen dedicó a Chagall en 2012 y de la reciente antología de Miró en París) ya pudo verse, en 2015, en el Forum Grimaldi de Mónaco y tiene en el autor de El paseo y en Malévich sus figuras de referencia, pero cuenta en su recorrido con un elenco muy amplio de nombres (con una destacada presencia femenina) y, aunque se centre en pintura, da cabida también a otras piezas que prueban las múltiples direcciones en que caminó entonces una vanguardia que quería extenderse a la vida: esculturas, libros de artista, escenografías o incursiones en el diseño gráfico.
“De Chagall a Malévich: el arte en revolución” se estructura en ocho secciones dedicadas a los ismos a los que una treintena de autores de origen ruso se acercaron individual o colectívamente, comenzando por un neoprimitivismo que logró conjugar el interés de Goncharova, Malévich, Konchalovski o Mashkov por las formas del arte popular y tradicional ruso con las técnicas postimpresionistas, que concedían primacía a la representación de las impresiones de la naturaleza frente a su mera imitación. Aquella corriente alcanzó visibilidad gracias a la sociedad La Sota de Diamantes, en cuyas exposiciones confluirían Chagall y Malévich. Ya en esta etapa temprana, es posible apreciar cómo el primero aplicaba a asuntos locales rusos rasgos del lenguaje visual cubista y fauvista, junto a su humor vitalista y su habitual amor por la literatura. mientras el segundo continuaba representando, con poderosos volúmenes, escenas arquetípicas del campesinado ruso.
Las señales inequívocas de que un nuevo lenguaje visual se consolidaba llegaron en torno a 1912: la fragmentación cubista y la exaltación futurista de lo urbano y lo dinámico se extendieron hasta alcanzar, entre los artistas que aún trabajaban en el Imperio ruso, su fusión en el llamado cubofuturismo. De esta corriente serían pioneras Popova y Udaltsova, ambas formadas en París junto a Metzinger, el autor, en compañía de Gleizes, del imprescindible tratado Du cubisme, muy difundido entonces en el continente.
Con ese movimiento coexistió el rayonismo, definido por su teórico Lariónov como la fusión de cubismo, futurismo y orfismo y como única alternativa lógica y contemporánea al anterior dominio de las formas concretas. Sus haces de luz que brotan de objetos diversos comienzan a anticipar el advenimiento de lo abstracto, que nació fundamentalmente, sin embargo, a partir de dos caminos: la liberación expresionista de la forma y el color, tendencia que se adentraría en Rusia a través de Kandinsky, y la depuración geométrica propugnada por el cubismo, la senda elegida por Liubov Popova en sus Arquitecturas pictóricas. Progresivamente esta artista, como Udaltsova, se desprendería de atisbos figurativos de la mano de Malévich y su vía suprematista: la opción de la pintura pura y la ausencia, completa, de mímesis.
De la muestra de MAPFRE forman parte, precisamente, las pinturas de Malévich sin las que no podríamos entender este movimiento, como su Cuadrado o su Cruz negros, ambos fechados hacia 1923, una década después de que el artista ucraniano emprendiera su apuesta por “la supremacía del sentimiento puro en el arte creativo”. En El mundo no objetivo (1927) continuaría defendiendo su tesis de que los fenómenos visuales del mundo objetivo carecen, en sí mismos, de sentido porque lo significativo es el sentimiento como tal, algo totalmente distinto del entorno.
Esa pintura máxima, los nuevos iconos que sustituyeron a los milenarios rusos, clausuraron la máxima de Alberti de que la pintura debía ser una ventana abierta al mundo para convertirla en un espacio en el que no hay escena recreada, sino la visión negada a través del mínimo color, la mínima perspectiva y la mínima forma.
Aunque el eje de la muestra lo constituya la dualidad radical entre dos conocidos y coetáneos como Chagall y el mismo Malévich, no podía faltar en este repaso a la multiforme vanguardia rusa el pulso de los constructivistas a la pintura de caballete y al genio individual. Tatlin y Baránov-Rossiné se esforzaron en generar objetos reales que mutaran los valores tradicionales de la escultura y dialogaran con su entorno y Ródchenko y Stepanova proclamaron la (entonces revolucionaria y ahora manida) muerte de la pintura en creaciones experimentales y no objetivas, de fuente arquitectónica, dominadas por planos, círculos y color.
Uno de los capítulos de la exposición más interesantes, por lo escasamente difundido de sus obras, es el centrado en la escuela de Matiushin, músico, teórico, profesor y artista ligado a la llamada escuela organicista. En su producción dinámica y colorista influyeron el cubismo y el futurismo; con el primer movimiento tuvo en común su deseo de trascender las tres dimensiones para lograr una cuarta y expresar la complejidad de los espacios. En sus obras encontramos una muy particular noción de lo paisajístico basada en la investigación de los fenómenos perceptivos.
Y la sección que cierra “De Chagall a Malévich: el arte en revolución” está dedicada a los autores que, en la década de los veinte, cuando las autoridades soviéticas impulsaban el realismo socialista y condenaban ya sin mesura la experimentación, buscaron encontrar márgenes en los que desplegar cierta libertad. Fue el caso de Pável Filónov y del propio Malévich: el primero no albergaba dudas de que el arte debía responder a su momento histórico y se comprometió con los considerados intereses del proletariado, pero también defendió su individualidad y el carácter subjetivo de todo proceso creativo; el segundo avanzó hacia el supranaturalismo que él mismo bautizó: obras en las que representó obreros y campesinos, pero en las que, más que celebrar su trabajo constante, parece subrayar la encrucijada de estos colectivos ante la homologación totalitaria, su alienación. Hoy tótem, entonces fue primero censurado y luego relegado al olvido.
“De Chagall a Malévich: el arte en revolución”
FUNDACIÓN MAPFRE – SALA RECOLETOS
Paseo de Recoletos, 23
Madrid
Del 9 de febrero al 5 de mayo de 2019
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2 respuestas a “De Chagall a Malévich: cuando todo parecía posible”
Pilsr Martínez Cordero
No vendrá a Barcelona Chagall?
masdearte
Hola, Pilar. No está previsto, un saludo.