Nasreen Mohamedi y la intensa espera

El Museo Reina Sofía acoge una retrospectiva de la artista india

Madrid,
Nasreen Mohamedi. Sin título, hacia 1975
Nasreen Mohamedi. Sin título, hacia 1975

Como paso previo a su aterrizaje en Nueva York, donde será una de las muestras que inauguren la nueva sede del Metropolitan Museum en marzo del año que viene, el Museo Reina Sofía abre este 23 de septiembre al público “La espera forma parte de una vida intensa”, la retrospectiva más completa presentada hasta la fecha de la artista india Nasreen Mohamedi, que vivió entre 1937 y 1990 y está considerada pionera de la abstracción en su país.

La exhibición, que se ha organizado en colaboración con el MET y el Kiran Nadar Museum of Art de Nueva Delhi, cuenta con dos centenares de trabajos; la mayoría son dibujos en grafita y tinta, pero también encontraremos collages, acuarelas, óleos sobre lienzo y fotografías fechados entre finales de los cincuenta y principios de los ochenta.

Precisamente esta muestra destaca por la exhaustiva presentación de su producción fotográfica: durante un tiempo se consideró que estas imágenes eran ensayos previos a su obra plástica, pero hoy se ha concluido que constituye un corpus de trabajo independiente. En el Museo Reina Sofía se acompañan de anotaciones y diarios de los que precisamente se ha extraído el título de la exposición: La espera forma parte de una vida intensa. Dado que Mohamedi nunca teorizó sobre su obra en sentido estricto, para interpretarla se hace muy necesario adentrarnos en esos escritos personales.

Aunque admirada y relativamente reconocida a nivel internacional en vida, Mohamedi ha permanecido siempre envuelta en un halo de misterio, y otro tanto podríamos decir de su trabajo, depurado y complicado de entender desde las lecturas convencionales. Mientras los artistas coetáneos a ella en India optaban por desarrollar un arte figurativo y narrativo vinculado a la convulsa situación política del país a mediados del siglo pasado, Nasreen optó por la abstracción y apostó por la simplicidad radical. Sus primeras obras aún mantienen referencias al mundo natural, sus dibujos de madurez vienen marcados por la utilización de la línea y el espacio para lograr una abstracción geométrica personal y en su última década eligió buscar la mayor austeridad de medios posible para desarrollar sutiles representaciones lineales.

Durante su periodo de formación, entre 1954 y 1957, en la prestigiosa Saint Martin´s School of Art de Londres, experimentó con el dibujo, la acuarela, el óleo sobre lienzo y la aguada de tinta acercándose progresivamente hacia lo abstracto pero estudiando la configuración interna de las formas de la naturaleza.

En 1958 volvió a Bombay y allí conoció a V.S. Gaitonde, un artista que ya en su juventud se había alejado de la figuración dominante en generaciones anteriores y que hizo de la acuarela, la tinta y las transparencias la base de su lenguaje. Mientras él confiaba en el color como camino supremo hacia el “milagro visual”, Mohamedi confería ese poder a la línea gráfica, pero ambos, por esa apuesta por lo abstracto, no recibieron, al menos en aquellos años, demasiada atención.

Nasreen Mohamedi. Sin título, hacia 1985
Nasreen Mohamedi. Sin título, hacia 1985

 

En los trabajos que Mohamedi desarrolló en los sesenta (para los expertos, los más inquietantes de su carrera), se aprecia su interés por la abstracción lírica. Se trata de collages que rehuían la ornamentación a la vez que exaltaban la delicadeza del papel y las posibilidades expresivas de la línea.

Ya a finales de aquella década y principios de los setenta, mermada su movilidad por una enfermedad neuromuscular, la artista india dejó a un lado las manchas tachistas para adoptar un método de trabajo asistido e instrumentos de dibujo de precisión que le condujeron a trabajar con una geometría de líneas pautadas que evoca inevitablemente a Mondrian o Malévich, pero que también contiene alusiones a tradiciones místicas orientales y a algunas composiciones geométricas presentes en la arquitectura de los templos indios.

Fue a partir de 1975 cuando Mohamedi decidió romper con las retículas y con la monotonía que implicaban ensanchando y reduciendo el tamaño de los registros verticales y los espacios entre las líneas horizontales. El resultado fue la creación de nuevas formas geométricas y la aparición de un cuidado dinamismo generado por líneas divergentes imprevistas y cierto ilusionismo.

De sus anteriores espacios ordenados evolucionó hacia los horizontes cambiantes y los intrincados laberintos en los que, pese a no perderse del todo los parámetros matemáticos, nada hay de fría mecánica.

Por último, en sus trabajos finales, vemos más espacios vacíos que llenos en retículas livianas y ya deshechas.

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