De Murillo y de la historia

Sevilla expone sus pinturas para el convento de los capuchinos

Sevilla,
Bartolomé Esteban Murillo. El jubileo de la Porciúncula, 1666
Bartolomé Esteban Murillo. El jubileo de la Porciúncula, 1666

Una de las muestras fundamentales entre las programadas con motivo del cuarto centenario del nacimiento de Murillo nos la trae, hasta el 1 de abril, el Museo de Bellas Artes de Sevilla. El centro exhibe el conjunto de pinturas que el artista llevó a cabo para el convento de los capuchinos de esta ciudad, un ciclo pictórico excepcional en el conjunto del panorama barroco español, por la calidad y el número de las obras que lo forman pero también por los azares que la historia ha causado en su conservación.

La invasión francesa motivó su dispersión en el siglo XIX, y aunque el Bellas Artes de Sevilla continúa conservando la mayor parte de las piezas desde la desamortización de Mendizábal, otras han sido cedidas para esta exposición por colecciones alemanas, inglesas y austriacas (también por la catedral sevillana).

La obra más significativa de la muestra procede precisamente del Museo Wallraf-Richartz de Colonia y llegó a España el año pasado: se trata de El jubileo de la Porciúncula, que el propio Murillo eligió para que presidiera los siete lienzos del retablo mayor de la iglesia de los capuchinos y que ha sido depositada temporalmente en Sevilla: por una década, hasta 2026.

Durante la preparación de la exhibición, el Museo de Bellas Artes ha estudiado y restaurado esta serie de trabajos de Murillo, editando a la par un catálogo razonado que pone de relieve su importancia en el conjunto de la producción del artista barroco. Es interesante completar la visita a este museo con una al propio convento de los capuchinos, que aún se conserva en el lugar donde, según la tradición, las santas Justa y Rufina sufrieron martirio. Los franciscanos del lugar hicieron a Murillo el encargo de estas obras en 1665 y, en el año siguiente, él trabajó pintando y colocando el retablo mayor. A El jubileo de la Porciúncula le completaban seis pinturas devocionales y obras dedicadas al Arcángel san Miguel y al Ángel de la Guarda, La Virgen de Belén popularmente llamada de la Servilleta, La Santa Faz, La Anunciación y La Piedad.

Hasta 1668 no comenzó el pintor las pinturas de los retablos laterales de la nave de la iglesia, dedicadas estas a temas franciscanos, y quizá la última en realizarse fue La Inmaculada o La Niña, que se situó en el coro bajo.

El jubileo de la Porciúncula, además de ser quizá la pintura más significativa, ha sido también la que ha sufrido mayor trasiego. Presidió el retablo mayor hasta que en 1810 fue incautada por Napoleón, llevada al Alcázar sevillano y después a Madrid, donde iba a integrarse en el Museo de Pinturas que no llegó a inaugurarse. Al marcharse los franceses, fue devuelta a los capuchinos en 1815 pero… no llegó entonces la calma.

Ante la invasión, las demás pinturas habían sido escondidas en Cádiz, y en el trasiego desaparecieron dos: La Santa Faz y el San Miguel Arcángel. El Ángel de la guarda fue regalado a la Catedral de Sevilla en 1814, en agradecimiento por haber conservado algunas obras. El deterioro del resto obligó a la comunidad franciscana a contratar a un pintor (Joaquín Bejarano) para restaurarlas y el pago fue… El jubileo de la Porciúncula.

Bejarano lo vendió luego a José de Madrazo, y de este pasó a manos del infante Sebastián Gabriel, a quien el gobierno incautó sus obras de arte en 1835. Pasó por el Museo de la Trinidad de Madrid hasta que en 1861 fue devuelto al infante. Pero no se quedó con él: su hijo lo vendió en 1898 a los Amigos del Arte de Colonia; por eso hoy pertenece al Wallraf-Richartz Museum de esa ciudad alemana.

Una aclaración, si Porciúncula os suena a exótico: el nombre se debe a la capilla de Santa María de la Porciúncula de la basílica de Santa María de los Ángeles de Asís. La obra de Murillo narra el momento en que Cristo y la Virgen, rodeados por un coro de ángeles, se aparecen al santo, en 1216 en el altar, para conceder el jubileo o la indulgencia plenaria a los peregrinos que visitaran la capilla, emblemática para los franciscanos.

Como tantas otras de Murillo, estas obras responden al espíritu de la Reforma Católica y al deseo de despertar el fervor del creyente por la contemplación de escenas a la vez divinas y humanas. El andaluz fue el único pintor sevillano del XVII que heredó el sentido de la medida y la ponderación expresiva de Montañés. Lejos del misticismo de Zurbarán y del agudo realismo de Valdés Leal, su arte es equilibrado, sin estridencia alguna, dominado por las atmósferas plácidas y un tono más próximo a la contemplación tranquila que al arrebatado movimiento barroco.

 

“Murillo y los capuchinos de Sevilla”

MUSEO DE BELLAS ARTES DE SEVILLA

Plaza del Museo, 9

Sevilla

Del 28 de noviembre de 2017 al 1 de abril de 2018

 

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