La presencia de las mujeres artistas es casi completa en las actuales exhibiciones del Museo Guggenheim Bilbao: en sus salas, a Alice Neel y Cecilia Bengolea se suman desde hoy trabajos de más de un centenar de autoras de orígenes muy diversos que trabajaron entre mediados del siglo XIX y los años ochenta.
En colaboración con el Pompidou de París y bajo el comisariado de Christine Macel, Karolina Lewandowska y Lekha Hileman Waitoller, el centro nos presenta “Mujeres de la abstracción”, una exhibición que reivindica las aportaciones de las artistas que han contribuido a definir lo que hoy consideramos creación contemporánea, visibilizando ese trabajo a la vez que se subraya la diversidad y complejidad de sus posicionamientos, una consideración necesaria en una muestra que las ha reunido en razón de su género y de la necesidad de otorgarles también público reconocimiento. Algunas de las autoras representadas adoptaron intencionadamente perspectivas de género, considerando su obra más o menos radicalmente “femenina”; otras prefirieron atender únicamente a sus intereses personales (Judy Chicago y Sonia Delaunay son ejemplos, respectivamente, de ambas posturas).
Las disciplinas que tienen cabida en la exposición son muy variadas (además de las artes plásticas, se abarcan la danza, las artes decorativas, la fotografía y el cine) y, como avanzábamos, se ha buscado mirar más allá de Occidente: podremos descubrir artistas, desconocidas o casi, procedentes de Latinoamérica, África, Oriente Medio y Asia; también españolas, porque este proyecto quiere ser, en el fondo, un alegato contra toda intención de unificar voces, de olvidar escenarios.
El recorrido planteado es cronológico e incide también en los contextos y maneras que condujeron a nuestro actual desconocimiento de la mayoría de estas autoras, que participaron, en muchos casos, de hitos en la historia de la abstracción; en alguna ocasión cuestionando sus postulados. “Mujeres de la abstracción” no pretende ofrecernos, así, una sucesión de piezas de creadoras pioneras, sino la concesión expositiva a estas, por fin, de un lugar en la historia, comenzando por la decimonónica Georgiana Houghton, en cuya producción simbólica y espiritual se sitúan aquí los inicios, tempranos, del movimiento. No hay que olvidar los lazos entre el simbolismo y la abstracción (hemos hablado de ellos en el rebobinador) y la importancia de las mujeres en la invención de aquellos preliminares de esta tendencia, no conceptualizada como tal y de ecos inicialmente místicos; su primera intención era representar lo trascendente. Houghton, autodidacta, decía dejarse guiar tanto por ángeles como por artistas renacentistas: El espíritu es quien conduce mi mano cuando pinto sin que yo pueda hacer nada para controlarlo.
Un capítulo de la muestra agrupa fotografías de aquellas mujeres artistas apenas expuestas en Europa y, buscando las razones de esa capa de invisibilidad, se halla tanto la abierta obstaculización como el deseo de escapar al reconocimiento general de las protagonistas. Trazando esta historia de la abstracción en femenino se cuestiona, además, la consideración tradicional de que la pintura sea el único campo de desarrollo de la no figuración, mantra sin vigencia que, asimismo, explica la exclusión de los estudios sobre esta corriente de las mujeres que la abordaron en otros soportes y desde propósitos ornamentales, performativos o espirituales.
El Guggenheim revisa aquellas ciudades y décadas particularmente propensas a lo abstracto, como el dinamismo parisino en los cincuenta, donde convivieron las bien distintas estéticas de Saloua Raouda Choucair, Carmen Herrera o Fahrelnissa Zeid; o las de las regiones no occidentales en los setenta; y aquellas técnicas en las que también se desplegó la abstracción y que solo en décadas recientes se han incorporado a los discursos de los grandes museos, como los textiles, que especialmente autoras europeas y norteamericanas monumentalizaron, independizaron de los muros y convirtieron en esculturas capaces de dialogar con el espacio. De su mano, la denominación de Nueva Tapicería quedó relegada por la de Fiber Art o Arte textil, manifestaciones a cuya consolidación contribuyó el MoMA en la exposición “Wall Hangings”, programada en 1969. De la exhibición forman parte piezas de Aurèlia Muñoz, que desafió jerarquías a partir del macramé y ha sido recientemente reivindicada por el MNAC barcelonés y la Galería José de la Mano.
La exhibición se completa con documentación relativa a muestras, autoras y críticas fundamentales, la mayoría ligadas a las reivindicaciones feministas de los setenta.
Podemos adelantaros que no faltan en ella trabajos de las fotógrafas de vanguardia Berenice Abbott y Albin-Guillot, la pintora libanesa y esencial Etel Adnan, que ahora expone en el Guggenheim de Nueva York; la pionera sueca Hilma af Klint, Anni Albers, responsable de algunos de los primeros textiles abstractos; la rigurosa Elena Asins, las expresionistas Lynda Benglis y Helen Frankenthaler, las escultoras Louise Bourgeois y Barbara Hepworth, la performer Esther Ferrer o la gran figura del Op Art Bridget Riley.
“Mujeres de la abstracción”
Avenida Abandoibarra, 2
Bilbao
Del 22 de octubre de 2021 al 27 de febrero de 2022
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