Jorge Pineda, nacido en 1961 en la localidad dominicana de Barahona y fallecido el año pasado, solía decir sobre su propia trayectoria que era artista “desde siempre”: de niño dibujaba en una pizarra que su madre colocó en la terraza de su casa y que compartía con cinco hermanos, a una sexta parte del tablero cada uno. Con el paso del tiempo, por cesión o por alquiler, fue ocupando además los trozos del resto, y ese soporte, quizá el más sencillo, terminó siendo su primer medio de expresión.
Estudió Arquitectura en la Universidad de Santo Domingo, pero con los años, y tras formarse en litografía en el Atelier Bordas de París, trabajaría sobre todo como artista, en la dirección y el diseño teatral, el diseño gráfico y la publicidad, siendo en el primer terreno en el que despuntó. Llevó a cabo pinturas, grabados e instalaciones donde desplegaba ideas apegadas a la cultura urbana y dibujos realizados con diversos tipos de bolígrafos y plumas corrientes que se caracterizan por su depuración y su rigor formal; explicaba Pineda que, dada su fragilidad, para protegerlos les aplicaba capas de barniz.
La pobreza, especialmente la infantil que pudo conocer de cerca en su país, fue el germen de su compromiso con los menos favorecidos y de la crítica social que podemos advertir en sus piezas: si, de forma más o menos explícita -dada su querencia por la metáfora-, en ellas narra historias, los protagonistas de estas suelen ser los niños, como principales víctimas de la desigualdad y de las crueldades que padecen quienes viven en la calle. Estudió, asimismo, el funcionamiento de los sistemas institucionales ligados al arte en su dimensión local.
Considerado decisivo en la transición del arte dominicano desde la modernidad tardía hasta la contemporaneidad, Pineda es ahora objeto de una retrospectiva en C Arte C, la Sala de Arte de la Universidad Complutense de Madrid, en cuya organización han colaborado la Fundación Alberto Cruz y el Centro León. Bajo el título de “HAPPY: Ensayos sobre la obra de Jorge Pineda”, cuenta con 69 trabajos procedentes de colecciones públicas y privadas dominicanas y españolas y ha sido comisariada por Javier Martín-Jiménez, junto a Sara Hermann Morera, Laura Bisonó Smith y Víctor Martínez Álvarez.
Establece el recorrido relaciones entre los medios de la gráfica, que empleó sobre todo en sus comienzos, y sus proyectos más avanzados, instalativos y en diálogo con el espacio, haciendo hincapié en una doble vertiente en su producción: su cariz conceptual y su vínculo, evidente, con los contextos que le eran más cercanos. Aunque sus propuestas ofrecen lecturas abiertas, pues Pineda esquivaba la formulación de moralejas y quería que el público se acercara a ellas desde sus propios referentes, sí podemos interpretarlas, porque así confesó concebirlas el artista, como alegorías de una sociedad que se niega a crecer y no asume sus responsabilidades. Él proporciona los datos y el espectador reconstruirá su fábula, en expresión de aquel, a su imagen y semejanza.
El planteamiento de la muestra es cronológico, pero sobre todo apela a la dimensión sensorial y emocional de sus obras, y por ello a la involucración del visitante, al que se empujará a plantearse preguntas, quizá concernientes a lo que en su entorno ve o ignora, sin respuestas unívocas.
Saldrá a nuestro encuentro la instalación Ciguapa (2016), que toma su nombre de un personaje mítico en el campo dominicano: una mujer, o presencia femenina, que camina en torno a los ríos con los pies en dirección contraria a su andar. En este trabajo, cuatro pares de zapatos elaborados con cerámica, de hombre y de mujer y de niños y adultos, marcan igualmente direcciones opuestas, guardados unos dentro de otros. En su sencillez y aparente inocencia, contiene este calzado reflexiones sobre la infancia, el género, la fragilidad y los abusos en el ámbito doméstico.
Es habitual que en las obras de Pineda veamos personajes cuyos rostros se nos niegan, mediante máscaras o porque miran a la pared. Es el caso de los que aparecen en la serie de acrílicos sobre papel El bosque que camina (2022), en la que varias personas aparecen de pie, detrás de árboles o plantas; en este caso, el título remite a Macbeth, y a la escena en la que las brujas predicen que el noble morirá cuando una arboleda cambie de lugar (en el texto de Shakespeare, la maldición se cumplió cuando un ejército enemigo se vistió con ramas). Destacan aquí la exuberancia de la vegetación, dorada y elaborada según patrones geométricos, y sobre todo el diálogo estrecho entre individuos y naturaleza, pues es esta la que nos impide fijarnos en sus caras, no dejándonos más opción que extraer información a partir de su vestimenta o sus posturas.
En Afro (2006), instalación elaborada con madera, carbón y pintura, otra figura queda de pie contra la pared y un gran dibujo realizado en esta representa su peinado (afro); es a través de este, y de la ropa, como nuevamente hemos de fabricarnos nuestra imagen del sujeto, obviamente incompleta y mediada. El tratamiento del racismo es habitual en la producción del dominicano; también el de los prejuicios sociales, el sexismo y los abusos infantiles, aunque nunca aborda estos asuntos de manera directa, ni planteando dogmas.
Entre los proyectos más tempranos de Pineda en el Centro de Arte Complutense se encuentra la serie Internamiento (1990-1992), compuesta por dibujos a medio camino entre la precisión y la espontaneidad. Contemplamos en ellos cuerpos humanos que parecen mutar para convertirse en otro tipo de criaturas, de edades y géneros diversos, junto a cuerpos zoomorfos; unos y otros interaccionan y pueblan al completo las superficies. Inquietantes y difíciles de traducir, estas imágenes, en todo caso, subvierten sus esquemas narrativos habituales.
De los comienzos de los 2000 data su serie Niñas locas, ejecutada con lapicero de tinta negra. Pequeñas vestidas con ropa interior y zapatos portan en sus cabezas máscaras de lucha libre, habituales en este deporte, de una raigambre importante en Latinoamérica y casi un elemento identitario. Constituyen, en realidad, retratos de amigas de Pineda, de ahí que tengan nombres propios, y se enfrentan a sus sombras en el sentido en que las teorizó Carl Jung (aquello que no aceptamos y reprimimos o mantenemos oculto). Un tiempo posterior (2008-2018) es Niñas rojas, conjunto de dibujos elaborados con tinta de ese color cuyas protagonistas llevan ahora jerséis con capuchas que les tapan el rostro y, utilizando sus vestiduras, participan de juegos peligrosos en el agua, desafiando nuestro concepto de lo infantil y lo lúdico. En ese mismo sentido, Niña tatuada (2001) nos presenta a una muñeca situada sobre una pasarela semejante a la de los desfiles de moda y recubierta de tatuajes e insultos, en referencia a los que las mujeres, en República Dominicana y no solo, reciben por la calle. El hecho de que los lleve sobre su piel alude al modo en que las jóvenes hacen suyos esos desprecios.
Los tonos dorados juegan un rol importante en Redacted gold (2022) y Guggenheim´s trap (2016). La primera instalación consta de múltiples hojas tomadas de publicaciones sobre arte en las que parte de los textos se han redactado conforme al modo de los documentos oficiales, esto es, suprimiendo parte de la información, confidencial hasta el momento oportuno. Pineda ha elegido cubrir con láminas de oro todo dato relativo a artistas, rindiendo cierto tributo, así, a quienes históricamente son relegados, a las omisiones y vacíos en los libros. En la segunda pieza, veremos una maqueta del Guggenheim de Nueva York convertido en trampa para ratones; se trata de una pura metáfora: el rumbo marcado por este tipo de centros influyentes, y por las modas, podía desviar la atención de los artistas respecto a sus verdaderos intereses, una tentación que él mismo experimentó.
Contemplaremos, igualmente, I ´m so fuckin happy (2013), representación de un jardín zen en el que la arena se ha sustituido por confeti, esto es, lo banal ha reemplazado a lo meditativo, en referencia a los marcos de pensamiento de la sociedad actual; la escultura, parcialmente imperceptible, Santos inocentes (2003), con un par de piernas infantiles que asoman del perfil de una pared, en alusión a la violencia infligida a los niños; o Doméstica (1998), obra interactiva compuesta por nueve tostoneras que cobijan en su interior, en lugar de tostones, imágenes relativas a la discriminación de la mujer.
Además de plantearse en paralelo a la celebración de ARCOmadrid, que tendrá al Caribe como protagonista de su próxima edición, del 6 al 10 de marzo, la exposición se ha concebido en este espacio porque Pineda impartió en la Complutense el octavo Taller de la Cátedra Juan Gris, en 2008; antes lo hicieron Jannis Kounellis, Serge Spitzer, Gary Hill, Carlos Garaicoa, Julião Sarmento, Christiane Löhr y Tania Bruguera. Una veintena de estudiantes de la Facultad de Bellas Artes ha participado, junto a miembros del Taller Jorge Pineda, en el montaje de algunas de las obras, atendiendo a las instrucciones que el dominicano dejó por escrito; entre ellas se encuentra la pintura de carbón sobre pared El bosque y Paredón: retrato de una mujer a partir de una foto de Ana Mendieta, cuya pieza original fue un mural que el propio Pineda hizo sobre pared con pintalabios de varios tonos, aludiendo a todas las mujeres abusadas o asesinadas, como pudo serlo la artista cubana.
Jorge Pineda. “HAPPY: Ensayos sobre la obra de Jorge Pineda”
c/ Isaac Peral, s/n
Madrid
Del 23 de enero al 7 de abril de 2024
