Givenchy: la moda por fin entra en el Thyssen

El centro estudia la idea de belleza del modisto

Hubert de Givenchy

MUSEO THYSSEN-BORNEMISZA

Pº del Prado, 8

Madrid

Madrid,

Tras algún intento infructuoso, la moda entra en el Museo Thyssen-Bornemisza, y de la mano del último genio vivo de la alta costura: Givenchy. Como ha subrayado Guillermo Solana, no es novedoso que un museo muestre el trabajo de maestros diseñadores, pues viene ocurriendo desde el s XIX, pero sí es propio de nuestra época intercalar sus obras con piezas artísticas de las colecciones de estos centros, como ocurre en este caso y en la también reciente exposición internacional “Impressionism and fashion”, organizada por el Musée d´ Orsay, el Metropolitan de Nueva York y el Art Institute of Chicago.

Concebida como una retrospectiva, pero sobre todo como un recorrido analítico por la idea de lo bello de Hubert de Givenchy, la muestra da fe de la variedad e imponente elegancia de sus vestidos, abrigos y complementos a lo largo de su medio siglo de carrera y también del valor de estas piezas como expresión de una época, una cultura y unas relaciones internacionales, más allá de su refinamiento estético.

Gran coleccionista de arte (aunque él se ve más como “seleccionador” de obras maestras de todos los tiempos), el propio Givenchy, pupilo de Balenciaga, ha participado activamente en el montaje de esta exhibición junto al comisario Eloy Martínez de la Pera y ha colaborado en la selección de las obras de los fondos del Thyssen que acompañan sus modelos en función de sutiles afinidades temáticas, conceptuales o cromáticas. A algunos de los artistas escogidos, el francés les llegó a dedicar colecciones (Miró, De Stäel, Rothko…). La implicación del diseñador en la exhibición ha sido absoluta, llevando a cabo desde bocetos del montaje hasta los textos que acompañan las piezas, por lo que el proyecto bien podría bautizarse como “Givenchy por Givenchy”.

El paseo por lo bello que el Thyssen nos plantea supone también un homenaje a la familia del modisto, que le inculcó su sentido estético, a un tiempo pasado que ya no volverá (Givenchy es tajante respecto al nulo futuro de la alta costura tal como se conoció hace medio siglo) y un tributo, en último término, a la que fue su mayor musa y amiga, cuya presencia, como él subraya, sigue con nosotros: Audrey Hepburn. Ella vistió buena parte del centenar de vestidos que podemos ver hasta enero en Madrid, junto a Jacqueline Kennedy (de Givenchy en el entierro de JFK), Wallis Simpson o Carolina de Mónaco, a quien el diseñador regaló un vestido blanco de niña.

La muestra comienza con la célebre blusa blanca de algodón Bettina, llamada así por la modelo y considerada su primer gran éxito, y continúa con vestidos cortos, piezas de piel, trajes de seda y lamé de delicados tejidos, trajes de novia y vestidos en blanco y negro, color éste último esencial en Givenchy. La constante pureza de líneas y volúmenes en estos diseños evoca a Balenciaga; precisamente el maestro galo es Presidente Fundador de la Fundación de su Museo en Guetaria. Sus vínculos con España van más allá: Givenchy ha efectuado diversas donaciones al Museo del Traje madrileño y el Gobierno español le concedió hace tres años la Orden de las Artes y las Letras.

Os lo iremos avanzando, pero a mediados de noviembre el Thyssen iniciará un ciclo de cine gratuito vinculado a la exposición.

 

 

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