El rebobinador

Turner, un elemento más de la intensidad cósmica

Joseph Mallord William Turner (1775-1851) fue antitético a Constable en todos los sentidos, también en su origen social: era hijo de un barbero, se crió en una zona popular de Londres y tuvo dificultades económicas en sus inicios (y solo citamos aquí estos asuntos materiales acordándonos de lo que decía Rod Liddle sobre el brit pop: James Blunt es lo que sucede cuando las clases medias-altas se involucran en la música popular, en vez de estar gestionando fondos de inversión, despachos de abogados o agencias estatales. No cuesta imaginarse a Turner como un auténtico rockero inglés del siglo XIX).

Dio muestras de un talento prodigioso y precoz para el dibujo y su forma de pintar fue también más espectacular que la del autor de El carro de heno; llegó a ser extraordinariamente popular toda su vida… y, sin embargo, lo esencial de ella sigue siendo un misterio. Nos ha llegado de él una imagen de huraño romántico, de ser enigmático necesitado de respaldos.

Parte del vigor de su pintura y del carácter radicalmente distinto de su obra respecto a la de Constable se debe a sus viajes: recorrió Europa Occidental, incluyendo los Países Bajos, Francia, Suiza e Italia, en 1819-1820 y 1828-1829. A diferencia de aquel, no coqueteó con el concepto de lo pintoresco, sino con el de lo sublime, pues trató de obtener en sus cuadros el lado dramático de la naturaleza. Sí compartió con su compatriota (y con artistas holandeses) su interés por el paisaje histórico y naturalista, pero su registro de intereses era más variado y fue buen conocedor de Poussin, Rembrandt o Claudio de Lorena: como este último, realizó grabados dando testimonio de sus obras para evitar falsificaciones.

En suma, pintó Turner más temas y más espectácularmente que su gran rival inglés, buscando lo contundente y lo dramático. Kenneth Clark decía de él que cultivaba la técnica del “huevo frito estrellado”: le gustaba la experimentación (por eso el estado de conservación de sus trabajos se resintió). Tuvo además la generosidad de legar su producción al Estado británico, de ahí que la Tate Gallery tenga una extraordinaria colección suya.

Y a Turner hay que citarlo, además, como uno de los primeros artistas en generar controversias abiertas en sus exposiciones: fue pionero al involucrar a la crítica a la hora de alcanzar eco. Ruskin –cuyo segundo centenario celebramos este año– defendió la evolución de sus paisajes y su luz rasante, también su creencia de que la naturaleza tenía entidad simbólica suficiente para no necesitar anécdotas.

Turner. El peregrinaje de Childe Harold a Italia, hacia 1832. Tate
Turner. El peregrinaje de Childe Harold a Italia, hacia 1832. Tate

Una de sus obras más tempranas es La peregrinación de Childe Harold a Italia (hacia 1832), tema tomado de la literatura del también romántico y escandaloso Lord Byron. Inmoral activo, parece que fue el ídolo de Turner, y es revelador porque estaba muy extendida su reputación de poeta oscuro. El pintor aquí ofrece una panorámica increíble de un valle casi imaginario con un recodo fluvial medio humeante y remarcado por montañas. Un pequeño grupo descansa en el camino, en una visión muy romántica.

Defendió que la naturaleza tenía entidad simbólica suficiente para no necesitar anécdotas.

Pintó también Turner el Parque de Petworth, donde solía refugiarse, y lo hacía con un paisaje llameante y luces deslumbrantes que crean vértigo: si nos fijamos, las lineas de sombra diagonales en la tierra se corresponden con los haces de luz del cielo.

Turner. The Lake, Petworth: Sunset, Fighting Bucks, hacia 1829. Tate
Turner. The Lake, Petworth: Sunset, Fighting Bucks, hacia 1829. Tate

Su Venus tumbada (1828) recuerda a muchos a las Majas goyescas, a la Madame Récamier de David o a la Paulina Borghese de Canova y otros también encuentran sus precedentes en Giorgione o Tiziano. En época contemporánea, esta postura es inusitada y las mujeres con ella dejan de ser Venus.

Destaca el contraluz luminoso y un cuerpo tan restallante que parece un haz de luz blanco en el que apenas se aprecia el desnudo, que contrasta con la colcha roja. En la entrada monumental se proyecta la luz de la escena, cincelando la figura.

Turner. Reclining Venus, 1828. Tate
Turner. Reclining Venus, 1828. Tate

Como hará Delacroix, Turner pintó a Pilatos lavándose las manos. Una multitud abigarrada se dispone en diagonal generando una enorme profundidad mientras queda iluminada por golpes de luz que rompen con la penumbra. En primer plano queda Pilatos, frente a las Marías que reciben la sentencia de muerte de Cristo. Esta obra hierve en tonos amarillentos, rojizos… prima una multitud fosforescente de sombras rojas y amarronadas y la atmósfera es densa y recargada.

Técnicamente, su producción se iba haciendo cada vez más abstracta, y lo vemos en sus Peace – Burial at Sea (hacia 1842), de contrastados efectos lumínicos. La noche, el claro de luna y la ligera niebla son los puntos románticos más exultantes y el reflejo del cielo en el agua se convierte en la unidad envolvente de todo: los fuegos refulgen sobre la superficie. El mar presenta tonos de óxido que lo convierten en un elemento multicolor: la investigación sobre la luz en esta época era importante tanto a nivel artístico como en sus implicaciones morales, físicas…

Puerto y naves tienen una resonancia simbólica: metaforizan el viaje, la recogida y el fin del trayecto. El paisaje, por su parte, introduce una carga simbólica que antes se reducía a la acción humana.

Turner, Peace - Burial at Sea, hacia 1842
Turner. Peace – Burial at Sea, hacia 1842
Turner. Incendio del parlamento, 1835. Philadelphia Museum of Art
Turner. Incendio del parlamento el 16 de octubre de 1834, 1835. Philadelphia Museum of Art

Ya Incendio del Parlamento, en 1835, mostraba al Turner más espectacular: la gran llamarada incendia el cielo y su reflejo en el Támesis hace que se duplique su efecto.

El Temerario remolcado a su último atraque para el desguace (1839) es una oda a la melancolía. Tras la batalla de Trafalgar, tiene lugar el crepúsculo, el sol se pone y las nubes se manchan con tonos rojizos. La naturaleza resulta algo conceptual, no se basa en la observación directa, sino que predomina el sentido simbólico con detalles más o menos realistas.

El salto al Impresionismo se deriva del análisis físico y cronológico de la luz, que Turner anima con emociones. Asistimos a un cambio de época.

Turner. El «Temerario» remolcado a su último atraque para el desguace, 1835. National Gallery, Londres
Turner. El Temerario remolcado a su último atraque para el desguace, 1835. National Gallery, Londres

También pintó Turner obras mitológicas, como Glauco y Escila (1841). Era un artista complejo y ambicioso, y su obra ofrece claves filosóficas e históricas. Aquí las figuras aparecen sumergidas en un disco solar que fusiona el paisaje y lo convierte en una mancha.

En Tormenta de nieve: Vapor frente a la bocana de un puerto (1842) se inspiró en un mar embravecido y un cielo agitado: un escenario sublime en el que los barcos realizan patéticos intentos por acercarse a puerto. La obra consta de un conjunto de manchas, elementos cambiantes de luz, de modo que solo con una percepción atenta podemos distinguir el barco de vapor y la bocana.

Parece que Turner se ha sumergido en la experiencia de la tormenta y desde allí la pinta; ve la confusión envolvente y sitúa al espectador en el centro de un lugar, de un ambiente: lo empapa de una atmósfera en la que se pueden experimentar emociones que nos elevan de la vida cotidiana.

Turner. ormenta de nieve-Vapor frente a la bocana de un puerto. 1842. Tate Britain
Turner. Tormenta de nieve: Vapor frente a la bocana de un puerto. 1842. Tate Britain

Una de sus obras más emblemáticas es Lluvia, vapor y velocidad (1844). Presenta la naturaleza sumergida en un cielo encapotado y una locomotora de vapor atravesándola. El título indica la filiación moderna de esta composición en diagonal planteada como si las pinceladas fueran brochazos, con un sentido vertiginoso y trepidante. Por su técnica libre, se trata de una imagen igualmente casi abstracta.

Turner. Lluvia, vapor y velocidad, 1844. National Gallery, Londres
Turner. Lluvia, vapor y velocidad, 1844. National Gallery, Londres

No menos espectacular es su tempestad de nieve en Aníbal y su ejército cruzando los Alpes (1812). El lugar es oscuro y recóndito y se evoca la grandeza estupefaciente de un cielo enorme en pleno temporal. El sol traspasa una capa de negrura y, a lo lejos, se atisba la profundidad del valle. La naturaleza se manifiesta violentamente y el cielo parece un túnel sobrecogedor, tanto que es difícil distinguir la anécdota dado el acercamiento a la abstracción.

No está de más recordar que Turner fue uno de los primeros artistas en diseñar escenografías teatrales. Los escenarios conocieron un cambio radical en los siglos XVIII y XIX, se buscó en sus decorados una mayor viveza y los sobrecogedores ambientes románticos tuvieron mucha importancia.

Por último, en Ulises burlando a Polifemo (1829) llama nuestra atención el efecto solar con luces rasantes del amanecer y el anochecer. Se sirvió de colores cálidos, y la emergencia provoca reflejos espectaculares. De nuevo, la luz rasante proyecta sus focos de manera efectista sobre el cielo.

El tema es muy romántico y procede de la Odisea homérica: Ulises emborracha a Polifemo para huir de él tras recalar en Sicilia y despertar sus iras. El cíclope intenta lanzarle rocas, pero falla: la inteligencia pudo a la brutalidad.

Turner. Tormenta de nieve: Aníbal y su ejército cruzando los Alpes, hacia 1812. Tate
Turner. Tormenta de nieve: Aníbal y su ejército cruzando los Alpes, hacia 1812. Tate

 

Turner. Ulises burlando a Polifemo, 1829. National Gallery, Londres
Turner. Ulises burlando a Polifemo, 1829. National Gallery, Londres

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