El pasado 12 de marzo el Prado, como todos los museos madrileños, tuvo que cerrar sus puertas a consecuencia de la pandemia y fue el pasado sábado cuando volvió a abrirlas. Han sido tres meses duros para la pinacoteca (y las pérdidas económicas de este lapso se estiman en siete millones de euros), pero en absoluto se ha tratado de tiempo perdido ni para la institución ni para su público, porque millones de amantes del Museo han mantenido el contacto con sus colecciones a través de su web y sus redes sociales.
Desde ahora y hasta el 13 de septiembre, el Prado no puede retomar su actividad donde la dejó ni abrirse a nosotros por completo; para evitar riesgos, ha implementado un protocolo que condiciona sus iniciativas educativas y expositivas (que tendrán que esperar a otoño) y también la forma de mostrar la colección. Como os hemos contado, las visitas se someten a aforos y se ha reducido la superficie abierta al público, tanto por la disponibilidad de la plantilla como para garantizar la seguridad en el recorrido.
Así, quien se acerque al centro durante el verano no podrá recorrer todas sus salas, pero las que sí visite las verá como nunca antes. Se ha llevado a cabo un impresionante montaje en la Galería Central y sus salas adyacentes, quizá el espacio más conocido del Museo y también uno de los que, por sus características arquitectónicas, mejor garantiza el cumplimiento de las recomendaciones de las autoridades sanitarias.
Se han dispuesto allí 249 obras, ordenadas en su mayoría cronológicamente y fechadas entre el siglo XV y principios del siglo XX, pero el discurso expositivo no incide en la tradicional distribución por escuelas nacionales sino en los ricos diálogos estudiados y por investigar entre autores y pinturas separados por la geografía y el tiempo; en lazos relativos a influencias, admiraciones y rivalidades que señalan el carácter autorreferencial de los fondos del Prado.
Nos recibe Carlos V y el Furor de Leone y Pompeo Leoni, desprovisto excepcionalmente de su armadura y representado desnudo como héroe clásico, y en la antesala de la Galería Central encontraremos dos de las grandes joyas del Museo: El descendimiento de Van der Weyden y La Anunciación de Fra Angelico, recientemente restaurada y eje de una exposición sobre el maestro y el renacimiento florentino. A continuación, el primer tramo de la Galería acoge pinturas de El Bosco, Patinir, Tiziano, Correggio, Rafael, Juan de Flandes, Veronés, Tintoretto y Guido Reni, entre otras grandes figuras italianas y flamencas de los siglos XVI y XVII.
Los retratos de Tiziano de los primeros Habsburgo, presididos por Carlos V, a caballo, en Mülhberg, han continuado en el corazón de la Galería Central, frente a dos de la Furias, situadas junto al acceso a la Sala XII. Y, por primera vez que se sepa desde 1929, podremos contemplar unidas Las Meninas y Las Hilanderas, junto a un emocionante conjunto formado por los bufones de Velázquez y por sus retratos, escenas religiosas y grandes filósofos.
Ya en la parte final de la Galería nos espera la pintura religiosa y mitológica de Rubens, con un guiño a Tiziano a través de su Dánae y un fascinante diálogo entre los Saturno de Rubens y Goya. Además, Las Lanzas de Velázquez se ha situado en un contexto nuevo, al incluirse entre los retratos ecuestres de El duque de Lerma y El cardenal infante don Fernando.
En las salas del ala norte, a los lados de la Galería, podremos ver trabajos de Ribera y de maestros del naturalismo español (Maíno y Zurbarán) y europeo (Caravaggio y Georges de La Tour); también los bodegones de Clara Peeters y de otros autores españoles coetáneos. El Greco se codea, asimismo, con Artemisia Gentileschi, y Sánchez Coello, con Sofonisba Anguissola y Antonio Moro. Gentileschi y Anguissola quedaron reunidas, recordamos, en una reciente exhibición del Prado.
La zona sur guarda ahora la obra de maestros españoles de la segunda mitad del siglo XVII, entre ellos Murillo y Alonso Cano, y de contemporáneos de la escuela francesa y flamenca, como Claudio de Lorena o Van Dyck.
El punto de fuga de la Galería Central converge en la sala 32, donde se sitúa La familia de Carlos IV y el 2 y el 3 de mayo de Goya, expuestos ahora en paredes enfrentadas. Del aragonés también veremos retratos y el inquietante y muy contemporáneo El perro semihundido.
El montaje en conjunto hace referencia a la museografía primera del Prado, aquella que encontraban quienes lo visitaban hace dos siglos. Recordamos que podrá visitarse hasta el 13 de septiembre.
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