Hasta la primera década del siglo XX, todos los ataques dirigidos al impresionismo por sus propios hijos se mantenían en el marco del culto al color y la sensualidad. Sin embargo, la preocupación por el volumen, la línea y los planos que caracterizaba a pintores anteriores, al margen de su querencia por el cromatismo más o menos vivo, terminaría por sugerir a algunos (en inicio, Picasso y Braque) una concepción casi puramente intelectual de su arte.
La nueva fórmula artística recibió el nombre de cubista después de que Matisse, con cierto tono censor, aplicara ese adjetivo a las primeras obras de esta corriente que pudo ver y los cubistas terminarían aceptando la denominación en 1911. Al igual que el impresionismo tuvo su mayor teórico en Mauclair, el cubismo lo encontraría en Apollinaire, al que después se sumarían otros.
El nuevo grupo de pintores buscaba ver en la realidad el reflejo de los volúmenes fundamentales de la geometría del espacio y en ellos obligaban a encajarse a las formas irregulares de la naturaleza. Partían, así, de la idea a la hora de comprender y dominar su entorno y descomponían el cuerpo humano en sus volúmenes esenciales. El cubismo, entendían, no lograría su pleno desarrollo hasta que no se alcanzara el general convencimiento de que la obra de arte no tenía que reproducir lo real y ni siquiera organizarlo, una vez inventada la fotografía.
Tampoco debía el artista cubista limitarse a pintar lo que le ofrecía un único punto de vista. En Du cubisme, Gleizes y Metzinger afirmaban que debía darse la vuelta “en torno al objeto para tomar varias apariencias sucesivas, que, fundidas en una sola imagen, la reconstruían”. Tiempo después, en 1922, Apollinaire escribiría que la geometría es a las artes plásticas lo que la gramática al escritor y el ambiente estético que reflejan estas ideas serviría de base no solo al cubismo, también a otras tendencias.
Los colores dominantes en las obras alumbradas en su etapa cubista por Picasso y Braque eran los pardos, verdes, amarillos y grises, pero siempre renunciando a su posible valor dinámico.
Se ha discutido mucho la fecha de nacimiento de este estilo y si su iniciador primero fue el español o el francés; en cualquier caso, la aportación de artistas de nuestro país, asentados entonces en Francia, a su consolidación es indiscutible: nos referimos a Juan Gris, Francisco Bores o Viñes.
En colaboración con el Centre Pompidou, Kunstmuseum Basel repasa ahora el alumbramiento y consolidación del cubismo en “El cosmos cubista. De Picasso a Léger“, una exhibición que cuenta con obras maestras, algunas procedentes de las colecciones de ambos centros y otras prestadas por instituciones internacionales. Son un total de 130 piezas las que nos permiten profundizar, de forma cronológica, en la evolución de este capítulo seminal del arte contemporáneo partiendo de los intentos de los citados Picasso y Braque por derrocar creencias antes inamovibles sobre la representación.
Su fragmentación de las formas, germen del posterior desarrollo cubista, nacía de su rechazo a la tradicional relación mimética entre arte y realidad y su combinación de símbolos y fragmentos alude a la apelación de ambos autores al intelecto, y no solo a la vista, del espectador. Al integrar, además, materiales nuevos sobre sus lienzos, cuestionaron la noción de alta cultura y se involucraron en una investigación experimental y lúdica de la cultura vernácula que generaría collages de poderosa influencia.
Partiendo de ese dúo creador, la exhibición nos presenta también piezas de los llamados cubistas de Salón: Juan Gris, Fernand Léger, Robert y Sonia Delaunay, Henri Le Fauconnier y otros artistas asentados entonces en París comenzaron a adoptar, hacia 1910, ese lenguaje visual, desplegándolo hacia nuevas direcciones y en mayores formatos, celebrando con él la vida moderna.
Sus trabajos se expusieron, desde 1911, en el Salón y contribuyeron a popularizar el cubismo entre un público internacional: veremos en la exhibición cómo, hasta los años posteriores a la I Guerra Mundial, fueron varios los autores que siguieron sus postulados conforme a un variadísimo rango estilístico.
Nueve secciones, estructuradas a la vez cronológica y temáticamente, ilustran en Basilea cómo Braque, Picasso y sus seguidores, inspirándose los fundadores en las esculturas africanas, polinesias y micronesias y en otras fuentes primitivas, se liberaron del academicismo occidental y también supieron dejar a un lado la concepción clásica del acto creativo. Una de las primeras obras donde aquella revolución se hizo patente (casi contemporánea a Las señoritas de Avignon) es el Gran desnudo de Braque (1907-1908), en tonos tierra, manifestación de la exploración de ambos de las cualidades de lo arcaico y salvaje en este periodo inicial.
No abandonaron tampoco las enseñanzas de Cézanne, de quien tomaron el camino de escapar al ideal de imitar la naturaleza y articular una lógica propia para sus imágenes conforme a sus necesidades interiores.
Desde 1908, los paisajes que tanto Picasso como Braque pintan en L’Estaque y sus naturalezas muertas con instrumentos musicales presentan elementos cristalinos y casi geométricos cuya organización parece moldeada por principios organizativos intrínsecos e intelectuales. Al mismo tiempo, comienzan a reducir su paleta, primero a tonos verdes y marrones y después, ya de forma más radical, a grises luminosos y pardos, que son casi los únicos colores presentes en Broc et Violon (1909-1910) de Braque y en Nu assis, obra picassiana del mismo año.
Ambos también compartieron palpable entusiasmo por la experimentación: lo vemos en su afán de repetición de motivos con introducción de variantes en forma de letras, fragmentos de palabras y símbolos que quieren desafíar tanto las capacidades del espectador para el razonamiento inductivo como su ojo. Para dar sentido a una composición, debemos sintetizar e interpretar sus distintos elementos: es evidente observando Le Portugais de Braque, una de las obras más buscadas de los fondos del Kunstmuseum.
No faltan en Basilea retratos, como los de marchantes (Gertrude Stein, Kahnweiler) y escritores (Apollinaire), que nos hablan de la red de editores, coleccionistas y poetas que alentaron las ideas innovadoras de los cubistas o las introdujeron en el plano literario y dos salas de la muestra se centran en los profundos cambios que sacudieron esta corriente desde 1912, año del que datan los primeros collages y assemblages.
Por último, “El cosmos cubista” ilustra la citada adopción y transformación de este lenguaje visual por los círculos de vanguardia en París, entre 1911 y 1914: veremos obras fundamentales como Abundance de Henri Le Fauconnier, Femme au cheval de Metzinger, Udnie de Picabia o Prismes électriques de Sonia Delaunay.
La última sala del recorrido se dedica a los desarrollos del movimiento tras el estallido de la Gran Guerra: los trabajos de los cubistas llamados a filas reflejan, en muchos casos, su experiencia en la contienda. Gris y Picasso permanecieron en París y algunas de sus pinturas de ese periodo se aproximan a la abstracción.
“El cosmos cubista. De Picasso a Léger“
St. Alban-Graben 16
Basilea
Del 30 de marzo al 4 de agosto de 2019
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