Tocar o no tocar a Bruce Conner

El Museo Reina Sofía abre su primera retrospectiva europea

Madrid,

Tras pasar por el MoMA de Nueva York y el San Francisco Museum of Modern Art, hoy abre sus puertas en el Museo Reina Sofía (y será su única parada en Europa) la primera retrospectiva dedicada a Bruce Conner desde la que el Walker Art Center le brindó en 2000, una antología que es también la primera en nuestro país y en el continente.

No es un artista fácil de exponer, por el carácter efímero y frágil de buena parte de sus obras, elaboradas a menudo con desechos y elementos sobrantes, y porque resulta muy difícil de clasificar: ni responde a los estereotipos con que desde aquí contemplamos el arte estadounidense ni se mueve únicamente en el terreno de la poesía, la crítica o la espiritualidad; Conner era un creador absolutamente libre, desde luego en el manejo de formatos, pero también en el de las ideas, uno de los más perspicaces de su generación, según ha comentado hoy Borja-Villel. Trabajó en constante autorrevisión, desde sus prácticas conceptuales en las décadas iniciales de los sesenta y los setenta hasta sus piezas de carácter performativo.

El montaje de la muestra no atiende a una estructura lineal, tiene más de atlas que de repaso cronológico y atiende tanto a su producción plástica como a la cinematográfica, basadas ambas, frecuentemente, en la recopilación de fragmentos de orígenes diversos y en el recurso a elementos temáticos constantes, como las medias de nailon, el hongo atómico y las bombas y las referencias a la sociedad de consumo y a la amenaza nuclear, asuntos muy presentes en el entorno social de posguerra en el que Conner comenzó su trayectoria.

Rudolf Frieling, comisario de la retrospectiva junto a Gary Garrels, recomienda que sus obras sean contempladas como confluencia de caracteres y pensamientos presentes tanto en el conjunto de la sociedad estadounidense como en los artistas que compartieron con él contexto, no únicamente como fruto (que también) de un genio individual. Manejó un sentido de la belleza peculiar, ligado a lo trágico pasado o por pasar, y desarrolló cada uno de sus trabajos como si se tratara de un universo propio y diferenciado del resto de su obra: sus assemblages y collages, sus fotografías punk, sus finísimos trabajos sobre papel y sus filmes pueden tener bastante que ver entre ellos, pero separadamente y si no hubiera cartelas podríamos adjudicarlos a otras manos. Además, se hace evidente que, sin excepción, todas las piezas presentes en el Reina son fruto de procesos lentos y minuciosos; no era amigo Conner de la resolución rápida y sí un obseso de los detalles.

Bruce Conner. Todo es cierto. Vista de sala
Bruce Conner. Todo es cierto. Vista de sala

Por su diálogo con un buen número de movimientos (en algunos assemblages se hacen evidentes las huellas dadá) y por el carácter universal de sus temas, la obra de este artista estadounidense puede entenderse, según Frieling, como atemporal, vital tanto en la segunda mitad del s XX como en lo que llevamos de siglo XXI, sobre todo para autores de su país, aunque no solo: ahí está Marclay.

El Reina Sofía ha reunido 250 trabajos suyos, desde las pinturas abstractas evocadoras de la naturaleza que llevó a cabo siendo aún estudiante hasta sus series fotográficas, cautivadoras, pasando por sus incursiones en el cine, la escultura, el collage o el grabado: su tránsito entre unos y otros formatos era absolutamente fluido.

Sus filmes, elaborados a partir de imágenes propias y también tomadas de noticieros, documentales o tráileres, apuntan a cuestiones como la violencia presente en la cultura americana, la cosificación del cuerpo femenino o el citado holocausto nuclear, temas absolutamente presentes en el conjunto de su obra. El MNCARS nos enseña diez de sus piezas fílmicas insertas entre el resto de sus trabajos, entre ellas las fundamentales A movie, Report y Crossroads, todas básicas en la evolución del cine estadounidense de vanguardia.

Bruce Conner. Three Screen Ray
Bruce Conner. Three Screen Ray

 

Bruce Conner. Child, 1959
Bruce Conner. Child, 1959

De violencia y de la postura ética del artista ante ella también hablan algunos de sus mejores assemblages, como el inquietante Black Dhalia: una media amortaja una pluma, tubería de goma, lentejuelas y tabaco en su referencia al asesinato de una joven en Los Ángeles en 1947, o su magnético Homage to Jean Harlow, en el que abordó de forma explícita la construcción social de la identidad femenina sobre la que tanto reflexionó. Algunos se exhibían colgados en la pared o el techo y parte de ellos eran portátiles: Conner los llevaba en la mano o al hombro.

Entre los que realizó a fines de los cincuenta y principios de los sesenta, varios formaron parte de lo que llamó “esculturas oscuras”, que el Reina nos presenta acertadamente en una sala negra. Presentan un marcado carácter espiritual (aunque Conner no profesaba ninguna religión, mantenía que la narración cristiana de la vida de Cristo tiene que ver con asuntos universales sobre el crecimiento y la decadencia y muerte, el sufrimiento y la redención) y entre ellos destaca el sobrecogedor Child, su alegato contra la pena de muerte. Dada la dificultad de su conservación, apenas ha sido expuesto y para esta ocasión ha tenido que ser minuciosamente restaurado.

En 1961-1962, descontento con la deriva de la sociedad estadounidense y temeroso de las amenazas de la Guerra Fría, Conner se refugió en México. Su estancia fue breve pero muy productiva: allí realizó sus collages y assemblages más exuberantes (fijaos en el biombo y en el formado por sus coloridos zapatos propios) y un filme y un dibujo dedicados al hongo nuclear en el que lo transforma en otro tipo de hongo, sagrado y psicodélico.

Con todo, quizá el Conner más atractivo sea el presente en sus trabajos contra las convenciones, como el firmado con sus huellas dactilares o la serie en la que se rebela contra el NO TOCAR de los museos, y el de sus dibujos posteriores a su regreso mexicano, elaborados muchos con tinta y rotulador (exponiéndose intencionadamente, en este último caso, a las consecuencias evidentes de no durabilidad). En ocasiones aplicaba con destreza manchas de tinta sobre papel estriado en disposiciones lineales; otras veces, recurría a las salpicaduras, azarosas pero precisas. También con tinta elaboró obras que nos recuerdan a los tests de Roscharch por sus formas singulares (el milagro ocurre al doblar el papel, decía).

Y entre sus series fotográficas destacan ANGELS, fotogramas a tamaño natural de su propio cuerpo presionado contra papel fotosensible y convertido en motivo abstracto, y las que elaboró para el fanzine punk Search & Destroy y en homenaje a Frankie Fix.

Bruce Conner. Todo es cierto. Vista de sala
Bruce Conner. Todo es cierto. Vista de sala

 

Bruce Conner. Todo es cierto

MUSEO NACIONAL CENTRO DE ARTE REINA SOFÍA

c/ Santa Isabel, 52

28012 Madrid

Del 21 de febrero al 22 de mayo de 2017

 

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