Pello Irazu mutable

El Guggenheim repasa sus treinta años de carrera

Bilbao,
Pello Irazu. La tierra que duerme, 1986
Pello Irazu. La tierra que duerme, 1986

Entre los artistas españoles que en los ochenta renovaron nuestra escultura partiendo siempre del legado de Oteiza (Txomin Badiola, Ángel Bados, María Luisa Fernández o Juan Luis Moraza), Pello Irazu es uno de los que ha consolidado una trayectoria más extensa y sólida, aunando referencias a las grandes corrientes que marcaron los destinos de la escultura del siglo XX (constructivismo, minimalismo y pop art) con un análisis muy personal de nuestra relación con los espacios que habitamos.

Si hace un par de años llevó a la Sala Alcalá 31 madrileña “Un muro incierto”, que fue un laberíntico proyecto específico pero también un compendio de las instalaciones murales que ha llevado a cabo en las últimas dos décadas, desde el 10 de marzo presenta en el Museo Guggenheim “Panorama”, un repaso a su carrera cuyo montaje ha sido ideado por el propio Irazu, responsable del dispositivo conceptual y físico que articula la muestra.

Uno de los objetivos de “Panorama” es incidir en la idea de que, aunque la escultura haya sido el mayor foco de sus investigaciones, Irazu también se ha servido de la fotografía, el dibujo y la pintura mural a la hora de abordar las relaciones entre cuerpos, espacios, objetos e imágenes.

Un gran pasillo cruza en diagonal la zona central de una sala en la que se exhiben, en recorrido circular aunque no estricto, las piezas en distintos formatos del autor, desde imágenes de mediados de los ochenta hasta otras actuales acompañas de esculturas metálicas, en un viaje que remite al eterno retorno. La visita, como en las muestras de Irazu es frecuente, es una experiencia más que estética, espacial: podemos optar por seguir distintos itinerarios, cada uno aproximadamente lineal, después o antes de recorrer el pasillo central, que contiene trabajos sobre papel y una pintura mural que se ha creado específicamente para esta exposición y que de algún modo resume su evolución creando dibujos, collages y pinturas. En torno al pasillo quedan, por tanto, sus esculturas en pequeños y grandes formatos y sus fotografías.

Profundamente coherente, ya en sus inicios hace treinta años Irazu dio forma a los parámetros que han marcado la mayor parte de su trabajo: la concepción de sus obras como elementos que condensan actos performativos y que, por tanto, ven limitado su tamaño por las posibilidades físicas del artista, y sus constantes referencias a Oteiza desde la óptica minimalista.

Pello Irazu. Formas de vida 304 (Life Forms 304), 2003–2012
Pello Irazu. Formas de vida 304 (Life Forms 304), 2003–2012

En aquella etapa temprana dio forma el escultor a obras de una intensa densidad material, como Gante (1988), que generan una discontinuidad espacial allí donde se ubiquen. Con los años, de forma muy progresiva, ha sumado a esos trabajos el color a través de gruesas de capas de pintura al óleo – así ocurre en La tierra que duerme (1986), también en el Guggenheim – o de aplicaciones de aerosoles más industriales. En sus palabras, “en ambos casos y con matices, se provoca una contradicción entre lo óptico (el ojo) y lo háptico o táctil, con sus diferentes espacialidades”.

También desde sus comienzos se sumergió Irazu en el dibujo, concediendo siempre a este soporte dimensiones escultóricas aunque no lo plantee como boceto o diseño de una escultura a desarrollar después. En la que fue su primera pintura mural, Corredor (1989), ya trasladó cuestiones desarrolladas en sus dibujos a situaciones vinculadas al espacio real.

Pello Irazu. Feliz, 1988
Pello Irazu. Feliz, 1988

Tras establecerse en Nueva York a finales de los ochenta, Irazu comenzó a trasladar a su obra una nueva dimensión: la del espacio exterior. Creó piezas con materiales industriales ligeros y accesibles, como el contrachapado o el plástico, que remiten al ámbito doméstico.

Deconstruía también los objetos para re-ensamblarlos de forma discontinua, originando un efecto de extrañamiento y desconcierto sobre el significado de piezas y materiales que nos son cotidianos y sobre las fronteras entre lo público y lo privado; ocurre en Desconocido (1994) o After Pris (1997). Y esas preocupaciones se extendieron a sus fotografías (en White St. o Conmutador presentó procesos de creación privados destinados a entablar una relación pública con otras piezas del artista) y a obras como El buen maestro o La novia, donde intervino los pedestales, las tramas exageradas de los tejidos o los mismos títulos: El buen maestro (sobre la mesa siendo un pedazo de madera) o La novia (serás lo que desees ser).

Podemos considerar que, desde el año 2000 y de regreso a Bilbao, inició Irazu un nuevo camino: el de cuestionar los signos de nuestro entorno mediante formas que los evocan desde la ambigüedad y la extrañeza. En Acrobat (2000) escapa a clasificaciones de formatos fracturando con pintura mural una pared que la escultura sella, y en la instalación Formas de vida 304, otra pintura mural que pertenece, por cierto, a la colección del Guggenheim, transforma sin lugar a dudas nuestra percepción del espacio y la arquitectura.

 

Pello Irazú. Panorama

MUSEO GUGGENHEIM BILBAO

Avenida Abandoibarra, 2

48009 Bilbao

Del 10 de marzo al 25 de junio de 2017

 

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