El rebobinador

José de Ribera, fulget semper virtus

Por haber nacido en Xátiva y por creerse que se formó junto a Ribalta, se ha incluido a menudo a Ribera en la escuela valenciana, pero tenemos que tener en cuenta que su personalidad artística se desarrollo y floreció sobre todo en Italia y que sus auténticos maestros, como los de Rubens, son italianos. Por afincarse en Nápoles y por la influencia amplia que ejerció en la escuela de pintura napolitana posterior, tenemos que incluirlo también en la escuela italiana.

De su juventud no sabemos demasiado: hay constancia de que nació en 1591 en esa localidad valenciana y se supone, como decíamos, que aprendió en un primer momento junto a Francisco Ribalta. No conocemos exactamente cuándo se marchó a Italia, pero sí que era muy joven: en 1616 ya se encontraba en Nápoles y allí se casó con la hija de un pintor.

Por sus méritos con los pinceles y por el apoyo de los virreyes, pronto se hizo con una clientela fiel que le permitió vivir con holgura. El Papa le concedió la Orden de Cristo y Velázquez lo visitó cuando viajó allí; se lo llamó, ya sabéis, Il Spagnoletto.

Ribera fue uno de los grandes tenebristas: es muy posible que se trasladara a Italia interesado ya por el trabajo de los efectos lumínicos que en Valencia difundía Ribalta y que estudiara a fondo la producción de Caravaggio, muerto algo antes de su llegada. Sus sombras y luces son, sin embargo, muy distintas a las de aquel: el valenciano era también un gran colorista, así que ennegrecía más intensamente las sombras. Como la mayoría de sus contemporáneos, utiliza la luz por su valor dramático y por prestar volúmenes a las formas, no llegó a descubrir la opción de dar vida con ella a las atmósferas. Cuando dejaba a un lado el tenebrismo, manejaba el color conforme a los principios que observaba en Tintoretto y Veronés, de ahí que, pese a su evidente distancia, se haya relacionado su obra con la de Correggio.

Como pudimos observar hace no mucho en el Museo del Prado, Ribera fue también un dibujante extraordinario que prestaba mucha atención a sus composiciones. En su obra en papel demostró en buena medida su originalidad: estaba lejos de la simplicidad y la gravedad que manejaban los artistas españoles de entonces y del tono declamatorio de Reni; su equilibrio y monumentalidad los había aprendido seguramente de Rafael, a quien él mismo dijo haber estudiado con esmero, y de la escultura romana. Un ejemplo claro de esta última influencia es Baco en casa de Icario, copia casi literal de un relieve clásico.

Pese a ese clasicismo, el artista fue también un gran representante del naturalismo barroco. Lo vemos en su atención a la realidad en El niño cojo o El patizambo del Louvre o en La mujer barbuda (1631); esa sed de verismo la mantuvo Ribera a lo largo de toda su trayectoria: podemos fijarnos en cómo se recrea en el brillo de las mejillas, las arrugas de las manos de los ancianos, la sangre de las heridas.

José de Ribera. El patizambo, 1642. Museo del Louvre
José de Ribera. El patizambo, 1642. Museo del Louvre

Ante todo, nuestro autor es pintor de temas religiosos. Su factura pastosa y su mimo a las calidades de los materiales lo vemos en el Nacimiento del Louvre, Los desposorios místicos de Santa Catalina del Metropolitan, el Cristo en la cruz de la Colegiata de Osuna o la Piedad de Nápoles, donde se aprecia su preocupación por el escorzo del cuerpo de Cristo, al gusto caravaggiesco, dotado de un acentuado sentido dramático y monumental.

Esos rasgos también se aprecian en la Trinidad del Prado, en la que el Padre, sobre las nubes, parece sentado en un firme trono de granito. Un año antes de su muerte, realizó Ribera su Comunión de los apóstoles, obra de tema poco frecuente, composición muy bella y cromatismo casi veneciano. Entre sus Concepciones destaca la de las Agustinas de Salamanca, pintada por encargo del virrey de Nápoles, conde de Monterrey, grandiosa y monumental.

Pero, en su obra religiosa, merecen especial atención los santos, sobre todo los retratos de penitentes y mártires: sus versiones de San Sebastián prueban que le interesa captar más el movimiento y el dramatismo en los cuerpos, recortándose en la sombra en este caso, que lo cruento de los martirios.

José de Ribera. San Sebastián, 1636. Museo Nacional del Prado
José de Ribera. San Sebastián, 1636. Museo Nacional del Prado
José de Ribera. Sileno ebrio, 1626. Museo de Capodimonte, Nápoles
José de Ribera. Sileno ebrio, 1626. Museo de Capodimonte, Nápoles
José de Ribera. Santa Inés en la prisión, 1641. Gemaeldegalerie Alte Meister, Dresde
José de Ribera. Santa Inés en la prisión, 1641. Gemaeldegalerie Alte Meister, Dresde

En los santos de cuerpo entero y actitud reposada, sin embargo, es clave la grandiosidad aprendida de la escultura romana. Podemos citar el San Juan Baustista, también del Prado, con el típico tronco riberesco en el fondo, grueso e inclinado, cruzando el lienzo y acompañando la figura del santo y la Magdalena penitente que asciende a los cielos.

Muchos identifican a Ribera con santos de piel rugosa, pero manifestó también un sentido muy elegante de la belleza femenina; otra prueba es la Santa Inés del Museo de Dresde.

Respecto a temas del Antiguo Testamento, son especialmente bellos El sueño de Jacob, que conjuga simplicidad y monumentalidad, o Jacob e Isaac, donde muestra más interés por el color que por el tenebrismo.

Y con todo… Ribera es el pintor español que más temas mitológicos representó, junto a Velázquez. Mencionamos al principio Baco en casa de Icario, del que solo se conserva la cabeza del dios y otra de mujer, en el Prado. El Museo de Nápoles atesora Sileno ebrio y Apolo y Marsias, esta última obra con composición muy movida y de elevado dramatismo, y el Prado guarda también los grandes lienzos de Ixión y Ticio.

 

 

 

Comentarios