El paseo póstumo de Giacometti en el Prado

Sus esculturas se integran hasta julio en las colecciones del Museo

Madrid,

Cuando los responsables del Museo del Prado diseñaban la programación de su Bicentenario, que este año celebramos, pensaron que en el periodo transcurrido entre el cierre de la exposición “Museo del Prado 1819-2019. Un lugar de memoria” y la apertura de la dedicada a Fra Angelico y el Renacimiento florentino, en mayo, sería oportuno presentar proyectos que pusieran en valor sus colecciones en las salas del edificio de Villanueva. Uno de ellos se inició la semana pasada y tenía como eje El fusilamiento de Torrijos (en el 150 aniversario de la nacionalización de las colecciones reales), otro llegará el 9 de abril y recordará el aspecto original del llamado Gabinete de descanso de Sus Majestades y quizá el más importante sea el que desde hoy nos permite contemplar una veintena de obras de Giacometti integradas en las salas nobles de la pinacoteca.

Esta muestra -ha explicado hoy Miguel Falomir- pone de relieve que el Prado siempre se ha interesado por el arte contemporáneo (durante un tiempo fue museo que acogió creaciones coetáneas) y que sus colecciones han ejercido una influencia extraordinaria en artistas del siglo XX. Giacometti no visitó sus salas, pero sí sabemos que admiró a algunos de sus maestros y que tuvo ocasión de contemplar obras fundamentales de sus fondos mientras estuvieron expuestas en Ginebra en el verano de 1939, recién acabada la Guerra Civil. Él fue uno de los cerca de 350.000 visitantes que cosechó aquella exhibición en el Museo de Bellas Artes de la ciudad suiza: contaba entonces treinta y cinco años y se dejó seducir sobre todo por Tintoretto y Velázquez (más por Las hilanderas que por Las Meninas).

Dieciocho esculturas y dos óleos del autor de La bola suspendida han llegado al Prado procedentes de diversas colecciones públicas y privadas internacionales y con la colaboración de la Fundación Beyeler de Basilea (que el verano pasado confrontó su producción con la de Bacon), la Comunidad de Madrid y el grupo Mirabaud. Se ha decidido no confinarlas en una única sala sino diseminarlas en cuatro, incluida la de Las Meninas, para multiplicar las imágenes sugerentes de una exposición que seguramente quedará en la memoria de quienes la vean y que legará también algunas de las fotografías más potentes de la memoria visual del Prado.

Ha recordado Falomir que nunca había podido contemplarse la producción de Giacometti en un museo como este, junto a la de los pintores que admiró o compartiendo espacio (ese que el suizo quiso subrayar con la persistente depuración de la materia) con la de autores clásicos; el resultado depara combinaciones inesperadas y felices y ese era el propósito de la comisaria, Carmen Giménez, quien ha querido plantear la muestra como un paseo póstumo del artista por el Prado cuyo eje fuese, evidentemente, la figura humana.

Ha buscado igualmente que no quedara velada la raigambre existencialista de la obra de Giacometti, a medio camino entre el ser y la nada, sobre todo tras la II Guerra Mundial (todas las piezas expuestas son posteriores a 1945) y tampoco esa relación fundamental de sus piezas con el espacio. Sus compañeros de sala subrayan esas esencias; se ha referido Giménez a un diálogo sin interferencias, a una comunicación muy secreta, a una integración que abre puertas a conocimientos nuevos, más que a asociaciones temáticas o formales, por más que en algún momento se apunten y conmuevan.

Imagen de las salas de exposición. © Alberto Giacometti Estate / VEGAP, Madrid, 2019 * Foto © Museo Nacional del Prado
Imagen de las salas de exposición. © Alberto Giacometti Estate / VEGAP, Madrid, 2019. Fotografía © Museo Nacional del Prado

El recorrido comienza en la sala 12, la de Las Meninas: frente al juego maestro de Velázquez con el espacio encontramos una recreación de la Piazza de Giacometti. No aparece cruzada por cuatro hombres caminando hacia su centro, sin entablar relación entre ellos, pero sí encontramos en ella no una sino dos grandes mujeres, el Hombre que camina II y una Gran cabeza.

Imagen de las salas de exposición. © Alberto Giacometti Estate / VEGAP, Madrid, 2019 * Foto © Museo Nacional del Prado
Imagen de las salas de exposición. © Alberto Giacometti Estate / VEGAP, Madrid, 2019. Fotografía © Museo Nacional del Prado

En la Galería Central veremos el grueso de los Giacomettis del Prado, comunicándose también entre ellos por su disposición a veces geométrica. Junto al espacio imponente, casi fílmico, del Lavatorio de Tintoretto se han dispuesto las siete afiladas mujeres venecianas que en 1956 se vieron en la Biennale (la de Venecia era la escuela del pintor, del que Giacometti dijó en sus Escritos, tras la muestra ginebrina: Fue para mí un descubrimiento maravilloso, una cortina abierta sobre un mundo nuevo que era el reflejo del mundo real que me rodeaba).

Imagen de las salas de exposición. © Alberto Giacometti Estate / VEGAP, Madrid, 2019 * Foto © Museo Nacional del Prado
Imagen de las salas de exposición. © Alberto Giacometti Estate / VEGAP, Madrid, 2019. Fotografía © Museo Nacional del Prado

Frente al Carlos V en la batalla de Mühlberg de Tiziano (él entuasiasmó menos al suizo) encontramos su Carro comandado por una estilizada figura de mujer y entre obras de Reni, Veronés o Rubens se han dispuesto también dos de sus imponentes figuras femeninas, dos bustos de Eli Lotar y retratos al óleo de su hermano Diego y de Isaku Yanaihara (que relató sus posados para Giacometti; podemos conocerlos en Trabajo como una mosca).

Quizá las comuniones más poéticas del artista con la colección del Prado lleguen en la sala 19, donde otra de sus mujeres de pie, verticalísimas y prácticamente planas, da la espalda a las figuras espigadas de El Greco y en la 20, donde La jambe, monumental y fragmentada, que esculpió en 1958 habitará junto a otras piernas monumentales: las de los Hércules de Zurbarán o las del vecino Cristo en la Cruz junto a San Lucas como pintor. Esa pierna despojada, ha dicho hoy Giménez, es casi un ser humano.

Imagen de las salas de exposición. © Alberto Giacometti Estate / VEGAP, Madrid, 2019 * Foto © Museo Nacional del Prado
Imagen de las salas de exposición. © Alberto Giacometti Estate / VEGAP, Madrid, 2019. Fotografía © Museo Nacional del Prado

EL SINSENTIDO DE LA ANÉCDOTA

Tras la II Guerra Mundial, nada fue igual para ningún creador europeo. Alberto Giacometti quiso entonces, en mayor medida que en su arte anterior, encontrar las esencias humanas y presentárnoslas en su desnudez y sin artificios, en diálogo con el arte primitivo o el clásico. En sus comienzos había comulgado con el cubismo y el surrealismo, en obras de mayor contenido simbólico y a veces, de rasgos abstractos, pero desde 1945 se volcó en la realización de figuras esquemáticas y rugosas, despojadas de materia y convertidas en tótems.

Amigo de Simone de Beauvoir, Jean Genet o Sartre, compartió con sus referentes literarios su voluntad de ver y comprender el mundo, de sentirlo con intensidad y ampliar al máximo su capacidad de exploración, en sus palabras.

A medida que avanzó en su carrera, concluyó que solo la reducción, la eliminación del adorno, podía agudizar la mirada: Solo lo minúsculo se me antojaba parecido. Lo comprendí más tarde: no se ve a una persona en su conjunto hasta que uno se aleja y se hace minúscula.

Trabajando con arcilla y yeso (materiales que otros usaban para los ensayos), ampliaba el espacio entre figuras, las condensaba al vacío, y su delgadez se convirtió en estado de ánimo después de la guerra: Estaba ya harto y me juré que no dejaría que mis estatuas se redujesen ni una pulgada. Y entonces pasó esto: logré mantener la altura, pero la estatua se quedó muy delgada, como una varilla, filiforme.

 

“Alberto Giacometti en el Museo del Prado”

MUSEO NACIONAL DEL PRADO

Paseo del Prado, s/n

Madrid

Del 2 de abril al 7 de julio de 2019

 

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