Joan Miró, lienzos como poemas

La Fundación MAPFRE explora los nexos entre pintura y poesía en su obra

Madrid,

Desde hace casi cinco años, la sede en Recoletos de la Fundación MAPFRE contaba con un espacio expositivo permanente donde contemplar más de sesenta pinturas de Joan Miró junto a móviles de Calder; se trataba de piezas depositadas en esta institución por cinco colecciones españolas y en su conjunto, por número y calidad de las obras, suponían los quintos fondos en importancia del autor catalán en la península, tras los que ofrecen sus fundaciones en Barcelona y Palma de Mallorca, el Museo Reina Sofía y la Fundación Serralves portuguesa.

Ese depósito se anunció con vocación de permanencia, sin embargo, hoy hemos conocido que no será renovado, de modo que Espacio Miró podrá visitarse en la capital hasta el final de agosto; después su acervo pasará a exponerse en Parma antes de regresar a manos de sus propietarios.  Coincidiendo con esta noticia, y a partir del 3 de junio, renueva este centro su compromiso con la difusión de la obra del barcelonés presentando la exhibición “Miró Poema”, que ha comisariado Carlos Martín y cuenta con dibujos, pinturas y también libros ilustrados que subrayan la más que estrecha relación entre el artista y la poesía: ferviente lector (algunos volúmenes de su biblioteca pueden verse en Madrid), contó desde su juventud con amigos poetas y renovó su devoción por ese género literario al establecerse en París, en los veinte, una década en la que convivían en la capital francesa literatos decimonónicos aún activos y también quienes ya se esforzaban por renovar el lenguaje poético, comandados estos últimos por Apollinaire.

Justamente esa década es uno de los polos cronológicos que vertebran esta muestra: contemplaremos de aquella época pinturas que se alejaban de las convenciones pictóricas anteriores (narratividad, anécdota) y que comenzaban a manifestar claros rasgos surrealistas; por algo dijo Breton que Miró era el más surrealista entre ellos. Era consciente, el autor que tanto trabajó a partir de la tríada mujer-pájaro-estrella, de introducirse en terrenos de riesgo. El otro polo temporal del recorrido lo constituyen los sesenta, cuando el artista miró hacia atrás buscando dialogar con el pasado, a través de letras y signos flotando en fondos acuosos y monocromos.

No solo llevó Miró la poesía a su trabajo sino que también incorporó sus ilustraciones a los textos de poetas cercanos e incluso creó libros de artista propios que conjugaban imagen y texto (poético): a la Fundación MAPFRE han llegado El lagarto de las plumas de oro, Ubú en las Baleares y La infancia de Ubú, datados todos en la primera mitad de los setenta. Así, al margen de cronologías, son dos los rumbos que marcan la exposición; en palabras del comisario, transcurre a través de dos líneas distintas pero paralelas. Una más compleja y especulativa que trata de desentrañar el papel de la escritura poética en su abordaje y práctica de la pintura, tanto conceptual como literalmente, desde los años 1920 hasta su obra tardía. Otra más directa que se refiere a sus numerosas colaboraciones con diversos poetas, en un constante juego de intercambio entre la palabra y la imagen, entre el signo lingüístico y el trazo pictórico.

Afirma también Martín que palabras, letras, cifras y sonidos le permitían superar las barreras dadas a la pintura, desafiar su destino autoimpuesto en lo plástico, y que estas lecturas abiertas de su producción han llegado en los últimos años y auguran caminos fructíferos: Ese sesgo literario, tras haber quedado alojado en el rincón del pie de página, se ha revitalizado en los últimos años al calor de una lectura más transversal de la historia del arte y de una disolución de fronteras que parece ser un eco de la apertura y bifurcación de caminos que el propio Miró buscaba.

Paulatinamente, llegó a considerar Miró que la poesía no era un territorio ajeno a su oficio de pintor, hasta terminar afirmando que aquella y la pintura eran la misma cosa: la ocultación de contenidos evidentes, la sustitución de la obviedad por la veladura, permitía, también en el lienzo, otras vías de comunicación.

Joan Miró. Nord-Sud, 1917. Collection Adrien Maeght, Saint-Paul © Photo Galerie Maeght, Paris © Successió Miró 2021
Joan Miró. Nord-Sud, 1917. Collection Adrien Maeght, Saint-Paul © Photo Galerie Maeght, Paris © Successió Miró 2021

“Miró Poema” comienza presentándonos Nord-Sud (1917), pieza que podemos entender como introducción y manifiesto, al ser la primera de las obras en las que el catalán integró la palabra escrita; se trata de un bodegón de ecos cubistas cuyos elementos parecen dispuestos de forma aleatoria, pero logran componer un ambiente íntimo y lírico: una maceta, un botijo, una fruta y una jaula abierta con un pájaro comparten espacio con un libro de Goethe y la misma revista Nord-Sud, que introdujo la modernidad poética en Barcelona.

A continuación cuatro secciones articulan la exposición: En caminos peligrosos reúne intentos primeros de Miró por traducir la literatura en el campo plástico en los veinte, tentativas que fructificaron en su primer libro ilustrado, de 1928; era el poemario infantil Il était une petite pie, de Lise Hirtz. Había llegado a París ocho años antes y desde 1924 venía ensayando un modelo de composición basado en figuras flotantes en infinitos mares de azul; en esas obras etéreas destilaba el lenguaje, cultivaba la desnudez de las palabras en sintonía con los propósitos de los poetas que conocía. En sus constelaciones se intuye la práctica de la escritura automática y la atención a los ensayos de Breton y Philippe Soupault; también formaba parte de su biblioteca el poemario Azul de Rubén Darío, otra probable influencia: ese tono, habitual en Miró, contiene ascetismo, mar, cielo y sueño.

Joan Miró. Érase una urraquita, 1928. Cortesía Galerie Jeanne Bucher Jaeger, París © Successió Miró 2021
Joan Miró. Érase una urraquita, 1928. Cortesía Galerie Jeanne Bucher Jaeger, París © Successió Miró 2021

Del Pompidou ha llegado La siesta (1925), en la que en un fondo azul apreciamos manchas, formas y signos, solo en apariencia azarosos: son fruto de estudios previos. La ingenuidad mironiana no es tal; sus escenas derivan de meditaciones lentas para la gestación de un cosmos plástico propio.

Joan Miró. Pintura (Mujer, tallo, corazón), 1925. Colección particular © Joan-Ramon Bonet/David Bonet © Successió Miró 2021
Joan Miró. Pintura (Mujer, tallo, corazón), 1925. Colección particular © Joan-Ramon Bonet/David Bonet © Successió Miró 2021
Joan Miró. La siesta, 1925. ©Centre Pompidou, MNAM-CCI, Dist. RMN-Grand Palais / Jean-François Tomasian © Successió Miró 2021
Joan Miró. La siesta, 1925. ©Centre Pompidou, MNAM-CCI, Dist. RMN-Grand Palais / Jean-François Tomasian © Successió Miró 2021

El segundo apartado, El trazo como escritura y reescritura, presenta obras que retocaba y tachaba para hacer de ellas trabajos nuevos, como La golondrina deslumbrada por el brillo de la pupila roja, reelaborada entre 1925 y 1960. En sus cuadernos y libros ilustrados también empleaba, en ocasiones, el mismo método; su primer libro de artista se fecha en 1936-1939 y, junto a sus dibujos, aparecen en él poemas escritos por el mismo Miró conforme al estilo surrealista. Nunca vio la luz en su forma última, pero alumbraría en 1971 aquel Le lézard aux plumes d’or.

La grafía ganó peso en su producción en los sesenta, como lenguaje visual libérrimo: no quería Miró que los condicionamientos textuales se impusieran en sus estampas o dibujos. Del mismo modo, cuando ilustraba, no pretendía solo eso, sino expandir los textos y ofrecer de ellos nuevas miradas.

Palabras encadenadas, letras en libertad nos traslada a 1968: letras y cifras pululan en fondos vaporosos, a veces atraídas por chispas: además de por las propuestas surrealistas, se interesó Miró por el dadaísmo y las palabras en libertad de Marinetti (poemas surgidos de asociaciones automáticas) y por el letrismo, que defendió utilizar la letra como sonido y luego como imagen. Así, la poesía se volvía música y la escritura, pintura.

Al calor de mayo del 68, recuperó el artista al Ubú de Alfred Jarry, descontextualizándolo: los mencionados L’enfance d’Ubu y Ubu aux Baléares contienen ironías y dobles y triples sentidos; en paralelo colaboró con Brossa, figura esencial de la poesía visual.

Por último, De la poesía al poema recuerda cómo, de nuevo en su afán de contemplar el pasado con otros ojos, miró la poesía desde la pintura y convirtió en poemas aquellas piezas que contenían pintura en su título. Lo vemos en Poème III (1968) y Poème à la gloire des étincelles (1969), conmovedores en su sencillez; en el segundo, contemplamos una serie de chispas y líneas negras que componen espirales gestuales como si hubieran surgido de la nada. Trasladó Miró ese lenguaje poético y plástico a la vez a sus últimos libros ilustrados, como Adonides de Prévert o Càntic del sol de San Francisco de Asís.

Os sugerimos recoger la audioguía de la muestra antes de la visita, porque os llevaréis una sorpresa: reforzando los vínculos posibles entre Miró y la poesía, recitan sus obras Luisa Castro, Alberto Chessa, Antonio Colinas, Miquel de Palol, Olvido García Valdés, Darío Jaramillo, Sandra Lorenzano, Juan Carlos Mestre, Julia Piera y Cristina Peri Rossi.

Joan Miró. El lagarto de las plumas de oro, 1971. Fundació Joan Miró, Barcelona (FJM 6881) FotoGasull © Successió Miró 2021
Joan Miró. El lagarto de las plumas de oro, 1971. Fundació Joan Miró, Barcelona (FJM 6881) FotoGasull © Successió Miró 2021
Jacques Prévert y Joan Miró. Adonides, 1975. Fundació Joan Miró, Barcelona (FJM 10785) FotoGasull © Successió Miró 2021
Jacques Prévert y Joan Miró. Adonides, 1975. Fundació Joan Miró, Barcelona (FJM 10785) FotoGasull © Successió Miró 2021

 

 

“Miró Poema”

FUNDACIÓN MAPFRE. SALA RECOLETOS

Paseo de Recoletos, 23

Madrid

Del 3 de junio al 21 de agosto de 2021

 

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