Más de un centenar de espirales, su símbolo más icónico y personal, se cuentan en la producción de Martín Chirino (Las Palmas, 1925-Madrid, 2019). Espirales en las que confluyen forma y sentimientos; figuras en las que el artista combinó con maestría la fuerte presencia del metal con la ligereza del viento.
Fue una constante en su carrera, en realidad, en toda su vida. La espiral está presente en Chirino desde su infancia, desde que siendo un niño jugaba en la playa de Las Canteras con los remolinos que los vientos alisios creaban sobre la arena generando espirales ascendentes; la misma arena sobre la que el pequeño Martín dibujaba. Esa desde la que alcanzaba a ver los cascos de los barcos en el muelle, que pronto despertarían su interés por el hierro. Todos aquellos recuerdos pervivieron como ensoñaciones en el creador. En 2008, en su discurso de investidura como doctor honoris causa por la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, diría: “Cuando miro hacia atrás en el tiempo, creo que mi historia es la de un niño solitario que emprende el camino y sigue hasta el final, por los difíciles y complejos caminos del arte. A pesar de mi edad y desde la atalaya del tiempo, me resulta fácil recordar con qué fascinación admiraba la magnitud de los cascos de hierro de los barcos varados en los astilleros del Puerto de la Luz, donde trabajaba mi padre. En ese entorno nací y crecí para soñar caminos en los largos días de mi infancia. Aún recuerdo el mismo escenario donde contemplaba obsesivamente un boquete, lugar por donde el mar se metía y saltaba, sin poder evitar la atracción que sentía al contemplar la espuma de las olas escapándose y dibujando formas muy atractivas sobre la superficie”.
Pero la espiral es también un recuerdo a sus ancestros, un vestigio de las culturas milenarias que habitaron las Islas Canarias. Es, además, una concepción mítica, principio y fin de la vida. Una forma que nos adentra hacia el centro del universo, como decía su amigo el poeta Manuel Padorno.
No es fácil atrapar el viento, resulta imposible domarlo. Al contrario, nos mece, agita o despeina a su antojo. Pero Chirino, que lo retuvo en sus sueños y que seguía dibujándolo en el espacio, se atrevió a dominarlo en la forja. “Aún recuerdo el momento en que el hierro entre mis manos gira y vuelve a girar sobre sí mismo para dar origen a la espiral, que ya estaba en mi mente como alegoría del viento”, escribiría el escultor.
Su primer Viento data de 1958 y es una de las piezas centrales que encontramos en la exposición “Martín Chirino: Vientos. Un camino en espiral hacia el origen”, que hasta el próximo 17 de septiembre se puede visitar en el Castillo de la Luz de Las Palmas, sede de la Fundación de Arte y Pensamiento Martín Chirino. En ella se han reunido obras representativas de esta serie iniciada a finales de los años cincuenta y que lo acompañaría a lo largo de toda su trayectoria.
Estas obras escogidas ayudan a entender cómo la espiral se va modulando en el tiempo, intensificando su potencia estética. Las más tempranas presentan un dentado, unas pequeñas hendiduras en el centro de la pieza, que irá desapareciendo en las posteriores, completamente replegadas sobre sí mismas, refugiadas en su propia intimidad. Se muestran también algunas obras sobre papel y tela que completan esta panorámica de la espiral como símbolo inspirador para Chirino y leitmotiv en su carrera.
Junto a las suyas se exhiben otras piezas de artistas de su generación como Jorge Oteiza, al que le unía la importancia concedida al vacío; El Lissitzky, representante del vanguardismo soviético, con quien mantuvo puntos de contacto; Robert Smithson, que también trabajó el tema de la espiral; y Julio González, uno de sus grandes referentes. Fue decisivo en su creación el viaje iniciático que Chirino realizó a París en 1952, donde pudo ver la exposición que el Musée d’Art Moderne de la Ville de Paris dedicaba a González. También su encuentro con la obra de Brancusi y Arp, así como un año más tarde el acercamiento a las esculturas de Henry Moore y Barbara Hepworth.
También se incluye en la muestra un conjunto de 11 “pintaderas”, símbolo identitario de las poblaciones prehispánicas de Gran Canaria, cedidas por el Museo Canario, en alusión a ese origen al que Chirino siempre volvía.
Esta exposición sirve de contexto a la publicación del tercer volumen de la Enciclopedia Martín Chirino, dedicada a los Vientos. Tras las dos monografías anteriores: Reinas Negras y Afrocán, la investigación se centra ahora en esta otra serie fundamental, quizás la más carismática del escultor, a cargo de Fernando Castro Flórez, profesor de Estética de la Universidad Autónoma de Madrid y conocido crítico de arte, que es también el comisario de la exposición.
En su sobresaliente aportación a esta monografía, Castro Flórez profundiza en cómo, más allá de lo puramente formal y plástico, Martín Chirino poseía una mirada estética y filosófica que ayuda a desvelar algunos de esos misterios que encierra la espiral, como referencia al infinito o en alusión al laberinto de la vida. Con ello, nos recuerda asimismo que otra de las grandezas del legado del artista es el hecho de que su obra siempre nos incita a pensar.
Es este un libro repleto de notas y apuntes que ahondan en la obra de Martín Chirino y lo convierten en una referencia indispensable para conocer en profundidad, no solo esta etapa tan particular de su carrera, sino la propia esencia de su arte y de su pensamiento.
“Martín Chirino: Vientos. Un camino en espiral hacia el origen”
CASTILLO DE LA LUZ
C/ Juan Rejón s/n
Las Palmas, Gran Canaria
Del 16 de junio al 17 de septiembre de 2023
