Marina Abramovic, la guerra del propio cuerpo

El Louisiana Museum danés le dedica su mayor retrospectiva europea

Humlebæk ,

Acción y reacción emocional. Dicen quienes han presenciado en vivo las performances de Marina Abramovic que es una experiencia de la que no es fácil regresar como se fue, quizá por la posibilidad de empatizar con un cuerpo que la artista utiliza como herramienta, escenario de batallas, campo para experimentar; como obra en sí misma en conjunción indisoluble con su mente.

La artista serbia no reniega de esa calificación habitual de abuela de la performance que se le atribuye, porque no tiene problema en reivindicar sus cinco décadas de carrera arriesgada colocándose física y psicológicamente al límite y superando los desafíos dispuesta a poner a prueba otra vez más su energía, su capacidad de transgredir y la nuestra de mirar. Ella es sujeto, medio y objeto; emisora y mensaje.

Pero, en las prácticas de Abramovic, el público es mucho más que el receptor: con los espectadores desarrolla intensos intercambios de sensaciones y energías; ellos forman parte de su ecuación, de la propia performance, con sus reacciones viscerales o su (difícil) distancia. La producción de Abramovic no tendría sentido en soledad ni en espacios privados, y ella nunca se ha planteado bloquear esas corrientes de fuerza que sus trabajos generan poniéndose esas barreras. Barreras que, por otro lado, impedirían la provocación y el atrevimiento.

Marina Abramovic. Stromboli III Volcano, 2002
Marina Abramovic. Stromboli III Volcano, 2002

Ya en sus comienzos, tras formarse en Bellas Artes en Serbia y Croacia, decidió explorar hasta qué punto podía someter su cuerpo al dolor, la automutilación o el sufrimiento, y en el camino indagar también en hasta qué punto el público era capaz de aguantar la visión de sus heridas con los ojos abiertos, sin girar la cara o marcharse. Ensayaba su propia resistencia física y la resistencia moral de terceros, así que no podemos decir únicamente que haya trabajado con su cuerpo, también sobre él.

La comunión con el espectador llegó a un punto clave particularmente intenso cuando Abramovic, en Rythm 0, puso su cuerpo a disposición del público, y no solo su cuerpo, también cuchillos, lápices, pistolas, cadenas o perfumes. Puso de relieve con toda su crudeza los peligros de la entrega y de la libertad y llegó a sentirse atacada de verdad.

En los proyectos en los que no interactuaba sin mediación alguna únicamente con el público, Abramovic lo hizo también con la que fue su pareja, el fotógrafo alemán Ulay. Con él compuso una especie de “unidad andrógina” -así lo llamaron ellos-, poniendo continuamente a prueba su mutua confianza y cuestionando en sus acciones si era posible señalar dónde acaban las identidades propias y empiezan las comunes.

Tras despedirse de él en esa performance mística que fue su recorrido por la Gran Muralla China, se reencontró (artísticamente) con Ulay en una de sus obras más difíciles de olvidar (entre otras razones, porque dio lugar a un emotivo documental): The artist is present. Casi 2000 visitantes del MoMA se colocaron frente a ella, su mirada y su silencio, solo separados por una mesa. La mirada de ella parecía querer atrapar la psique de los participantes, llegar a entenderlos penetrando en ellos.

Marina Abramovic. The artist is present. MoMA, 2010
Marina Abramovic. The artist is present. MoMA, 2010

Hasta octubre, el Louisiana Museum danés nos presenta “The cleaner”, la mayor retrospectiva que hasta ahora un museo europeo ha dedicado a Marina. Recoge documentación visual y objetual de más de un centenar de proyectos de la serbia desde sus inicios, desde sus acciones más violentas y arriesgadas a aquellas en las que -como en la del MoMA- apostó por la transferencia silenciosa de emociones con su público y por invitarnos a prestar más atención a nuestra interioridad y nuestros sentidos.

Recorriendo la exhibición, palparemos que el peso de la audiencia en la obra de Abramovic ha sido cada vez mayor y también conoceremos sus trabajos menos conocidos, algunos complementarios de sus performances emblemáticas y otros independientes: bocetos conceptuales de sus comienzos, pinturas y obras sonoras. Entre estas últimas destaca Sound Corridor (War), que ideó en 1971. Propuso al público recorrer un estrecho pasillo bajo el sonido de ametralladoras.

“The Cleaner” puede verse a lo largo de todo el Ala Sur del Louisiana Museum y, aunque se articula cronológicamente, alterna en su presentación lo violento y lo silencioso, lo físico y lo espiritual. Ha sido organizada en diálogo con la propia Abramovic y en colaboración con el Moderna Museet de Estocolmo, el Henie Onstad Kunstsenter y la Bundeskunsthalle de Bonn.

Marina Abramovic. Art must be beautiful, artist must be beautiful. Copenhague, 1975
Marina Abramovic. Art must be beautiful, artist must be beautiful. Copenhague, 1975

 

 

“Marina Abramovic. The cleaner”

LOUISIANA MUSEUM OF MODERN ART

Gammel Strandvej 13

DK 3050 Humlebæk

Del 17 de junio al 22 de octubre de 2017

 

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