Lili Dujourie, el espacio emocional

La pintura de los primitivos flamencos, la música y la literatura han sido siempre la principal fuente de inspiración de Lili Dujourie, una artista belga que siempre ha tratado de hablar de tú a tú al espectador pero sin apelar únicamente a lo emocional, sino también a lo intelectual. Sus materiales (mármol, papel maché, acero, plomo, terciopelo o cerámica) nos transmiten la inmediatez de lo táctil y lo sensorial y las dimensiones escenográficas de sus obras subrayan su carácter procesual y su vocación teatral y conceden a lo ornamental, lo decorativo, un rol fundamental.

Las reflexiones sobre los posibles límites entre la naturaleza y la cultura y sobre las categorías propias de la historiografía del arte constituyen la base de su trabajo, que oscila entre lo figurativo y lo abstracto en función de las sensaciones que Doujourie desee transmitir y de su búsqueda de que el público aprehenda el espacio desde una óptica emocional. Sus títulos no son casuales: hacen alusión a sensaciones derivadas de la observación de la naturaleza, a una relación específica entre el sujeto y el paisaje y entre cultura y naturaleza, en pos de una reflexión sobre el proceso artístico y conceptos asociados a él como la belleza y la ilusión.

La creadora belga, una más en la generación de la que forman parte Daniel Buren, Hanne Darboven, Gilbert & George o Jef Geys, es autora de vídeos, dibujos, instalaciones y esculturas. Se inició trabajando con objetos de acero a finales de los sesenta y principios de los setenta para después adentrarse en la fotografía y en el campo de la imagen en movimiento, llevando a cabo, en la intimidad, vídeos que guardó con celo durante años y que abordaban cuestiones de género o relativas a problemas de identidad (una selección de ellos pudo verse en el CAAC de Sevilla en 2004). A comienzos de los años ochenta reorientó su carrera hacia la realización de esculturas elaboradas con terciopelos plegados o fruncidos en las que pretendía mostrar, desde una cierta melancolía, su concepción de la noción romántica de lo sublime.

La dualidad entre quietud y movimiento que analizaba en sus filmes incide también en estas piezas escultóricas en las que además estudiaba las propiedades físicas de materiales como la arcilla, el plomo, el yeso, el mármol o su amado terciopelo. Sus trabajos en este último material fechados en los ochenta no sólo incorporan referencias a la herencia de los primitivos flamencos, también presentan rasgos evidentes del arte conceptual y el minimalismo.

Los elaboraba con delicadeza y preciosismo, pues sus procesos de trabajo son lentos y delicados con el fin de crear piezas capaces de combinar teatralidad e intimismo.

UNA EXPOSICIÓN FRAGMENTADA

Hasta el próximo 4 de octubre, la artista presenta en el S.M.A.K. de Gante y en el Mu.ZEE de Ostende una retrospectiva, mitad en el interior, mitad en la costa, que repasa su trayectoria desde los sesenta hasta la actualidad. El proyecto se completa con la presentación en el MSK del propio Gante, el museo de bellas artes de la ciudad, de Maagdendael (1982), la primera obra que Dujourie realizó con terciopelo.

La muestra conjunta lleva por título “Folds in time” (Pliegues en el tiempo) y su presentación fragmentada en dos espacios ubicados a 60 kilómetros de distancia, está estrechamente vinculada con la producción de Dujourie y su uso de la estética de lo fragmentario.

Tanto la arquitectura del S.M.A.K como la del Mu.ZEE influyen en la presentación de las muestras de Dujourie: en el centro de Gante, que en su momento fue un casino, el recorrido por la muestra se ha concebido como paseo a través de una serie de salas de exposición tradicionales; en el caso del museo de Ostende, las salas se han concebido como mero entorno de las obras, de modo que el espectador puede elegir qué recorrido seguir. Esta última presentación supone, en realidad, una reflexión, sobre la idea del cubo blanco.