Hace solo unos días os hablábamos de “Un experimento con el tiempo“, primera muestra online que presenta José de la Mano, y decíamos que su título procede de un ensayo de J. W. Dunne en el que se abordaba la experiencia humana de ese paso de las horas. Señalaba este ingeniero que pasado, presente y futuro no son indisociables sino que están condensados en el hoy, aunque nosotros hayamos vertebrado linealmente ese desarrollo temporal para hacerlo apto a nuestra comprensión limitada. No siempre fue así: en culturas tempranas como la mapuche, y también en el Antiguo Egipto, manejaban una noción de tiempo cíclico o circular, ligada a la idea del eterno retorno.
Nuestra nueva #salaON, sección en la que periódicamente repasamos inquietudes habituales entre las nuevas generaciones de artistas partiendo de nuestros Fichados, está dedicada precisamente a su tratamiento del tiempo y a la posibilidad de una apertura de miras respecto al que marcan los relojes: en las artes, no solo las visuales, también los siglos son elásticos. Nos referiremos al trabajo de Clara Montoya, Lorena Amorós, Nieves Mingueza, Cristina Toledo, Natalia Escudero López, María Tinaut, Abel Jaramillo, Andrés Pachón, Rubén Torras Llorca, Óscar Seco, Fernández Alvira, Federico Granell, Maya Watanabe y Victor Man.
Montoya suele enlazar relatos pasados con nuestro presente desde un enfoque conceptual; nos contó que exploraba la belleza de intentar comprender el mundo. Uno de sus últimos proyectos, 1924-2124, se ha concebido para permanecer en desarrollo durante un siglo: se trata de una máquina gestionada por una comunidad mallorquina que prueba cómo, invierno a invierno, la lejanía entre la Tierra y la luna crece 3,8 centímetros. Este objeto está formado por un fuste y una estantería donde se guardan cilindros que miden las distancias; Montoya ha creado el número suficiente para que los haya disponibles hasta 2124. Lorena Amorós aborda el tiempo desde terrenos más personales, atendiendo a lo que en nuestra biografía y en nuestra memoria familiar hay de resbaladizo y de ficticio. Nos invita a poner en cuestión nuestro pasado y el álbum familiar es la gran fuente creativa de sus proyectos multidisciplinares.
Si os habéis encontrado frente a las imágenes en blanco y negro de Nieves Mingueza, sabéis que nos hablan de tiempos perdidos y que nacen de un trabajo de arqueología y creación fotográfica y también de la combinación poética de lo visual y lo textual. Nos contaba que le interesaba explorar las claves que constituyen la esencia de la existencia, tales como el nacimiento, el origen o la familia, las emociones, los conflictos y la muerte, y que su gran fuente creativa es el cine. Cristina Toledo, por su parte, parte de imágenes pasadas para esbozar una reflexión personal y oportuna sobre las incomodidades o torturas que infligimos a nuestro cuerpo para adaptarnos, en el hoy, a los cánones de belleza y Natalia Escudero extrae de objetos y entornos cotidianos historias ocultas, riqueza invisible a los ojos que no suelen detenerse, y también pasado (en forma de rastros de colgaduras) en la pared.
María Tinaut crea a partir de archivos fotográficos, familiares o hallados en rastros, y dirige nuestra atención hacia lecturas de esas imágenes en las que, de otro modo, podríamos no reparar, o genera a partir de ellas narrativas nuevas. Abel Jaramillo también lleva nuestra mirada a los intersticios de lo cotidiano, en su caso poniendo de relieve que tensiones políticas pasadas siguen teniendo sus huellas en el día a día y que es posible articular contra-discursos desde los contextos más próximos y en teoría banales; Andrés Pachón, por su parte, manipula imágenes preexistentes para invitarnos a reflexionar sobre las posibilidades del medio fotográfico y sobre nuestros modos de mirar, sobre todo lo diferente y Torras Llorca utiliza, asimismo, imágenes analógicas de archivo para tratarlas digitalmente y subrayar lo difuso de las fronteras entre lo documental y lo ficticio.
Óscar Seco combina en sus pinturas alusiones a su memoria personal y a la histórica con sucesos y lugares que podrían remitir a un futuro posible, Antonio Fernández Alvira trabaja en torno a la fragilidad y lo efímero de nuestro entorno y sus símbolos, tantas veces heredados del pasado; la producción de Federico Granell, que expone actualmente en Utopía Parkway, se basa en la atención al individuo, la memoria y la nostalgia, en un pasado hecho presente y Maya Watanabe estudia en sus vídeos cómo damos forma a nuestra identidad a través de la memoria. Por último, Victor Man es autor de pinturas que no pueden agruparse en series donde se narran historias linealmente, porque en ellas se suprimen las barreras entre pasado y presente.