El rebobinador

François Gerard, el discípulo servicial

No mucho antes de irnos de vacaciones, el pasado julio, pasaba por esta sección Jacques-Louis David y su compromiso con los valores revolucionarios en una obra pictórica plagada de mensajes a sus coetáneos. Su discípulo más fiel, atento y obediente fue François Gerard (1770-1837), que no pudo copiar su genio, pero sí contó con gran pericia técnica y pintó, como su maestro, retratos de impronta naturalista.

François Gerard. ean-Baptiste Isabey, miniaturista, con su hija, 1795. Museo del Louvre
François Gerard. Jean-Baptiste Isabey, miniaturista, con su hija, 1795. Museo del Louvre

Fijaos en el de Jean Baptiste Isabey y su hija (1795), en el que retoma con brillantez esa veta naturalista de David de la que hablábamos. Los representa en el rellano de una escalera, articulando dos espacios: interior y exterior. La luz penetra desde el zaguán e irradia en los peldaños, iluminando las figuras. Es una obra notable por la pureza de su dibujo.

De 1798 data Amor y psiche, imagen basada, como las muchas con las que comparte temática, en un relato de amor (plagado de morbo) narrado por Apuleyo. Psiche se desposa con Eros, al que no puede ver físicamente; este se le aparece en sueños y le anuncia que el día que lo vea lo perderá. Pero Psiche no cree a sus hermanas cuando le dicen que su amante es una figura monstruosa y su curiosidad la llevó a enfocarlo con una vela para contemplarlo. Efectívamente, lo perdió.

Esta pintura y su base literaria representan la pasión erótica, la noche, los misterios y la fantasía del amor, pero la interpretación del tema por parte de Gerard es muy convencional: las figuras son casi adolescentes y aparecen con un refinamiento prácticamente manierista. El velo de Psiche presenta paños mojados, la luminosidad es evanescente y el paisaje se muestra logrado con prolijidad y detalle.

Tres años posterior es Ossian evoca los fantasmas con el sonido del arpa al borde del Loira (1801). Dentro de la tradición clásica grecolatina, Gerard se fija en la Grecia más antigua y original, le interesa lo primitivo.

En su época, en lo literario, se valoraba a Virgilo y Homero, con preponderancia de este último y se buscan elementos culturales, artísticos o plásticos también en el mundo germánico, celta y nórdico; se reivindican el gótico y la literatura de los primeros poetas europeos. En ese clima, tiene lugar el descubrimiento sensacional del considerado Homero del Norte: Ossian, cuya obra se editó en varios idiomas.

Tiempo después, se descubrió que su figura era un invento y sus presuntos poemas eran obra de su supuesto descubridor, el escocés James Macpherson, pero hasta desvelarse el pastel el mito de Ossian despertó anhelos colectivos y un lugar de extraordinario desarrollo del ossianismo fue Francia, en relación con la política napoleónica de interés por el arte. La mitología pagana respondía a sus propósitos y podía servir a su propaganda, convertido Ossian en un héroe mitad poeta y mitad guerrero, hiperromántico y protagonista de un canto lírico sobre la noche y los fantasmas.

La obra presenta todos los elementos de un romanticismo absoluto: predominan la línea y el dibujo, los fantasmas son seres translúcidos y la imagen es nocturna, en claroscuro. Esos entes, más que recibir luz, emiten su propia fosforescencia.

Se mantiene el antecedente histórico del manierismo, el primer movimiento en el que se crean contrastes de luz y sombra; esa fosforencia subraya el sentido material de la realidad.

François Gerard. Eros y Psiche (fragmento), 1798. Museo del Louvre
François Gerard. Eros y Psiche (fragmento), 1798. Museo del Louvre
François Gerard. Ossian evoca los fantasmas con el sonido del arpa al borde del Loira, 1801. Hamburger Kunsthalle
François Gerard. Ossian evoca los fantasmas con el sonido del arpa al borde del Loira, 1801. Hamburger Kunsthalle
François Gerard. Madame Récamier, 1805. Musée Carnavalet
François Gerard. Madame Récamier, 1805. Musée Carnavalet

La Madame Récamier de Gerard recuerda inevitablemente a la de David. Aparece vestida conforme a la misma moda que en el retrato de aquel, junto a un mueble de evocación clásica y sobre un atrio dórico. Su postura es más convencional: la vemos sentada, girada en un sillón, con un aire más recatado. Su figura resulta alargada y etérea: Gerard la pinta con un afán naturalista, acentuando su sensualidad, un erotismo blando, con sus brazos caídos y su escote frontal. El modelado lumínico subraya sus formas.

Su Flora (1802) es también un personaje sublime, delicado. El tema procede nuevamente de la mitología clásica, pero este es un personaje que en la tradición del arte que aborda esos asuntos había sido poco representado o aparecía de forma distinta a esta. Vemos a una muchacha cándida y con los ojos cerrados que despide flores.

Su erotismo es perverso: el rostro aparece aniñado pero su cuerpo muy formado, fosforescente. El contorno del dibujo es limpio y la figura parece recortada, generando una atracción morbosa. Es rasgo de la pintura romántica la representación de figuras con los ojos cerrados, como es propio de quien duerme y sueña (o se ensimisma, queriendo escapar de la realidad). Esa característica se repetirá en el simbolismo y el surrealismo.

En 1806 retrataría Gerard a la emperatriz María Luisa de Austria, segunda esposa de Napoleón. Se trata de un retrato convencional y de aparato en el que se pierde el caracter psicológico de la modelo. De hecho, el artista alcanzó progresivamente mayor aprobación política y social, hasta el punto de que se le nombró barón.

También retrató a la cuñada de Bonaparte, María Julia, mujer de José Bonaparte, en 1808-1809 y en una imagen familiar en la que pesa más lo doméstico que lo heráldico, así como a la madre del emperador, entronizada, con aire solemne y junto a un busto de su hijo. Hizo carrera, por tanto, Gerard, como retratista oficial.

Terminaremos refiriéndonos a su Corinne en el cabo de Messina (1819 – 1821). Se inspira en la heroína de una novela escrita por Madame de Staël, el prototipo de una mujer de misticismo romántico exaltado que cultiva todas las artes, culta, creativa e hipersensible. Vive un romance apasionado con el joven escocés Oswald y esta obra hace referencia a ese sentimentalismo, captado con un refinamiento extremo y una sensibilidad exquisita.

François Gerard. Corinne en el cabo de Messina, 1819-1821. Musée des Beaux Arts de Lyon
François Gerard. Corinne en el cabo de Messina, 1819-1821. Musée des Beaux Arts de Lyon

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