El gusto francés: la historia de una influencia

La Fundación MAPFRE estudia los lazos culturales entre España y Francia desde el siglo XVII al XIX

Madrid,

En el terreno de la cultura, el periodo más fértil en cuanto a nuestras relaciones con Francia fue el transcurrido entre los siglos XVII y XIX y las más intensas influencias recíprocas llegaron desde el siglo XVIII, coincidiendo con el inicio de la monarquía borbónica en nuestro país.

Con el fin de analizar la evolución de esos lazos en su contexto histórico, atendiendo a las relaciones diplomáticas entre ambos países, las fricciones bélicas o la evolución de nuestro coleccionismo, la Fundación MAPFRE abrirá al público, el próximo 11 de febrero, la muestra “El gusto francés y su presencia en España. Siglos XVII-XIX”, que ha comisariado Amaya Alzaga y que se nutre de obras de arte (pinturas, esculturas, dibujos, artes suntuarias y decorativas), pero que cuenta también con piezas de uso cotidiano, desde vestidos a objetos de aseo pasando por armas e instrumentos musicales. Entre la nómina de autores representados, además, se ha hecho especial hincapié en nombres que pueden suponer hallazgos.

El inicio de los intercambios culturales francoespañoles, como decíamos, se produjo en el siglo XVII, cuando la Francia gobernada por el Rey Sol, Luis XIV, arrebató a España la preeminencia internacional en el terreno político y en el económico y la magnificencia del monarca absolutista y de las imágenes que testimoniaban su poder se extendieron por Europa. Alianzas matrimoniales sellaron calmas y entre los presentes intercambiados figuraron caballos, piezas suntuarias, mobiliario y, sobre todo, retratos; tras el matrimonio de María Teresa de Austria, hija de Felipe IV, con aquel monarca, la nueva reina gala sería retratada en muchas ocasiones, sola o junto a su hijo Luis y serían también muchas las veces en que las imágenes del Gran Delfín sirvieron como obsequios diplomáticos (fue el caso del Retrato ecuestre del Delfín de Francia a los tres años, de Jean Nocret, que puede verse en Madrid). El intercambio se extendió a las pinturas mitológicas o religiosas y a libros de decoración, textiles y objetos de orfebrería y mobiliario, fruto de minuciosos procesos de ebanistería, marquetería y orfebrería. Eran tiempos de clasicismo, el abonado por la recién fundada Academia Real de Pintura y Escultura de París y, más adelante, por las manufacturas reales.

Charles y Henri Beaubrun. María Teresa de Austria y el Gran Delfín de Francia, hacia 1664. Museo Nacional del Prado. © Archivo Fotográfico. Museo Nacional del Prado. Madrid
Charles y Henri Beaubrun. María Teresa de Austria y el Gran Delfín de Francia, hacia 1664. Museo Nacional del Prado. © Archivo Fotográfico. Museo Nacional del Prado. Madrid

Sería, sin embargo, en el siglo XVIII cuando, como adelantábamos, la llegada de los Borbones a nuestro trono oficializó el gusto galo en territorio español, convirtiéndose lo francés en sinónimo de creación refinada en todos los sentidos: desde la selección de materiales a la ejecución. Desde entonces nuestros monarcas, y por extensión nobles y aristócratas coleccionistas, se hicieron con piezas de artistas galos (incluyendo moda, textiles, objetos) y algunos de estos recalaron en Madrid para trabajar en la corte, trasponiendo a la española el gusto parisino y versallesco. Fue el caso de Houasse, que no cumplió expectativas y sería sucedido en los encargos de retratos reales por Jean Ranc, de quien a su vez tomó el relevo Van Loo, primer pintor del rey y autor de un dulce retrato de María Antonia Fernanda de Borbón, infanta de España, fechado en 1737, que podrá verse en MAPFRE.

Louis-Michel Van Loo María Antonia Fernanda de Borbón, infanta de España, ca. 1737. Museo de Bellas Artes de Asturias. Depósito de la colección del IX conde de Villagonzalo. Foto © Marcos Morilla
Louis-Michel Van Loo. María Antonia Fernanda de Borbón, infanta de España, hacia 1737. Museo de Bellas Artes de Asturias. Depósito de la colección del IX conde de Villagonzalo. Fotografía: © Marcos Morilla

Felipe V emprendió los trabajos para el Buen Retiro, la renovación interior del Alcázar y la construcción del palacio y los jardines de la Granja de San Ildefonso; tampoco dejaron de importarse indumentarias, joyas y muebles.

En aquel siglo XVIII, muchas de las transferencias artísticas entre Francia y España tuvieron a Italia como intermediario: importantes artistas galos acudieron a Roma, al calor de la Academia de Francia en la ciudad que había fundado Colbert, y el viaje allí de artistas españoles también se intensificó: Goya conoció la obra de Poussin y el costumbrismo de Subleyras sin necesidad de pasar por París.

El mejor momento, sin embargo, en la consolidación del gusto francés llegaría en época de Carlos IV, antes de la Guerra de la Independencia. Luis XV le regaló, con motivo de su boda con María Luisa de Parma, un servicio de mesa de la Manufactura Real de Porcelana de Sèvres y objetos de lujo también galos poblarían el Gabinete de Platino de la Real Casa del Labrador en Aranjuez. Su relojero también sería francés (François-Louis Godon).

En el recorrido de la exposición, completa en sus enfoques y a su vez susceptible de generar decenas de estudios a partir de sus planteamientos, destacan los mencionados retratos: tanto los mitológicos, conforme al gusto dominante en los siglos XVII y XVIII, como los correspondientes a reyes, nobles, campesinos o alguna figura literaria. Se adaptaron a una creciente demanda de estas representaciones en los ámbitos público y privado y también tendieron a identificarse cada vez más con sus modelos, a la naturalidad y a la captación de los afectos, aunque nunca se dejara de lado la afirmación de la posición e influencia del retratado, en lo político, lo intelectual o lo social.

Louis-Léopold Boilly La lectura, ca. 1789-1793. Colección particular
Louis-Léopold Boilly. La lectura, hacia 1789-1793. Colección particular

A mediados del siglo XIX, los vínculos artísticos entre nuestro país y el vecino analizados adquirieron un nuevo cariz: España comenzó a atraer a un nutrido número de intelectuales y artistas, franceses y europeos en general, en buena medida por la mirada pintoresca y exótica que el romanticismo impuso sobre nuestros paisajes y costumbres. Víctor Hugo fue uno de los primeros en abrir camino, con Hernani, y entre los pintores le siguieron, entre otros, Manet, que sabemos que tomó a Velázquez como referente, o Gustave Doré, representados ambos en esta exhibición.

Su articulación es tanto cronológica como temática, deriva obviamente de investigaciones extensas y comienza recordando la llegada de las primeras piezas galas durante el reinado de Carlos II, nuestro último Habsburgo, para a continuación abordar la consolidación del gusto francés durante el gobierno de los Borbones, especialmente, como hemos visto, durante los reinados de Felipe V, Carlos IV e Isabel II. Por último se examina la decadencia de aquel predominio hacia 1870, tras la Gloriosa, cuando España era ya un emblema romántico, una suerte de Oriente cercano, aunque no faltaron los autores que quisieron ir más allá del tipismo para alcanzar cierta profundidad en la búsqueda de nuestras esencias y, en el camino, la modernidad.

Jean-Baptiste Achille Zo Vendedor de fruta en Sevilla, ca. 1864. Colección BBVA. Fotografía: © David Mecha
Jean-Baptiste Achille Zo. Vendedor de fruta en Sevilla, hacia 1864. Colección BBVA. Fotografía: © David Mecha

Todas las piezas que forman parte de la exhibición, y este dato prueba lo hondo de nuestras relaciones pasadas con lo francés, proceden de colecciones públicas y privadas de la Península y entre ellas podemos destacar, justamente como testimonio de esos vínculos, el retrato de María Teresa de Austria y el Gran Delfín de Francia a cargo de Charles y Henri Beaubrun, que fue enviado a la corte española desde París, en 1655, por Ana de Austria; el riccordo El sacrificio de Calírroe de Fragonard, que perteneció a los fondos de Godoy y el sentimental retrato de Doña María de los Dolores Leopolda Cristina de Toledo y Salm-Salm, duquesa de Beaufort-Spontin, con sus hijos, que al inicio de la Revolución Francesa llevó a cabo Anicet-Charles-Gabriel Lemonnier; pertenece al Duque del Infantado.

También el virtuoso estudio anatómico que Charles Le Brun logró en Cristo muerto llorado por dos ángeles (Patrimonio Nacional), el ampuloso Felipe V en los pinceles de Jean Ranc, uno de los bodegones nunca simples de Chardin, el retrato de una aldeana sajona de Charles-François Hutin que, datándose en 1756, podría pasar por decimonónico; la delicada y nostálgica imagen de una Ofelia niña por Bouguereau o uno de los poéticos paisajes de gran formato de Claudio de Lorena.

Anicet-Charles-Gabriel Lemonnier Doña María de los Dolores Leopolda Cristina de Toledo y Salm-Salm, duquesa de BeaufortSpontin, con sus hijos, ca. 1789. Colección Duque del Infantado. Fotografía: © Pepe Morón
Anicet-Charles-Gabriel Lemonnier. Doña María de los Dolores Leopolda Cristina de Toledo y Salm-Salm, duquesa de Beaufort-Spontin, con sus hijos, hacia 1789. Colección Duque del Infantado. Fotografía: © Pepe Morón
Jean-Baptiste-Siméon Chardin Bodegón con almirez, cántaro y caldero de cobre, ca. 1728-1732. Museo Nacional Thyssen-Bornemisza
Jean-Baptiste-Siméon Chardin. Bodegón con almirez, cántaro y caldero de cobre, hacia 1728-1732. Museo Nacional Thyssen-Bornemisza
William-Adolphe Bouguereau La pequeña Ofelia, 1875. Colección particular
William-Adolphe Bouguereau. La pequeña Ofelia, 1875. Colección particular

 

 

 

“El gusto francés y su presencia en España. Siglos XVII-XIX”

FUNDACIÓN MAPFRE. SALA RECOLETOS

Paseo de Recoletos, 23

Madrid

Del 11 de febrero al 8 de mayo de 2022

 

 

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