Eduardo Arroyo y el marinero maldito

El Real Jardín Botánico muestra su obra última

Madrid,

Hace tres meses falleció Eduardo Arroyo, el artista crítico e irónico que, dentro y fuera de España, aproximándose a la nueva figuración o al Pop Art, nos enseñó durante décadas caminos originales para aproximarnos a “lo español”. No son pocas las muestras que en estos meses le han homenajeado: cuando murió, el Torreón de Lozoya de Segovia exhibía una selección de sus esculturas y su obra gráfica y también hacía hincapié en su cultivo de la escritura y las escenografías teatrales; después su producción ha podido verse en el Instituto Francés de Madrid y en la galería que lo representa, Álvaro Alcázar, que le dedica una pared en su nueva sede en la capital, en Guindalera. Ahora es el Real Jardín Botánico el centro que recuerda las fuentes múltiples, no solo plásticas, de su inspiración, en “El Buque Fantasma”: un compendio de 38 trabajos, entre esculturas y pinturas, que se fechan desde el año 2000.

Esta nueva individual no surgió como muestra póstuma; Arroyo se encontraba inmerso en su preparación en el momento de su fallecimiento, la concibió como culminación de una trilogía de la que ya formaban parte exposiciones en la Fundación Maeght de Saint-Paul-de-Vence y en el Museo de Bellas Artes de Bilbao. Ha sido justamente su muerte la que la ha convertido en un nuevo homenaje a su espíritu creativo, rebelde y despierto hasta el final: citar como producción última la obra de Arroyo que se exhibe ahora el Pabellón Villanueva es estríctamente cierto, pero también confuso, porque sus trabajos de esas últimas dos décadas no declinaron en número ni en vitalidad, muy al contrario; de hecho ha sido en este periodo cuando el madrileño llevó a cabo algunos de los más significativos.

Eduardo Arroyo. El Buque Fantasma, 2018. © Eduardo Arroyo, A+V Agencia de Creadores Visuales, 2018-2019
Eduardo Arroyo. El Buque Fantasma, 2018. © Eduardo Arroyo, A+V Agencia de Creadores Visuales, 2018-2019

Uno de ellos es el que da título a la muestra, y que data precisamente de 2018: pintó El Buque Fantasma en su taller leonés de Robles de Laciana dejándose inspirar por la leyenda del marinero maldito, el holandés errante, sobre la que también compuso Wagner su ópera del mismo nombre. Breve introducción: el holandés errante, también llamado en algunas zonas holandés volador, es un barco fantasma que partió de su puerto para no poder regresar jamás. La leyenda, muy extendida, dice que quedó condenado a vagar sin rumbo por la eternidad y que, si desde otro barco se le saludaba, los fantasmas de su tripulación trataban de enviar sus mensajes a tierra: a personas muertas, claro, siglos atrás. Se dice que este relato partió de un capitán llamado Willem van der Decken, que habría establecido un pacto con el diablo para poder navegar siempre sin temor a las inclemencias del tiempo, y que Dios le habría impuesto la pena del continuo vagar como castigo.

A partir de aquella historia y de la música wagneriana, y convirtiendo el barco casi en un platillo volante, Arroyo trazó una gran fantasía literaria que podemos comparar a un jeroglífico: una composición en la que los colores primarios, y un amarillo con enorme peso, compiten en protagonismo y espacio con la negra máscara de Fantômas, el malo malísimo de las novelas policiacas de Marcel Allain y Pierre Souvestre. Otras obras presentes en la exposición se nutren igualmente de fuentes literarias y musicales y comparten con El Buque Fantasma el colorido vivaz y el tono irónico que fueron santo y seña de Arroyo: veremos referencias a Moby Dick, al relato del narciso Dorian Gray, a Don Juan Tenorio, Madame Butterfly, Falstaff, La guerra de los mundos o incluso Unamuno. El lienzo que dejó inacabado al morir iba a titularse Tres visitantes en la cocina de Agatha Christie, una de sus autores preferidos junto a Wilde y Joyce.

Eduardo Arroyo. El divorcio de Fantômas 2016 © Eduardo Arroyo, A+V Agencia de Creadores Visuales, 2018-2019
Eduardo Arroyo. El divorcio de Fantômas, 2016. © Eduardo Arroyo, A+V Agencia de Creadores Visuales, 2018-2019

La exhibición se acompaña de la proyección de un documental producido en 2011, que consta de un monólogo del artista de 24 horas de duración, y de un catálogo que cuenta con textos del escritor Julio Llamazares y de la comisaria Fabienne Di Rocco.

Hay que recordar que la producción de Arroyo, ingente tanto por su carácter prolífico como por la variedad de sus intereses, se viene estructurando en dos etapas: la anterior a su exilio (1958-1976) y la posterior, desde la Transición hasta su muerte. En la primera se acercó a los postulados de la citada nueva figuración y a su narratividad, también al Pop en su vertiente más política, pero con el paso de los años fue acentuando los rasgos que hacían de su trabajo una obra personalísima: la interpretación, siempre a partir de un humor crítico, de la llamada temática española; sus guiños a las grandes figuras de la historia de la pintura (no necesariamente clásicas, también a Duchamp o Miró) y una comicidad crítica y colorista aplicada a asuntos políticos nacionales e internacionales. Supo advertir, desde su juventud, el poder de las imágenes y de su inmediatez, y alternó, dentro de esas dos fases generales de su carrera, años de mayor provocación y audacia con periodos más amables, más proclives a la ironía.

Quizá una de sus aportaciones fundamentales haya sido su inmersión, prácticamente alquímica, en el campo del collage: trabajó con muy variados materiales, con todos aquellos que le permitían expresar sus mensajes, aunque siempre regresara a la pintura y el óleo. A sus collages fotográficos o prácticamente objetuales –tres ensamblajes elaborados con pinturas del Rastro se exponen en el Jardín–, se suman sus trabajos en el campo de la cerámica y la escultura; también, lo hemos mencionado, en la literatura: tuvo intención en sus comienzos de ser escritor y abandonó la idea, pero no quiso dejar de lado esa faceta, en sus formas múltiples. Es autor de una autobiografía (Minuta de un testamento), una biografía (Panamá Al Brown), una guía personal del Museo del Prado (Al pie del cañón), un ensayo (El Trío Calaveras: Goya, Benjamin y Byron, boxeador) y del libro de reflexiones Sardinas en aceite. Esos textos también constituyen su legado.

Eduardo Arroyo. Doña Inés, 2007
Eduardo Arroyo. Doña Inés, 2007

 

 

 

“Eduardo Arroyo. El Buque Fantasma”

REAL JARDÍN BOTÁNICO

Plaza de Murillo, 2

Madrid

Del 12 de enero al 17 de marzo de 2019

 

 

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