Desde hoy y hasta el próximo marzo, el Museo del Prado nos ofrece un nuevo itinerario temático por sus fondos permanentes, esta vez comisariado por Eduardo Barba Gómez, jardinero e investigador botánico en obras de arte, dado que las plantas son protagonistas de este nuevo relato.
El recorrido, complementado con una publicación y con audioguías, rastrea la presencia de hasta cuarenta especies en un conjunto de veintiséis obras fechadas desde la época romana hasta los inicios del siglo XVIII: nos permitirán descubrir cómo, en la pintura, la representación de flores y plantas puede aludir a la simbología mitológica, religiosa, nobiliaria o costumbrista para transmitir ciertos significados en las escenas, además de abrir caminos de relación con el espectador actual.
Como el resto de los itinerarios ya propuestos por el Prado, este también supone una invitación a contemplar su colección desde perspectivas distintas a las habituales, sin perder por ello rigor; con anterioridad se organizaron las propuestas Reflejos del Cosmos, El Prado en femenino en dos ediciones, Calderón y la pintura y Otra colección: los marcos del Museo Nacional del Prado.
En cada etapa representada en el proyecto se trataban las plantas de una forma diferente, con mayor o menor atención a los detalles: si en el románico se recurría a la simplificación extrema, que concedía a los ejemplares una belleza muy característica, en el gótico comenzó a procurarse la precisión y la descripción correcta de cada planta y cada flor; según Barba, fue entonces cuando el retrato botánico adquiere una entidad propia en las obras, que culminará en el Renacimiento. En ese periodo, encontraremos frecuentemente plantas en el primer término de las composiciones, captadas de forma naturalista. En ocasiones, las especies podían estar cerca del entorno del autor, puede que al pie de su taller de trabajo; otras veces, y como fruto de las cada vez más numerosas expediciones a distintos lugares del mundo, se incorporaban plantas exóticas llegadas de países lejanos y que enriquecían la flora en el arte, sobre todo desde el siglo XVI. No fue raro, a partir de aquel momento, que algunos autores dieran cuenta de su capacidad de observación del medio natural, retratando las plantas con sutileza, como si fueran un personaje más en sus trabajos.
Todo tipo de soportes están presentes en este itinerario, desde el mármol y las piedras semipreciosas a las tablas y lienzos. En la escultura romana Eros dormido o Hypnos, datada en 100 – 130, encontramos dos adormideras en la mano de la figura, que en esta ocasión no harían referencia al sueño, por carecer el niño de alas en las sienes, sino a la función sepulcral de la obra; en la pintura mural de la Creación de Adán de Maderuelo destaca una palmera, posiblemente por identificarse con el Árbol de la Vida y por la ubicación oriental del Edén; y en el retablo gótico de la Vida de la Virgen y de san Francisco, espacios verdes y arbolados, y azucenas, completan algunas de las escenas.
Fra Angelico representó con minuciosidad, por herencia de Gentile da Fabriano, las flores del Jardín del Edén del que deben marcharse Adán y Eva, incluyendo la llamada hierba de los pordioseros; esa meticulosidad se aprecia también junto al riachuelo de la Fuente de la Gracia de Van Eyck y en sus fresas silvestres o en el paisaje al otro lado de la ventana junto a la que ora Enrique de Werl con san Juan Bautista, en la composición de un seguidor del llamado Maestro de Flémalle, donde además apreciamos lirios.
La Crucifixión de Juan de Flandes, pese al afán de este por centrarse en lo esencial, incorpora margaritas; y Patinir desplegó un riquísimo bosque oscuro en su Descanso en la huida a Egipto. Aquí el manzano con pocas frutas a la izquierda de la Virgen es el Árbol del Bien y del Mal, seco a raíz del pecado original, pero que brota de nuevo tras la encarnación de Cristo; la vid sin uvas enroscada alude a las palabras de aquel (Soy la vid) y se asocia a su muerte en la cruz, a la Redención, al igual que la hiedra que también se enrosca en él, mientras que el castaño del segundo plano, a la izquierda de María, se relaciona con la resurrección, y sus frutos caídos en el suelo -algunos abiertos dejando ver las castañas- aluden a la Inmaculada Concepción. La gran cantidad de flores y plantas del primer plano igualmente tienen un significado cristológico o mariano; Barba nos invita a prestar atención al gordolobo.
La bacanal de los andrios, de Tiziano, nos enseña las violetas de Andros, y su Adán y Eva, llantén mayor, además de esa higuera de cuyas hojas se sirvieron para cubrirse. El lirio, ahora amarillo, vuelve a salir a nuestro encuentro en el Tríptico de los santos Juanes de Pourbus el Viejo, que ya incorpora elementos manieristas, y en Las Edades y la Muerte de Hans Baldung Grien daremos con azafrán silvestre. En el retrato de García de Médici por Bronzino, el niño porta en su mano flor de cidro, posible símbolo de la pureza y de la inocencia de su edad, y en el de María Tudor, reina de Inglaterra, por Antonio Moro, ella lleva la rosa roja de su dinastía, llamada rosa de boticarios.
Se atribuye al taller de François Clouet una Mujer en el baño (quizá Diana de Poitiers) en cuyo cortinaje aparecen, entre otras especies, claveles; y de autoría desconocida es el Bufete de don Rodrigo Calderón, un tablero entre cuyos motivos decorativos se halla la Fritillaria meleagris. Cierran el recorrido Van der Hamen, Velázquez, Zurbarán y Claudio de Lorena, que supieron bien pintar bola de nieve, cipreses, caléndula o bardana.
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