Quince años después de que el Museo Reina Sofía le dedicase una completa retrospectiva, “La gravedad y la gracia”, el Centro Botín nos invita a conocer hasta noviembre los proyectos más inaccesibles de Alexander Calder, que fue sobre todo escultor, pero también grabador y pintor, y que experimentó con materiales muy diversos para estudiar el potencial cinético del arte.
En sus móviles logró captar movimiento a partir de estructuras que en la primera mitad del siglo XX supusieron radicales alternativas tanto a la abstracción como a los caminos de la escultura entonces y lo consiguió tras recibir formación académica en ingeniería mecánica e ingresar, en 1923, en la Art Students League de Nueva York. Posteriormente trabajó como ilustrador en el National Police Gazette, para el que llevó a cabo ilustraciones, por ejemplo, de un espectáculo circense, episodio que no tuvo valor anecdótico porque sería el germen de su Cirque Calder, performance acompañada de figuras de alambre que el artista estadounidense estrenaría en 1926 en París.
En la capital francesa terminaría estableciéndose y allí contactó con figuras de la vanguardia, hasta el punto de que su estética se vio profundamente transformada a partir de conocer, en torno a 1930, la producción de Mondrian e imaginar en movimiento sus composiciones geométricas. Fue entonces cuando decidió dejar a un lado sus esculturas de alambre para apostar por un lenguaje escultórico genuinamente abstracto, postura que le llevaría a formar parte del colectivo Abstraction-Création.
Desde esos comienzos de la década de los treinta realizaría sus esculturas formadas por piezas móviles independientes, que se activaban a través de manivelas manuales o motores eléctricos y que conocemos como móviles gracias a Duchamp, que las bautizó así. Algo después llegarían las obras activadas por el aire y después comenzaría a llevar a cabo estas esculturas con materiales industriales, planteándolas como piezas equivalentes en las tres dimensiones a las formas biomórficas de las pinturas de Joan Miró; también a los relieves de Jean Arp. Con el primero llegó a exponer en varias ocasiones y el segundo adjudicó el nombre de stabile a sus piezas inmóviles. Después llegarían sus constelaciones, torres y gongs, nuevas manifestaciones de su deseo por dar nuevos roles a la gravedad, el azar y la circulación del aire en el arte.
Aunque la de Calder pueda parecernos una de las figuras del arte contemporáneo con mayor difusión entre el gran público, existen aún en su producción zonas de sombra: parte de sus proyectos cayeron en el olvido, fueron censurados, se perdieron o resultaron irrealizables. A ellos es a los que precisamente se dedica “Calder Stories”, la exhibición que el pasado sábado se abrió al público en el Botín bajo el comisariado de Hans Ulrich Obrist, director artístico de las Serpentine Galleries, y con el diseño expositivo de Renzo Piano, autor del edificio.
La muestra nace, en realidad, de las investigaciones que Obrist viene realizando desde los noventa sobre el arte ideado pero no materializado y se nutre, en su mayor parte, de piezas y objetos cedidos por la Calder Foundation que remiten a propuestas colaborativas: el escultor trabajó en ellas junto a coreógrafos, arquitectos o compositores musicales y apenas han sido analizadas.
Encontraremos media docena de maquetas que Calder diseñó en 1939 para acompañar un proyecto de Percival Goodman destinado a la construcción de la Smithsonian Gallery de Washington, más de veinte bronces fechados en 1944 que creó a sugerencia de Wallace K. Harrison y que debían acompañar un edificio racionalista (debían haberse construido en hormigón y contar con cerca de diez metros de altura, pero no llegaron a realizarse) o varios bocetos ejecutados entre los treinta y los cuarenta destinados a obras escénicas: desarrollaban coreografías de carácter abstracto o propuestas para lo que el mismo Calder llamó objetos-ballet. También podremos ver animaciones digitales de varias de esas composiciones que se han creado específicamente para la muestra del Centro Botín.
Tampoco faltarán en esta exhibición encargos que este autor llevó a cabo por encargo de mecenas internacionales: hablamos de una gran escultura móvil que ideó para la oficina de venta de billetes de Middle East Airlines, en Beirut; de Escutcheon, otra escultura realizada en paralelo a la anterior también en Líbano, o de Guava, Franji Pani y Red Stalk, que son algunas de las esculturas que Calder elaboró en los cincuenta durante un viaje a India, en Ahmedabad. En aquella ocasión, Gira Sarabhai ofreció a Calder y a su esposa la posibilidad de recorrer el país a cambio de sus creaciones.
No podemos perdernos los encargos fílmicos inspirados en Calder y su obra, de varios artistas, que forman parte de esta exhibición y que nos ayudan a comprender su legado.
“Calder Stories”
Muelle de Albareda, s/n
Jardines de Pereda
Santander
Del 29 de junio al 3 de noviembre de 2019
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