Así vieron los libros los maestros del Prado

La pinacoteca celebra el Día del Libro de la mano de diez obras fundamentales de sus fondos

Madrid,

Para celebrar este atípico Día del Libro que casi todos pasaremos en casa, el Museo del Prado nos propone un recorrido por una decena de obras de sus colecciones en las que aparecen libros, en escenarios muy diversos: como parte y testigo de la vida cotidiana, como emblema de la condición social o intelectual de quien es retratado junto a ellos o como instrumentos para la educación, la ciencia o la religión. Los volúmenes que aparecen en las obras del Museo han sido detalladamente analizados, porque no hay nada aleatorio en la producción de los grandes maestros.

Apreciaremos en esta selección de piezas cómo, ayer y hoy, los libros han sido objetos a los que conviene asociarse. Veremos a santa Clotilde pintada por Sorolla o a la emperatriz Isabel de Portugal imaginada por Tiziano -su retrato es póstumo-, a quien la dignidad imperial le impide desviar sus ojos hacia el pequeño libro de horas que la espera. También al médico representado por El Greco, cuya mano izquierda extrae de un libro el discurso sostenido por su mano derecha, que habla en su nombre al permanecer su boca cerrada, o al cardenal don Luis María de Borbón y Vallabriga retratado por Goya, que, amante del lujo, porta un libro y un anillo.

Los libros pesan, por ser pesada la carga que contienen. Velázquez nos lo hizo ver en su Bufón con libros, cuyas hojas, transformadas en masa blanca, casi no puede manejar. Y Rubens vinculó ese peso con el del sacrificio, plasmándolo en un libro que requiere de la mano casi miguelangelesca del apóstol san Simón para pasar sus páginas.

En otras ocasiones entra en juego de forma más evidente el simbolismo: cuando los libros ayudan a identificar a personajes cuyas historias se han desdibujado con el paso de los siglos. Es el caso del Heráclito de Ribera, que fue reconocido por las lágrimas que vierte sobre el libro que estaba escribiendo, pintado a la manera de una monografía de claroscuros que nos recuerda el estilo de este artista. También pudimos poner nombre a la Judit de Rembrandt gracias, en buena medida, al gran libro abierto que el holandés quiso representar sobre la mesa, más relacionado con la condición de una heroína bíblica que con la de una esposa fiel.

Otras obras seleccionadas por el Prado apelan a la condición más elemental de los libros como instrumento de educación y fuente de conocimiento. Lo apreciamos en las pinturas de Murillo, cuya escena de santa Ana enseñando a leer a la Virgen demuestra que nada ha cambiado en el ritual de iniciación al mundo representado en palabras; o en las de El Bosco, que en La extracción de la piedra de la locura reivindica lo contrario a ese desvío cuando coloca un volumen sobre la cabeza de una mujer, recordando que el libro, para ser útil, ha de ser leído.

Esta selección de imágenes se completa con el recurso didáctico de #PradoEducacion dedicado al Día del Libro disponible aquí.

Joaquín Sorolla. Santa Clotilde. Museo Nacional del Prado
Joaquín Sorolla. Santa Clotilde. Museo Nacional del Prado

 

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