Fue el más fiel seguidor francés de Caravaggio y uno de los grandes pintores de la Europa del s XVII, pero su trayectoria fue breve (murió con 41 años) y sus obras son escasas. Se le atribuyen sesenta, y la mayor parte de ellas, cuarenta y cinco, pueden verse hasta el 16 de enero de 2017 en el Metropolitan Museum de Nueva York, en la que es la primera muestra monográfica que un museo dedica a Valentin de Boulogne.
Las pinturas han viajado al MET desde Roma, Viena, Munich, Madrid, Londres y París: de forma excepcional, el Museo del Louvre, que posee el mayor corpus de su producción, ha prestado ese conjunto al completo para esta exhibición, de la que después será sede, a partir de febrero del año que viene.
Boulogne quizá no sea demasiado conocido por el público en general, pero sí lo admiran sin fisuras los amantes del arte de Caravaggio y para muchos pintores decimonónicos, sobre todo para los realistas (Courbet) y para el Manet temprano, fue una referencia fundamental, por la profunda humanidad de sus figuras, que parecen tocadas por una elegante melancolía, y por sus vibrantes puestas en escena de acontecimientos dramáticos, decisivamente influidas por las de su maestro.
Hay que recordar que, a comienzos del s XVII, cuando aún la medida de la grandeza era el estilo heroico cultivado por Miguel Ángel en la Capilla Sixtina, la obra de Caravaggio y su realismo crudo habían traído modernidad y escándalo: el mago del claroscuro fue acusado, metafórica y literalmente, de llevar el arte a la bodega en sus imágenes de implacable oscuridad solo rota por magistrales rayos de luz.
Boulogne aspiró a lograr que el realismo caravaggista (el del italiano y el de sus seguidores) se valorara al mismo nivel que el arte de los viejos maestros, Rafael y Miguel Ángel, y suscitó intensos debates sobre esta cuestión con su espectacular retablo para la basílica de san Pedro del Vaticano, que sabemos que contempló el mismísimo Velázquez durante su primer viaje a Italia. Para aquel encargo representó El martirio de los santos Proceso y Martiniano, hoy en la Pinacoteca Vaticana, inspirándose en la obra de Poussin El martirio de san Erasmo, realizado también para un altar de San Pedro.
Si tenéis ocasión de visitar la muestra en Nueva York o París, buscad su más que probable autorretrato como Sansón en un momento de reflexión, que realizó a los 36 años, y fijaos también en que en sus obras nunca encontraréis suelo: era recurso para buscar que sus figuras compartieran escena con el espectador. Nadie hasta Degas recortó sus figuras con un procedimiento tan original, y el impresionista lo hizo inspirándose en encuadres fotográficos. Roberto Longhi llamaba a este tipo de escenas “pintura directa”, al no encontrarse mediada por el estilo sino ser fruto de lo que podríamos llamar “ojo interior”.
Si sus espacios parecen suspendidos, algo semejante ocurre con el tiempo: representa instantes congelados. Mirad La negación de San Pedro: un grupo de soldados juega a los lados, que quedan en suspensión y proyectan una sombra fugitiva en la superficie de la mesa.
En Valentin, como en Caravaggio, son también numerosas las pinturas de temática musical, y según los expertos, probablemente remitiesen a interpretaciones de música secular: sonatas con acompañamiento o madrigales.
Nacido en la ciudad francesa de Coulommiers, en una familia de artistas, Valentin se trasladó a Roma en su juventud y allí vivió y desarrolló su carrera artística hasta que falleció. Pudo formarse con su compatriota Vouet y en 1624 se encontraba inscrito en la Schildersbent, la asociación de pintores del norte residentes en Roma, con el apodo de «Amador» o «Inamorato». También se tiene constancia de que mantuvo contacto con los artistas franceses miembros de la Accademia di San Luca, como Vouet y Nicolas Poussin.
Además de Caravaggio, también ejerció una influencia decisiva en su trabajo el naturalista Bartolomeo Manfredi. Además de temáticas religiosas y musicales, realizó retratos, pinturas de historia y escenas de género.
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