En 1978, además de aprobarse nuestra Constitución y dar sus primeros pasos la democracia en nuestro país -véase la muestra “Poéticas de la democracia” en el Museo Reina Sofía-, se desarrolló otra apertura: la cultural. Ese mismo año Margit Rowell, entonces comisaria en el Solomon R. Guggenheim Museum de Nueva York, recorrió varios estudios de artistas españoles seleccionando las obras que, dos años después, formarían parte de una muestra emblemática con la que el arte español de los setenta se daría a conocer en Estados Unidos: “New Images from Spain”, que coincidió en ese centro (tuvo una segunda sede en el Spanish Institute) con una antológica de Chillida, por lo que sus visitantes podían ser testigos de un enriquecedor diálogo entre creadores de nuestro país pertenecientes a distintas generaciones.
En torno a aquella exposición -y de ahí su carácter icónico- se generaron debates dedicados a la cuestión de la identidad española del arte aquí nacido, y más artistas españoles (José Luis Alexanco, Luis de Pablo o Muntadas) presentaron su trabajo en Nueva York, en el experimental espacio The Kitchen. El primero repetía, además, en la Hastings Gallery.
Quienes tomaron parte en la exhibición del Guggenheim, el plato fuerte de aquella primavera española en Nueva York, fueron Sergi Aguilar, Carmen Calvo, Teresa Gancedo, Antoni Muntadas/Germán Serrán Pagán, Miquel Navarro, Guillermo Pérez-Villalta, Jordi Teixidor, Darío Villalba y Alberto Porta-Zush. Teixidor exponía, además, en el MoMA PS1 y al MoMA también llegaría poco después una gran muestra de Picasso.
La elección de piezas y artistas por parte de Rowell no fue necesariamente fácil, pero ella sí dejó documentados sus criterios antes de la exposición y en su propio catálogo: quería responder, desde el enfoque propio de la recién estrenada década de los ochenta, a la muestra “Nueva Pintura y Escultura”, que el MoMA había programado en los sesenta y que en el Guggenheim quedaba representada entonces a través de Chillida. Aquella la organizaron Frank O’Hara y John Ashbery, tratando de prestar atención tanto a las corrientes entonces incipientes como a un cierto casticismo.
La mayoría de aquellos autores escogidos para participar en “New images from Spain” eran entonces jóvenes, tan desconocidos fuera de nuestro país como lo eran quienes tomaron parte en “Nueva Pintura y Escultura”, aunque muchos de ellos tampoco expusieran entonces, frecuentemente, en las primeras y más sonadas muestras de los ochenta en Madrid, como “Madrid D.F.” y “1980”. En cualquier caso, la propuesta de Rowell ahondaba en el inicio de un tiempo nuevo, en lo artístico pero no solo, y en un abandono de dejes tradicionalistas (de la herencia de la noción de España Negra, el costumbrismo y la veta brava) en favor de las fuentes creativas más personales… y del color.
Y, sin embargo, alejándose de lo que hasta entonces se entendía como pintura española, la generada aquí en aquella época mantenía rasgos bien distintos a los de la pintura europea y estadounidense; Rowell los subrayó: La obra de los pintores europeos y americanos comenzaba a parecerse mucho, debido a la mediatización del arte. En cambio, en España encontré una gran frescura y originalidad en la obra de algunos artistas. Llegué incluso a pensar que el aislamiento que muchos habían sufrido durante el franquismo y la falta de información sobre los movimientos internacionales había sido, en definitiva, algo positivo. Éramos originalidad y periferia.
Entre los nombres que no estuvieron presentes en la exposición, pero podrían haber formado parte de ella, hay que subrayar -y Rowell lo hizo- a artistas abstractos, realistas o cercanos al Pop como Alfaro, Arroyo, el propio Chillida, Cuixart, Equipo Crónica, Juan Genovés, Antonio López, Millares, Saura o Tàpies. Teniendo en cuenta que la comisaria había recalado en más de un centenar de estudios, podemos concluir que en su selección pesaba la novedad y el alejamiento de lo normativo, del informalismo, de los ecos de las vanguardias internacionales o del realismo posterior al Pop Art.
Apostó Rowell por quienes manifestaban en su obra cierta vocación constructiva, más o menos cercana al minimalismo o al arte conceptual (Aguilar, Navarro o Teixidor), por quienes cultivaban grafías líricas (Alexanco, Zush) o por los próximos al arte objetual (Calvo y Gancedo). De Villalba le atrajeron sus fructíferos diálogos entre la pintura y el medio fotográfico, de Pérez-Villalta su conjunción de clasicismo y modernidad y de Muntadas/Serrán Pagán su acercamiento al videoarte, alejado hasta entonces del contexto cultural español.
En cualquier caso, es patente que priman las motivaciones individuales sobre las corrientes colectivas. Buena parte del sentido de la elección de los artistas -dice Alfonso de la Torre- tuvo que ver con su aire solitario, sentimiento de aislamiento, honesta soledad y diferencia acusada que muchos de ellos siempre conservaron, y vuelta a la historia secular de los creadores: una distinción embargada en la fértil soledad que tanto ha acompañado a los artistas en la historia del arte. No está de más recordar que Rowell, además de comisariar muestras en el MoMA o el Guggenheim, trabajaría más adelante en la Fundació Joan Miró o en el Reina Sofía.
Precisamente De la Torre comisaría ahora, en la Galería José de la Mano de Madrid, una visión retrospectiva de aquella muestra neoyorquina que ofreció, quizá no una mirada antológica, pero sí una constelación destacada de nuestros artistas de entonces. Es fruto de un profundo trabajo de recuperación: de las más de setenta piezas que formaron parte de la exhibición original, en Madrid podemos ver, hasta el 2 de febrero y junto a diversa documentación, cuarenta, entre pinturas, esculturas, trabajos sobre papel y dos vídeos: Soledad interrumpida, de Alexanco, con música de Luis de Pablo, y un documental de la muestra del Guggenheim.
“New images from Spain. Guggenheim, NY 1980”
JOSÉ DE LA MANO GALERÍA DE ARTE
c/ Zorrilla, 21 Bajo derecha
Madrid
Del 29 de noviembre de 2018 al 2 de febrero de 2019
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