Artista a la par que historiador del arte, Jeff Wall es una figura fundamental del fotoconceptualismo y de la Escuela de Vancouver, y su obra, que le hizo merecedor del premio Hasselblad en 2002, ahonda en las posibilidades expresivas de la figuración a partir de los modos compositivos de la historia de la pintura, los debates propios de la cultura contemporánea, el poder de las imágenes y los enigmas de la conducta humana hoy.
José Lebrero señalaba, en relación con los orígenes de su trabajo, que el punto de partida de su producción es la conciencia de la no verdad del saber aparente de la que hablaba Hegel: llevada a tierra, la intuición o constatación de lo que de extraño y extraordinario hay en lo doméstico. De ahí la teatralidad de sus escenas construidas, en las que instantes cotidianos se convierten en montajes donde tienen cabida el drama, la improvisación o la intuición. Suponen, en definitiva, la introducción de la imaginación en lo real, la creación del día a día y no su representación.
En cierto modo, el Wall fotógrafo es un pintor de historia: elige y diseña lugares; necesita actores a los que da unas instrucciones concretas (a veces les demanda gestos que ha observado en pinturas, o modelos de comportamiento que obtiene a partir de análisis gestuales) y pone en marcha sucesos dramáticos imaginados, inspirados en ocasiones en algunos reales, como Tropas muertas hablan, una visión tras una emboscada de la patrulla de la Armada Roja cerca de Mogor, Afganistán (invierno, 1986) (1991-1992). El artificio y la verosimilitud conviven en sus imágenes, en las que el tiempo se congela con resultados prácticamente cinematográficos que, sin embargo, tampoco se alejan demasiado de la concepción barroca de las imágenes en lo conceptual y lo formal, dada la presencia fundamental de lo alegórico como recurso a la hora de transmitir ciertos mensajes y la fácil equiparación de sus fotos a los tableaux vivants; muchos las consideran, de hecho, una actualización de los mismos llevada a cabo por un artista convencido de que, en la era de la imagen digital, es imposible pintar como los grandes maestros y de que la única vía de dar continuidad al espíritu de las vanguardias es experimentar en torno a nuestra relación con las tradiciones. La iluminación llegó en 1977, visitando el Prado y contemplando el acervo de Goya y Velázquez, sin embargo, ya de niño, al canadiense le fascinaba la pintura de Brueghel, las obras de Piero della Francesca, Miguel Ángel o Rembrandt.
Además de ciertos episodios históricos, interesan a Wall, que continúa residiendo en Vancouver y es doctor en Historia del Arte por el Courtauld Institute, las cuestiones relativas a la convivencia en los espacios públicos (racismo, pobreza, conflictos de clase y género, pobreza y exclusión cultural). Primero crea y experimenta, y solo después fotografía: de esa manera, halla la forma de convertir en imagen los asuntos que le inquietan a partir de una búsqueda más interior que exterior. Aunque le apasionen los clásicos de la pintura, halla influencias y respuestas en todo tipo de arte: siendo estudiante, conoció en la Vancouver Art Gallery a los expresionistas abstractos, a autores pop como Johns y Warhol o a minimalistas como Judd. Sus procedimientos son conocidos: trabaja en grandes formatos (a menudo 2 x 2 metros) y con transparencias que dispone sobre cajas de luz.
Una treintena de sus obras, fechadas desde los setenta hasta la actualidad, se exhiben hasta el 6 de enero en el MUDAM de Luxemburgo, en una exposición coproducida por la Kunsthalle de Mahnheim y comisariada por Sebastian Baden, Christophe Gallois y Clément Minighetti.
“Jeff Wall. Appearance”
MUDAM. MUSÉE D’ART MODERNE GRAND-DUC JEAN
3, Park Dräi Eechelen
Luxemburgo
Del 5 de octubre de 2018 al 6 de enero de 2019
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