Hammershøi: el mundo en el interior

El Musée Jacquemart-André dedica una retrospectiva al maestro danés

París,

Veinte años después regresan a París, al Musée Jacquemart-André, las pinturas, misteriosas y poéticas, de Vilhelm Hammershøi, el autor danés de interiores sutiles, sobre todo en grises y blancos, sin presencia humana o, de haberla, encarnada en una mujer que nos da la espalda. Se le dedicaron antologías en el Petit Palais, en 1987 y en el Museo de Orsay, en 1997, de modo que este artista representa para varias generaciones de franceses un recuerdo grato al que volver y esta nueva individual permitirá que lo sea también para las nuevas generaciones. Además, algunas de las obras que forman parte de esta presentación no formaron parte de la de Orsay.

Esos interiores formaban parte del entorno cotidiano de Hammershøi, y sus escasas modelos también pertenecían a su círculo íntimo, de ahí que un artículo periodístico de 1911 afirmara que visitar al artista en su casa era como entrar en una de sus pinturas. De temperamento taciturno, el danés no dejó de representar un mundo a su imagen, en el que podía encontrarse acogido y cómodo, bañado también en el silencio. Al observador no puede quedarle duda de que esas estancias son privadas y de que no es posible ejercer ninguna interacción con las mujeres que en ellas aparecen, sumidas en la soledad y quizá en la ensoñación.

"Hammershøi, maestro de la pintura danesa" en el Musée Jacquemart-André
“Hammershøi, maestro de la pintura danesa” en el Musée Jacquemart-André

Esta exposición quiere invitar al público a intentar franquear esos muros de silencio en los que Hammershøi se refugiaba, ilustrando en lo posible sus vínculos con familia y amigos y con otros artistas que le fueron próximos para dotar a su obra de lecturas más completas. Por su carácter introvertido, casi patente en su producción, el pintor se rodeó toda su vida de un reducido círculo: de la retrospectiva forman parte pinturas de su hermano Svend Hammershøi, su cuñado Peter Ilsted y su amigo Carl Holsøe, que podremos confrontar con las suyas: son evidentes las afinidades, pero destaca el genio singular de Hammershøi a la hora de transmitir emociones a través de los espacios, del vacío y de la luz, sobre todo una soledad en la que muchos espectadores han podido reconocerse.

Del propio Vilhelm se han reunido cuarenta piezas, algunas inéditas en Francia, como las que forman parte de la colección de arte danés de John L. Loeb Jr, que fue embajador estadounidense en Dinamarca y que rara vez han formado parte de sus retrospectivas internacionales; otros préstamos proceden del Statens Museum for Kunst y el Hirschprungske Samling de Copenhague, el Museo Nacional de Estocolmo y el Malmö Konstmuseum o de Orsay y la Tate. Y tendremos la oportunidad de averiguar que no solo de interiores se nutre su producción: realizó retratos y desnudos, vistas de arquitecturas y paisajes.

La muestra se estructura en ocho secciones cronológicas y comienza dejándonos ver que Hammershøi desarrolló extraordinarias dotes artísticas desde su primera juventud. Estudió en la Academia de Bellas Artes de Copenhague antes de unirse a los Talleres Independientes que Tuxen y Krøyer fundaron para ofrecer un modelo alternativo a la enseñanza encorsetada. Reforzado su talento por esa doble formación, encontró en sus inicios su principal camino expresivo en el retrato, realizándolos con una paleta restringida y ya sumidos en atmósferas melancólicas, aunque hay que subrayar sobre todo la fuerza de sus composiciones.

En 1890 retrató a su novia Ida, hermana de su amigo Peter Ilsted, en una obra en la que ella se muestra ya ausente, como si Hammershøi se negara a atribuirle una psicología concreta. Parece un retrato simple, sobre fondo neutro, pero denota una modernidad lejana al gusto de la época por las composiciones detallistas, y esa independencia la mantendría en sus autorretratos sobre lienzo o papel de esa misma década de 1890.

En 1895, Ida ya era su esposa y Hammershøi la retrató rodeada de sus hermanas, Ilsted y Anna. Solo las une la posición de sus rodillas, como si entre las tres formaran un motivo decorativo carente de interacción posible. Aunque representadas en un mismo espacio, parecen aisladas y absortas en sus pensamientos, rodeadas de silencio. Comenzaba a hacer acto de presencia ese carácter absorto de la producción del pintor.

En Cinco retratos daría de nuevo muestra de su independencia: se trata de un gran lienzo, que él consideró su gran obra, que expuso en 1902 cosechando escándalo. Representa una reunión de artistas que le eran cercanos en la que no hay atisbo de carácter festivo ni interacción entre los modelos, que miran en direcciones distintas. La impresión de extrañeza se ve reforzada por el claroscuro, que construye una visión nocturna casi sombría.

Parece que alentó la precoz vocación artística de Hammershøi su madre, Frederikke, quien, hasta su muerte en 1914, guardó todos los recortes de prensa sobre él. Fue retratada en dos ocasiones: la primera, en 1886, conforme a un modelo compositivo tomado del célebre retrato de la madre de Whistler, a quien Hammershøi admiraba; la segunda, en 1889, sentada en un sofá. Su interés por posturas y gestos cotidianos se aprecia también en otras obras tempranas y se iría afirmando a lo largo de su carrera: de este momento también data el Interior con joven leyendo, en el que su modelo fue otro familiar: su citado hermano Svend.

Al igual que a Hammershøi, a Holsøe y Peter Ilsted les gustaba representar interiores, un tema en realidad muy popular entre los jóvenes pintores daneses de principios del siglo XX. Pero aunque aborden asuntos idénticos, la impresión que surge de contemplar las composiciones de uno y otro es muy diferente. Mientras una misteriosa melancolía emana de las pinturas de Hammershøi, pintadas en una sutil gama de grises, los tonos suaves y ligeramente silenciados en los que trabajan Holsøe e Ilsted dan a sus obras un ambiente más cálido y tranquilizador.

La claridad a menudo fría de las pinturas de Hammershøi contrasta asimismo con la luz difusa de Holsøe, que subrayó el refinamiento de los interiores burgueses. En Madre e hijo, de Ilsted, una sala, amueblada de manera sencilla, acentúa la ternura de esta escena familiar. Presentado en el pabellón danés en la Exposición Universal de 1900, el segundo interior de Ilsted, hoy en Orsay, fue comprado por el Estado francés, mientras que ninguna de las once pinturas llevadas por Hammershøi encontró comprador. Así es la crítica y así es el tiempo.

La tercera sección de esta retrospectiva se dedica a los paisajes. En la primera mitad del siglo XIX, los pintores daneses sobresalieron en este género y Hammershøi se sumó a esa tradición, pero aportándole significados y atmósferas diferentes. A los dieciséis años pintó una vista en la que una hilera de árboles en el campo se estira diagonalmente; se sitúa en la tradición de sus ilustres predecesores, pero sus siguientes piezas no mantendrán la misma conexión con la naturaleza. Introduciría un claro distanciamiento, transformando estas obras en paisajes interiores.

Aunque se fijara en enclaves típicos del Seeland, que habían inspirado a muchos artistas daneses antes que a él, elimina cualquier detalle pintoresco: atendió a cielos de luminosidad plateada y a las líneas distantes del horizonte, salpicadas por unos pocos árboles, sin ninguna presencia humana. Los paisajes de Hammershøi tienden a la abstracción evitando cualquier detalle que pueda distraer la atención del espectador y subrayan la proporción del cielo.

"Hammershøi, maestro de la pintura danesa" en el Musée Jacquemart-André
“Hammershøi, maestro de la pintura danesa” en el Musée Jacquemart-André
"Hammershøi, maestro de la pintura danesa" en el Musée Jacquemart-André
“Hammershøi, maestro de la pintura danesa” en el Musée Jacquemart-André

La misma modernidad se hace patente en sus vistas urbanas. Disuelve los detalles en una especie de niebla, de modo que sus ciudades parecen fantasmales, rasgo que de nuevo lo distancia de su hermano Svend, que usaba tonos más cálidos y coqueteaba con lo pintoresco.

La faceta, sin duda, menos conocida de su obra (también la más minoritaria) son los desnudos, género asimismo cultivado por los maestros de la Edad de Oro holandesa. Como de costumbre, Hammershøi se desvía de los modelos antiguos para proyectar en sus lienzos una visión muy personal del tema, en una paleta limitada de tonos dominados por el gris. Así, los desnudos sensuales de los artistas de la primera mitad del siglo XIX dieron paso a estudios casi clínicos. Hammershøi pintó la mayor parte de los suyos al final de su carrera y a partir de modelos vivos, pero no conocemos la identidad de las mujeres representadas, cuyos rostros están de nuevo ocultos o inclinados. El trabajo con la luz refuerza el aspecto escultórico de estas figuras, que se destacan sobre un fondo neutro.

Y es tiempo ya de hablar de interiores. Los apartamentos que sucesivamente ocupó Hammershøi fueron para él una inagotable fuente de inspiración, sobre todo el ubicado en el número 30 de Strandgade, en Copenhague, donde vivió de 1898 a 1909. Las casas de las familias pudientes danesas de entonces estaban ricamente amuebladas y decoradas, pero es notorio que el pintor y su esposa Ida preferían la sobriedad (también que elegían cuidadosamente sus pinturas, objetos y libros).

Los apartamentos de Hammershøi eran más que un lugar para vivir: se trataba de verdaderos talleres, el escenario de sus ensayos con la luz. Al comparar las fotografías del apartamento del artista con sus obras, podemos darnos cuenta de que, antes de pintar, seleccionaba: omitía representar ciertos elementos decorativos, despojaba deliberadamente sus interiores de cualquier detalle superfluo.

Entre los jóvenes artistas de la vanguardia danesa, fue Carl Holsøe quien primero expuso públicamente un interior, pero Hammershøi se impuso pronto como su gran hacedor. Mientras las obras del primero destilan una cierta idea de felicidad doméstica, emana de los interiores de Hammershøi un aire de extrañeza, aunque los habiten figuras conocidas: la gran mayoría de las espaldas corresponden a su esposa. Se fijaba en su silueta y en su absorción en su tarea o sus pensamientos, en un tiempo que parece suspendido. De un lienzo a otro, el artista procede con infinitas variaciones alrededor del mismo motivo, visto desde diferentes ángulos. La luz parece absorber los detalles fatuos de los objetos, incidiendo en su esencia.

Podríamos pensar que Hammershøi siempre ha permanecido en el mismo lugar, pintando incansablemente los mismos interiores, pero viajó mucho para estudiar, paradójicamente, la impresión de inmovilidad que emana de sus obras; las razones de que pudiera permanecer casi inmune a los lugares visitados y las personas conocidas, como si solo se moviera en su propio universo.

"Hammershøi, maestro de la pintura danesa" en el Musée Jacquemart-André
“Hammershøi, maestro de la pintura danesa” en el Musée Jacquemart-André

 

 

“Hammershøi, maestro de la pintura danesa” 

MUSÉE JACQUEMART – ANDRÉ

158 Boulevard Haussmann

París

Del 14 de marzo al 22 de julio de 2019

 

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