Para Gustav Klimt, la medicina, la filosofía y el derecho no podían asegurar a quien se introdujese en esas disciplinas una vida satisfactoria y feliz y solo el arte podía salvar a las personas, por eso son tan frecuentes, entre los artistas de la Secesión, las obras desarrolladas en conjunto y por eso se pretendió que la XIV exposición del grupo fuese, precisamente, una obra de arte conjunta, además de una experiencia para los sentidos.
Aquella muestra tuvo lugar en 1902 y se celebró en honor de Max Klinger, con su escultura de Beethoven como punto central. El músico fue otro de los homenajeados, en sintonía con el gusto de sus tiempos, que rendían culto al compositor, altamente alabado por Wagner y Liszt. También por aquellos años Rolland escribió su “Vida de Beethoven” y Bourdelle diseñó su gran máscara.
Los artistas de la Secesión, por su parte, veían en el músico la encarnación de un genio y en su obra un símbolo del amor y el autosacrificio que podían salvar la humanidad. En la estatua de Klinger su rostro cobra rasgos heroicos: dirige su mirada a lo alto y parece encarnar la perfección.
Josef Hoffmann diseñó el interior de esa XIV exposición: utilizó hormigón a secas, para lograr la mayor neutralidad del espacio, y con objeto de que los espectadores alcanzaran sensaciones casi sinestésicas, se pensó en incluir música: la cuarta parte de la Novena Sinfonía, interpretada con instrumentos de viento de latón y madera y dirigida por Gustav Mahler, que entonces estaba al frente de la Ópera vienesa.

Por último, Klimt realizó para la muestra su célebre Friso Beethoven, que había sido ideado para enseñarse solo mientras durara la exposición y por eso se pintó directamente sobre la pared con materiales ligeros que después podrían retirarse con facilidad. Por fortuna la pieza se ha conservado, aunque hasta 1986 permaneció ajena a la vista del público: es uno de los trabajos menos conocidos de Klimt, y por esa razón, uno de los más misteriosos y mitificados.
El pintor quiso plasmar en el Friso una traducción simbólica de la última sinfonía de Beethoven. Lo elaboró con pinturas a la caseína, estuco y dorados en tres paredes que constituían una serie. La primera, longitudinal y situada enfrente de la entrada, representaba, según el catálogo de la exposición, el ansia de felicidad, los sufrimientos de la débil humanidad y los ruegos de ésta a la compasión para que emprenda la lucha por la felicidad. La segunda, más corta, incorporaba alusiones a las fuerzas enemigas, representadas en el gigante Tifón, contra el que hasta los dioses, según la mitología, lucharon sin éxito, y a sus hijas, las tres Gorgonas, que simbolizaban la lujuria y la impudicia, la intemperancia y el dolor profundo. Los deseos de los hombres escapan por encima de ellos. En la segunda pared longitudinal encontramos el ansia de felicidad saciada por la poesía, porque las artes nos conducen al reino ideal, el único en el que puede hallarse la alegría, la felicidad y el amor puros. “El anhelo de felicidad encuentra reposo en la poesía (las figuras suspendidas se encuentran con una mujer que toca la cítara). Las artes (las cinco figuras de mujeres dispuestas una sobre otra, algunas de las cuales señalan al coro de ángeles que canta y toca) nos conducen al reino ideal. Coro de los ángeles del Paraíso. ‘Alegría, hermosa chispa de los dioses’. ‘Este beso para el mundo entero’.”

ALABANZAS DE RODIN Y SUS PRÓXIMOS, CRÍTICA GENERAL
Las críticas a la obra no fueron buenas: fue calificada de anémica y torpe, y sus figuras resultaron “repugnantes” para parte del público, sobre todo las de las tres Gorgonas, hipersexualizadas. En conclusión: la exposición fue un fracaso económico.
El porqué de esta reacción del público puede residir en la independencia de las formas, las líneas y el ornamento alcanzada por Klimt. Las formas ya no están solo al servicio del contenido, tienen su propio contenido. La riqueza optimista, utópica de la representación –la salvación del hombre por la mujer en el abrazo al final del friso-conquista solo difícilmente a quien contempla, que permanece atento al aspecto externo, hasta cierto punto superficial, como la fealdad de las mujeres representadas.
Llamativamente, el hombre apenas aparece en la obra de Klimt, y cuando lo hace es para resaltar a la mujer. Incluso el héroe de Beethoven de “Este beso a todo el mundo” se encuentra desnudo y vulnerable, en una posición difícil, preso en los brazos de una mujer que la hace bajar la cabeza.
Podemos interpretarlo como la vuelta del héroe al útero materno, el último abrazo que es también un regreso al origen, al cosmos, en el que la mujer es la última vencedora. En La esperanza I (1903) volvemos a encontrar ese “apriosionamiento en el útero”, concebido éste como recipiente que aloja la esperanza de la humanidad. Ese poema visual relativo a la mujer embarazada está rodeado de máscaras, ídolos, monstruos vinculados a la enfermedad, la pobreza y la muerte. En realidad, el título del cuadro y su tema presentan son un himno a lo femenino y a la vida, pero los elementos que lo rodean contienen la noche y la muerte. De la pureza de la naturaleza de Botticelli solo quedan las flores en el cabello.
Por naturalista y directa, esta representación tuvo que sorprender a los contemporáneos a Klimt, que seguramente la encontraran obscena.
El pintor quiso plasmar en el Friso una traducción simbólica de la última sinfonía de Beethoven
Rodin visitó la exposición de la Secesión en 1902 y felicitó a Klimt por un friso que adjetivó como trágico y divino. Para Las tres edades de la vida, el pintor se inspiró en el escultor, en su Celle qui fut la belle Heaulmière, que evoca al destino y al papel central de la mujer, a la infinidad del cosmos y la fundición de los sexos, rodeada de ornamentación biológica y motivos referentes a la penetración.
En una sociedad que empareja la sexualidad y la muerte con el caos, por fuerza Klimt resulta espinoso. No volvió a recibir encargos estatales y en el propio colectivo de la Secesión, las críticas al Friso Beethoven provocó un conflicto entre los partidarios del artista, entre ellos Moser y Otto Wagner, y sus detractores.
Tal fue la controversia que Klimt decidió abandonar la Secesión, que nunca llegaría a recuperarse tras su salida. Se suspendió la publicación de Ver Sacrum y Klimt se retiró de la vida pública.
El asunto central de su obra siguió siendo el ciclo vital, las enfermedades, el temor ante la enfermedad o la muerte. Más indiferente a lo social y lo político, solo la búsqueda intelectual, la filosofía o las religiones orientales continuaron interesándole como antes.
En definitiva, el amor y la muerte continuaron siendo su fuente de inspiración, bajo la apariencia de dos motivos en sus obras: las flores y las mujeres.
Hoy el Friso puede verse en el Pabellón de la Secesión de la capital austriaca. En 1984 se realizó, por iniciativa de la Österreichische Galerie Belvedere, una copia de la totalidad del friso en tamaño original sobre planchas ligeras para mostrarlo en exposiciones.