Quién es Plácido Arango y cuáles son las 25 obras que ha donado al Museo del Prado

Se trata de veinticinco obras fechadas entre los siglos XVI y XIX

Madrid,
Plácido Arango. Foto © Museo Nacional del Prado
Plácido Arango. Foto © Museo Nacional del Prado

Ayer el Museo del Prado anunció que su Real Patronato había aceptado en un pleno la donación, por parte de Plácido Arango, de veinticinco obras fechadas entre los siglos XVI y XIX.

No es la primera donación que Arango realiza a la pinacoteca: ya en 1991 efectuó otra de ochenta grabados de la serie de los Caprichos de Goya. Nacido en la ciudad mexicana de Tampico en 1931 de padres que habían emigrado allí desde Asturias, el coleccionista es fundador del Grupo Vips y comenzó a interesarse por la esfera artística en su juventud. Sus fondos privados, considerados entre los más interesantes de España, están formados por varios centenares de obras y en ellos el arte español cuenta con especial protagonismo: cuenta con piezas de El Greco, José de Ribera, Murillo, Dalí, Barceló o Tàpies.

En 1987 fue nombrado vocal del Patronato del Prado, presidió esta institución entre 2007 y 2013 y actualmente Arango es Patrono de Honor del Museo madrileño, además de vocal de la Biblioteca Nacional de España y del Metropolitan Museum de Nueva York y académico de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Como vocal del MET y también económicamente, el mexicano impulsó en su momento la restauración de Las Meninas y también, según subrayó ayer Miguel Zugaza, posibilitó la recuperación de La marquesa de Santa Cruz de Goya en 1986.

Las veinticinco obras donadas, pertenecientes a quince artistas, han sido seleccionadas por responsables del museo en colaboración con el mecenas, que se reserva sobre ellas el derecho de usufructo vitalicio. Irán exhibiéndose en el Prado en diversas presentaciones especiales (la primera, el 7 de julio) y como parte de muestras temporales, entre ellas la monográfica dedicada a Luis de Morales que podremos ver en otoño y que incorporará las tablas de la Crucifixión y la Resurrección.

Para Miguel Falomir, subdirector del Museo desde hace justo un mes, la donación es importante por cuatro motivos fundamentales: ayuda a paliar algunas ausencias en el Museo, como ocurre con los trabajos de Pedro de Campaña, Francisco Barrera, López Caro o Felipe Pablo de San Leocadio; refuerza a autores ya presentes como Zurbarán y Corrado Giaquinto, las piezas donadas se encuentran en un extraordinario estado de conservación y la mayoría fueron realizadas por artistas españoles o que trabajaban en España y casi todas han sido adquiridas fuera de nuestro país.

Felipe Pablo de San Leocadio. Adoración de los pastores, hacia 1539. Madrid, Museo Nacional del Prado. Donación Plácido Arango
Felipe Pablo de San Leocadio. Adoración de los pastores, hacia 1539. Madrid, Museo Nacional del Prado. Donación Plácido Arango

 

LAS VEINTICINCO OBRAS QUE ARANGO DONA AL PRADO

Adoración de los pastores (hacia 1539), Felipe Pablo de San Leocadio. Esta obra del pintor valenciano combina rasgos derivados de la influencia paterna –Felipe Pablo era hijo del italiano Paolo de San Leocadio, también pintor- con otros que remiten al leonardismo de Yáñez y Llanos. Es interesante su tratamiento lumínico y la aparición de Dios Padre y la paloma del Espíritu Santo dota a la obra de una dimensión trinitaria que escapa a la iconografía habitual de las adoraciones.

El Prado posee varias obras de Paolo de San Leocadio pero no albergaba ninguna, hasta ahora, de su hijo.

Camino del Calvario, hacia 1547. Pedro de Campaña. Junto a El Descendimiento, es la primera pintura de este artista de origen belga que se suma a los fondos del Prado. Formaba parte de un retablo privado en la iglesia del convento sevillano de Santa María de Gracia y está realizada sobre un tondo de madera. Este formato circular, además, no es muy frecuente en la pintura española.

El Descendimiento, hacia 1570. Pedro de Campaña. Este tema, y el del Calvario, es uno de los más frecuentes en la producción de Pedro de Campaña. Su parte central supone una versión de la idea central de una estampa de Marcantonio Raimondi.

La Crucifixión y La Resurrección, hacia 1566. Luis de Morales. Probablemente estas tablas fueron realizadas, junto a El lamento ante Cristo muerto, para el Retablo mayor de la parroquia de Alconchel, en Badajoz. Enriquecen significativamente el fondo de este artista con el que ya cuenta el Prado.

La Natividad, hacia 1610. Eugenio Cajés. Cajés, que fue pintor real más de dos décadas, es autor de pinturas religiosas de líneas suaves, trazos dulcificados e iluminación contrastada. Esta Natividad destaca por su tono íntimo y su factura refinada.

Calvario, hacia 1613. Luis Tristán. Este artista toledano, discípulo de El Greco, realizó numerosos Calvarios y éste se considera uno de los mejores.

Bodegón con cesta de uvas y otras frutas, 1624. Alejandro Loarte. El Prado sólo contaba hasta ahora con otro bodegón de Loarte y tres obras más a él atribuidas: San Juan Bautista, Magdalena penitente y El Milagro de San Bernardo. Evoca a Sánchez Cotán y Juan van der Hamen.

Febrero, bodegón de invierno, 1640. Francisco Barrera. Por la inscripción Febrero sabemos que esta naturaleza muerta formaba parte de una serie dedicada a los meses del año. Organizada en gradas, esta composición recuerda a Van der Hamen. Es la primera obra de Barrera en el Prado.

Pícaro de cocina, hacia 1620. Francisco López Caro. La tipología del niño y algunos de los recipientes recuerdan a Velázquez, dejando al margen diferencias de calidad. El Museo no poseía hasta ahora ningún trabajo de López Caro.

Inmaculada Concepción, hacia 1625-1630. Francisco de Zurbarán. Singular respecto a otras versiones contemporáneas del mismo tema en Zurbarán, esta Inmaculada destaca por sus tres precisos campos de color y por su depurada técnica descriptiva en los pliegues de los paños.

Inmaculada Niña, 1656. Francisco de Zurbarán. La Virgen se representa aquí muy niña y originando un rompimiento de gloria. Los ángeles niños son coprotagonistas de la composición e hilo conductor de la misma.

San Francisco en oración, 1659. Francisco de Zurbarán. Obra tardía del pintor extremeño, se caracteriza por su unidad tonal y por la eliminación de contrastes lumínicos acusados. Fue propiedad de Aureliano de Beruete.

San Juan Bautista, hacia 1645. Antonio del Castillo y Saavedra. Se pintó para presidir un retablo de la sacristía de la iglesia de los Trinitarios Calzados de Córdoba y destaca por su altura y rotundidad. Da fe de la brillantez lograda por Del Castillo en una de las fases más productivas de su trayectoria.

San Juan Bautista. Juan Valdés Leal. El pintor dio fe de su maestría al mostrar a San Juan próximo al espectador, en escorzo, y empleando simultáneamente distintos grados de acabado.

Inmaculada Concepción, 1682. Juan Valdés Leal. Se sirve Valdés del color para dar fuerza y orden a su discurso compositivo. Merece la pena comparar esta obra con pinturas del mismo tema de Murillo algo anteriores.

El sueño de San José, hacia 1662. Francisco Herrera el Mozo. Ya Palomino alabó el buen gusto de esta obra, considerada pieza maestra del Barroco español. Normalmente este motivo se representa en interiores, pero este caso es una excepción.

La Inmaculada Concepción, hacia 1660. Mateo Cerezo. Hasta 1986 esta pintura se atribuyó a Coello. De las diez Inmaculadas que se atribuyen a Cerezo, ésta es la más dinámica y abigarrada.

El milagro del agua (hacia 1743), La serpiente de bronce (hacia 1743) y Piedad (hacia 1756). Corrado Giaquinto. Las dos primeras las realizó Giaquinto en su etapa romana, poco representada en el Museo; la última en Madrid.

Piedras litográficas: El famoso americano Mariano Ceballos, Bravo toro, Dibersión de España y Plaza partida, 1825. Francisco de Goya. Estas cuatro estampas las realizó Goya en Burdeos un año después de su llegada a la ciudad francesa. Libertad formal y amor por lo trágico constituyen las notas dominantes de estos grabados.

Por otro lado, en la sesión plenaria ordinaria del Real Patronato del Museo del Prado celebrada ayer, también se aprobó la incorporación a esta instituciñon de Sir John Elliot, historiador e hispanista, y del expresidente de Patrimonio Nacional, Álvaro Fernández-Villaverde, marqués de Santa Cruz.

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