Si CaixaForum Zaragoza nos da estos días la oportunidad de conocer algunas de las mejores pinturas del Settecento italiano que forman parte de los fondos de la Gemäldegaleriegalerie, en Patrimonio Nacional podemos ver, hasta el 16 de octubre, pinturas y esculturas significativas del periodo anterior, el Seicento, procedentes de las Colecciones Reales y, en muchos casos, restauradas para la ocasión.
El comisario de la muestra, que hoy se ha abierto al público, es Gonzalo Redín, que ha seleccionado para su presentación en el Palacio Real un número importante de piezas (cerca de la mitad de las que componen la exposición) que nunca se habían expuesto con anterioridad, incluyendo trabajos de Guido Reni, Francesco Albani o Charles Le Brun, junto a otros de Caravaggio, Gian Lorenzo Bernini, Diego Velázquez, José de Ribera o Guercino.
UN VIAJE DE BOLONIA A ROMA
El germen del Seicento italiano, y del planteamiento de esta muestra, es el traslado de Annibale Carracci de Bolonia a Roma. Aquí, en el estudio de pintura y escultura antigua de Rafael, gestó el artista su pintura idealizada, que perseguía la belleza y no el realismo.
A Roma acudirían después Reni o Il Guercino, también desde Bolonia, Le Brun desde Francia y también Velázquez (en la exhibición podemos contemplar su Túnica de San José) y Caravaggio, nacido en Milán. En Madrid se expone Salomé con la cabeza del Bautista, una de las obras maestras de las Colecciones Reales. En ella Caravaggio representó este episodio bíblico a modo de historia contemporánea a él, de manera muy directa y con una verosimilitud perturbadora. Destaca en esta pintura el potente claroscuro, que subraya la presencia de las figuras en la oscuridad y también la viveza del drama en el que participan.
Dejando Roma a un lado, la pintura napolitana cuenta con especial protagonismo en los fondos de Patrimonio Nacional, dada la histórica presencia española allí. En la exposición podremos ver pinturas de Ribera, que se formó en Nápoles, y lienzos de Luca Giordano, que tienen mucho que ver con los del español pero que a su vez enlazaban con el gusto ilusionista barroco popular en la Corte de Carlos II.
Otra de las piezas fundamentales de “De Caravaggio a Bernini. Obras maestras del Seicento italiano en las Colecciones Reales” es el Cristo crucificado del propio Bernini, la única estatua del maestro encargada para fuera de Italia que llegó a su destino. Lo realizó el genial escultor por encargo de Felipe IV para que presidiera el Panteón de los Reyes en el Monasterio de San Lorenzo de El Escorial.
La exposición culmina con una apoteosis del Seicento: vemos una docena de pinturas de gran tamaño que abarcan todo el arco de la pintura del s XVII, desde La Vocación de san Andrés y san Pedro de Federico Barocci hasta La conversión de Saulo de Guido Reni.
CINCO OBRAS GENIALES
Salomé con la cabeza del Bautista, Caravaggio.
Es una de las obras restauradas para la muestra. A diferencia de la versión de esta pintura de la National Gallery de Londres, esta enmarca la escena situando la bandeja con la cabeza de San Juan Bautista en el centro del grupo de los personajes mientras el verdugo envaina la espada: no se subraya el horror, se nos expone la calma de quien empieza a asumirlo. Este modelo iconográfico del episodio religioso tendría gran influencia en la pintura napolitana de las primeras décadas del Seicento.
La túnica de José, Velázquez.
Este lienzo y La Fragua probablemente colgaran cerca del Salón de Reinos y de los cuadros de carácter político del sevillano. Fueron pensados para el Buen Retiro y su semejanza técnica y estilística indica que ambos trabajos se pintaron con ese destino áulico, y no en Roma sino en Madrid.
José sucumbe al engaño de sus hijos, sin atender a los ladridos de su perro que le advierte de la traición. La recreación que hace Velázquez del mundo mitológico y el bíblico es distinta del clasicismo de la pintura italiana. Presenta influencias de Tintoretto (mirad el suelo ajedrezado), de Domenichino o de Caravaggio (de quien el español tomaría la expresividad de El martirio de san Mateo o La vocación de san Mateo).
San Francisco de Asís en la zarza, José de Ribera.
El de Játiva representó aquí un asunto que abordó varias veces a lo largo de su carrera: el Perdón de Asís. Para huir de las tentaciones del demonio, san Francisco se lanzó, despojándose de la túnica, a una zarza de espinas que se transformaron en rosas para no causarle dolor.
Podría datarse en la tercera década del s XVII.
Conversión de Saulo, Guido Reni.
Se considera que esta obra maestra del artista es respuesta a la pintura del mismo tema de Caravaggio. Resulta abigarrada y luminosa: no tienen cabida en la obra más figuras que el caballo y el santo, al que la caída le ha hecho perder el escudo, mientras un pequeño hazde luz entre las nubes representa el resplandor divino.
No se han encontrado dibujos preparatorios, pero la figura del santo, con el busto acortado y las piernas separadas, denota un estudio del natural a partir de un modelo en pose.
Cristo crucificado, Bernini.
Este bronce de El Escorial, que reapareció para los estudios en 1924, es la única figura completa de metal, autónoma y móvil, de Gian Lorenzo Bernini que se conserva; también es la única figura que le fue encargada al artista desde el extranjero y que salió de Italia antes de 1685. Más peculiaridades: es la única estatua que en vida de Bernini se consideró no adecuada para el fin para el que había sido concebida.
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