Hace justo cuarenta años, en 1978, el coleccionista de origen alemán Justin K. Thannhauser –hijo del marchante Heinrich Thannhauser, fundador de la Moderne Galerie de Múnich– y su esposa Hilde legaron al Museo Guggenheim neoyorquino una parte importante de los fondos que no habían donado antes a este museo; hablamos de una colección muy rica en arte europeo de fines del siglo XIX y principios del XX. Aunque algunas de esas obras han formado parte desde entonces de muestras europeas, nunca se había presentado, fuera de Estados Unidos, una exposición dedicada en exclusiva a ellas, y esa es la propuesta que desde hoy acoge el Guggenheim Bilbao: un recorrido por medio centenar de sus piezas más significativas, de Van Gogh a Picasso.
Thannhauser tuvo predilección por aquellos autores que, en su época, desafiaron convenciones y abrieron las puertas de los géneros rígidamente concebidos: quienes atendieron a las transformaciones de las ciudades en el cambio de siglo y a las variaciones lumínicas que el tiempo y el clima imprimían a la naturaleza, y quienes adoptaron prácticas artísticas innovadoras, como la pincelada suelta o la fragmentación de los planos en la pintura. Aunque no es este el único medio representado en la muestra del Guggenheim, en la que también veremos esculturas, como alguna de Degas, trabajos sobre papel, fotografías históricas y material de archivo válido para informarnos de los intereses y relaciones de Thannhauser. Hay que tener en cuenta que el coleccionista trabajó en su juventud en la galería de su padre, programando muestras de impresionistas y postimpresionistas y de pintores alemanes contemporáneos: por aquel espacio pasaron con asiduidad los miembros de la Nueva Asociación de Artistas de Múnich y el Jinete Azul. Kandinsky, que formaba parte de ambas, era uno de sus imprescindibles, y en 1913 presentaron igualmente una destacada retrospectiva de Picasso, con quien mantuvieron relación durante décadas.
Siguiendo los pasos de su padre, Justin K. Thannhauser abrió galería en Lucerna, en 1919, junto a su primo Siegfried Rosengart, y tiempo después trasladó la sede de la fundada por su progenitor a Berlín, donde dedicó exhibiciones a Paul Gauguin, Henri Matisse o Claude Monet. La irrupción del nazismo y la desconsideración del llamado “arte degenerado” explicaron el cierre de esta sala en la capital alemana en 1937 y la emigración de los Thannhauser a Francia (a París) y después a Nueva York; en esta ciudad, Justin se estableció como marchante privado en 1940. Cercano a Solomon R. Guggenheim por sus comunes intereses, donó pronto a su museo estadounidense una treintena de Picassos, y esos donaciones aumentarían con el tiempo, pudiéndose ver selecciones de estas obras desde los sesenta. El último legado de piezas tuvo lugar en 1991, a la muerte de Hilde Thannhauser.
Entre las obras que podremos ver en el Guggenheim, figuran algunas de los grandes del impresionismo, como Ante el espejo de Manet, pionera inmersión en la intimidad doméstica de una modelo en su tocador o Mujer con periquito de Renoir, previa a su periodo específicamente impresionista, en la que también nos muestra una escena íntima dejando fluir su amor por las texturas. Los herederos de aquella corriente, como Gauguin o Van Gogh, también están representados en esta muestra, como lo estuvieron en los comienzos de la Galería Thannhauser de Múnich, con sus líneas sinuosas y los colores no naturalistas que aportan emotividad y simbolismos. En Bilbao veremos Montañas de Saint – Remy, que el holandés pintó durante su convalecencia en aquel enclave, fijándose en los paisajes rocosos que podía ver desde el hospital y representándolos con pinceladas densas y dinámicas.
También nos espera uno de los paisajes fauvistas de Braque, deconstruido con vivo cromatismo para generar también texturas, o la onírica escena Los jugadores de fútbol de Henri Rousseau, estilizada y de aspecto plano como la mayor parte de su producción.
Picasso conforma un capítulo esencial de esta exhibición. Del mismo año en que llegó a París, 1900, data Le Moulin de la Galette, donde el malagueño ya dejaba ver su fascinación por el glamour decadente de la vida nocturna en Montmartre –que pronto examinarán los centros CaixaForum–, antes de que su estilo evolucionara primero al clasicismo de sus etapas azul y rosa y después al cubismo. Como decíamos, Justin K. Thannhauser mantuvo con él una larga relación desde la primera muestra que le brindó en su galería, en 1913, y de su colección forman parte Fernande con mantilla negra, un retrato de su amante Fernande Olivier, presente en decenas de sus obras desde que se conocieron en 1904 hasta su ruptura en 1912, y la muy posterior La mujer del pelo amarillo, retrato de Marie-Thérèse Walter datado en 1931 en el que nos la presenta en la intimidad de su sueño. Al margen de las innovaciones formales y estilísticas, otra de las notas recurrentes en las piezas de la colección Thannhauser presentes en el Guggenheim es, como hemos visto, la atención a los instantes propios en que nadie observa al retratado, salvo el artista-voyeur que se deleita examinando su naturalidad.
En paralelo a la muestra, tendrán lugar diversas conferencias y visitas guiadas: consultadlas aquí.
“De Van Gogh a Picasso. El legado Thannhauser”
Avenida Abandoibarra, 2
Bilbao
Del 21 de septiembre de 2018 al 24 de marzo de 2019
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