Ya sabéis que, cada año, coincidiendo con la celebración de ARCO, la Fundación Banco Santander presenta en su Sala de Arte de Boadilla del Monte una selección de los fondos de destacados coleccionistas internacionales, obras que a menudo viajan a España por primera vez. Este año es el turno del brasileño Luis Paulo Montenegro, uno de los ganadores de los Premios A al Coleccionismo que concede la Fundación ARCO. Es uno de los grandes empresarios de su país, vicepresidente del instituto Brasileño de Opinión Pública y Estadísticas y coleccionista desde hace aproximadamente veinte años.
Ha contado que comenzó a adquirir obras en subastas dejándose llevar puramente por la seducción del momento (habla de amor a primer mazazo) y que paulatinamente ha ido educando su mirada y expandiendo sus intereses: desde el arte figurativo brasileño al arte concreto y, después, del latinoamericano al internacional; su colección está formada en un 65% por obras de creadores brasileños y en un 35% por trabajos de autores internacionales, la mayoría latinoamericanos, con algunas excepciones sobresalientes, como Giacometti, Max Bill, Hans Bellmer, Warhol, Alighiero Boetti o Joseph Albers. En palabras de Montenegro, coleccionar es un acto de amor y de coraje.
Las piezas en distintos formatos (predomina la pintura) que hasta junio podemos ver en Boadilla habían permanecido casi inéditas hasta ahora; esta es la primera vez que Montenegro decide abrir al público sus fondos en una muestra dedicada a ellos y, de hecho, habitualmente estas obras se conservan en su propia casa.
La muestra ha sido comisariada por Rodrigo Moura, quien, por sus dimensiones (son más de doscientas las obras expuestas) la ha planteado al modo de un museo temporal con el arte brasileño, su apertura a la modernidad y su vocación indigenista como punto de partida. Nos encontramos ante una etapa de conocimiento y reconocimiento internacional de la creación brasileña que ha coincidido con la apertura al mundo del mercado artístico del país: se suceden exhibiciones dedicadas a Tarsila do Amaral, Lygia Clark, Mira Schendel o Adriana Varejão y, aquí en Madrid, Moura ha recordado la importancia de la participación del Museo Reina Sofía en la red Conceptualismos del Sur, una plataforma de discusión e investigación artística centrada en América Latina con más de una década de vida.
El recorrido es cronológico hasta cierto punto, porque aúna un siglo de arte pero sin la pretensión de introducir al espectador en lecturas ni narrativas únicas. Se articula en una decena de secciones que a su vez forman parte de dos apartados mayores: el primero, Visiones de la tierra, integra las obras modernistas de autores iberoamericanos, sobre todo brasileños, que Montenegro atesoró en sus inicios como coleccionista, en las que lo étnico y popular cobra mayor peso; el segundo y más amplio, El mundo planeado, remite al neoconstructivismo adoptado por muchos creadores brasileños de vanguardia en línea con las corrientes internacionales, representadas también en la exposición.
La primera obra que Montenegro compró fue Índia Carajá de Portinari y es el arte brasileño, al margen de la internacionalización progresiva de sus fondos, el eje de esta exhibición por el número de obras y porque proporciona los conceptos y el marco cultural e histórico desde el que interpretar el conjunto: podemos entender los trabajos del resto de autores como experimentaciones paralelas o precedentes, el fruto de búsquedas semejantes.
Una primera sección está dedicada a la opinión y la palabra, dada la dedicación de la empresa para la que Montenegro trabaja, pero la verdadera inmersión en lo que el arte brasileño tiene de rico, híbrido y particular llega a partir de la siguiente: Modernismos, un primer homenaje a las aportaciones específicamente brasileñas a la renovación de las artes en el comienzo del siglo XX a partir de obras de Antonio Berni, Da Veiga Guignard, Ernesto de Fiori o Matta. En las peculiaridades y vital de la creación del país en esos años incide Indigenismos: el desafío a las narrativas artísticas tradicionales desde la tradición particular de Cavalcanti, Do Rego Monteiro, Wifredo Lam o el citado Portinari y, avanzando en el tiempo, Paulistas y cariocas nos adentra en la complejidad de la creación concreta y la abstracción geométrica desarrollada a mediados del siglo pasado en Rio de Janeiro y São Paulo. El crítico Mário Pedrosa (al arte del que nos habló le dedicó recientemente una muestra el Reina Sofía) diferenció entre paulistas y cariocas en 1957, más teóricos y rigurosos los primeros, más espontáneos y sensuales los segundos. En este capítulo nos esperan Lothar Charopux, Lygia Clark, Waldemar Cordeiro, Oiticica, Almir Mavignier o Pape.
También tienen cabida en la propuesta del Santander otros neoconstructivistas que introdujeron en Brasil la abstracción bajo ese tamiz, como Ione Saldanha y su geometría delicada, Mira Schendel o Alfredo Volpi, uno de los más representados en la colección Montenegro, cuya obra en Boadilla os hará pensar irremediablemente en Klee. Sus trabajos podremos confrontarlos con la geometría y el color presente en los de Albers o Max Bill y con las líneas que desafían el ojo de Jesús Rafael Soto o Cruz-Diez.
El informalismo se hace presente en obras de Bandeira, De Kooning, Manabu Mabe u Ohtake y el maltrato al soporte, más o menos sutil o violento, para abrirlo a realidades nuevas en trabajos de Fontana, Manzoni, Vik Muniz, Jannis Kounellis o Maiolino.
La vertiente más experimental del arte brasileño reciente la representan Waltércio Caldas, Antonio Dias, Tunga o el laureado Meireles y los trabajos más recientes corresponden a Ernesto Neto, autor de Candle to the earth, pieza realizada en ganchillo con la colaboración de artistas del Amazonas; Gabriel Orozco, Marcius Galan o Rio Branco.
Probablemente no sea casual que, coincidiendo con una edición de ARCO dedicada al futuro, la Fundación Banco Santander haya mirado a Brasil; la Comunidad de Madrid a Colombia y el Museo Reina Sofía y Promoción del Arte a Portugal. Seleccionamos diez piezas que nos han seducido en Boadilla y que nos resultan tremendamente actuales:
Hans Bellmer. A Sade, 1961.
Tras el impass de la II Guerra Mundial, Hans Bellmer continuó realizando grabados, fotografías y dibujos sobre sus temas preferidos antes de la contienda, quizá desde un interés reforzado: lo escabroso, la sexualidad prohibida, el deseo incontrolado. En Santander podemos ver ocho grabados, perturbadores pero bellos, dedicados al Marqués de Sade. En ellos analiza las fragmentaciones del cuerpo a partir de temas de su libro Anatomía de la imagen.
Oswaldo Goeldi. Abandono, 1937, y Chuva, hacia 1957.
En la década de los treinta, este grabador brasileño de orígenes suizos simplificó sus procedimientos aprovechando las vetas de la madera y alejándose de la influencia formal y temática de Kubin y el expresionismo alemán.
Volvió a lo real y buscó contrastes en los paisajes nocturnos. Desde 1932 incorporó el color a sus obras, un cromatismo que fue ganando complejidad con el tiempo. Aquí el color rojo es contrapunto de la oscuridad del grabado. Lygia Pape le dedicó en 1971 la película El paraguas rojo, inspirada en Chuva.
Ione Saldanha. Sin título, hacia 1950 o Pintura 4, 1961
Esta artista amante de la geometría delicada y casi rítmica, se formó en Río de Janeiro y en los cincuenta aprendió pintura al fresco en la Academia Julian parisina y en Florencia. Sus obras conectan abiertamente con la abstracción geométrica y son ejemplo de su evolución hacia composiciones muy sintéticas, tras los retratos y escenas cotidianas en los que trabajó en sus inicios. Remiten a la estructura de los paisajes urbanos, pero desde lo lírico.
Lygia Clark. Quebra de moldura, 1954
La serie supuso un punto de inflexión en la búsqueda de Clark de la creación de un nuevo espectador a partir de un proceso utópico de transformación de las personas a través de los sentidos.
Intentó retirar de su obra las marcas que convertían su pintura en un espacio metafórico, una imagen dentro de una tela, y estos son los frutos: agrupa los planos en módulos, haciendo que la superficie intervenga directamente en el mundo, como objeto. La pintura fue su punto de partida para la aproximación de la obra al espacio circundante y al espectador. El público podrá en la Fundación experimentar con las posibilidades de sus réplicas.
Almir Mavignier. Vibración sobre negro, 1962
Mavignier adoptó de Klee la idea del punto como energía y construyó las formas en su pintura a partir de la aproximación de puntos de color de medidas distintas, una relación entre las partes y el todo que lo acerca al op art. Formó parte del grupo Zero, y desde entonces su pintura tendió a lo monócromo: esta es una obra uniforme cuyas variaciones formales vienen dadas por la intensidad y la proximidad de los materiales.
Sandu Darie. Sin título, 1953
Sus obras apuntan a las bases del arte concreto en una combinación de planos, colores primarios y formas fundidas con rigor geométrico. Fue uno de los pocos pintores que siguieron siendo abstractos en Cuba tras la Revolución.
Cinthia Marcelle. Capa morada, 2003
La suya es una de las obras más recientes de la muestra. Marcelle desarrolló la serie fotográfica durante un programa de residencias en Ciudad del Cabo en colaboración con Jean Meeran: seleccionó lugares de la ciudad donde se podía mezclar con el ambiente, usando tejidos y ropas del mismo color de los fondos hasta diluir su presencia en el espacio. A medida que el trabajo avanzaba, esos materiales daban lugar a cosas y personas, de modo que el cuerpo de la artista se fundía con la ciudad, el espacio y la multitud. Le interesa constatar la conectividad entre mundo y sujeto, individuo y colectividad, creando interferencias entre los sujetos y las cosas. Tiene algo en común con Verónica Vicente.
Marcius Galán. Composición apagada, 2015
Esta Composición apagada forma parte de una serie de collages realizados con gomas de borrar más o menos gastadas, dispuestas geométricamente y enmarcadas con las virutas que resultan de su uso, en referencia al sistema de valores del trabajo artístico.
Ernesto Neto. A candle to earth, 2015
Transparencia y opacidad, vacío y lleno, levedad y peso. Esta pieza de Neto representa la dimensión ritual de su obra reciente, realizada a menudo en colaboración con artistas del Amazonas y chamanes huni kuin.
Rivane Neuenschwander. A thousand and one posible nights, 2006
Se trata de una serie de collages con confetis hechos perforando páginas de Las mil y una noches y pegándolas sobre papel negro. Su apariencia se asemeja a las constelaciones y emula la narrativa descentralizada de Sherezade. Ficción a partir de ficción.
“Visiones de la Tierra/El mundo planeado. Colección Luis Paulo Montenegro”
Ciudad Grupo Santander
Boadilla del Monte, Madrid
Del 20 de febrero al 10 de junio de 2018
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