Decía Berenice Abbott que la fotografía no nos enseña a expresar nuestras emociones, enseña cómo mirar. Ella había afinado su intuición en cuanto a dónde dirigir la vista estudiando periodismo en la Universidad de Ohio antes de trasladarse a Nueva York, en 1918, donde optó por aprender escultura, compartió apartamento con Djuna Barnes y entabló amistad con Man Ray y Marcel Duchamp antes de que estos se trasladaran a París, entonces capital de la modernidad.
Ella siguió su estela en 1921, cuando tenía 22 años, y en la capital francesa continuó estudiando escultura. En un momento de dificultades económicas, se encontró de nuevo con Man Ray, quien la contrató como asistente de su taller de retrato, y fue entonces cuando el artista dadaísta se fijó en el talento, hasta entonces desconocido y no cultivado, de Abbott para la fotografía.
Sus imágenes se expusieron por vez primera en 1926, en la galería parisina Le Sacre du Printemps: se trata de retratos de autores destacados de la vanguardia francesa. Ray fue, en el fondo, una especie de ángel de la guarda para Berenice: con su mediación, la fotógrafa pudo conocer al que era entonces su ídolo, Eugène Atget, autor de algunas de las imágenes más celebradas del París antiguo.
Abbott lo visitó en numerosas ocasiones, fascinada por su visión no documental sino interpretativa del París del s XIX, y a la muerte de Atget, en 1927, adquirió cerca de 1500 negativos y unas 10000 impresiones que había dejado en su estudio. Cuando en 1929 regresó a Nueva York, la artista trató de encontrar editor para aquel material y fue gracias a ella, y a su interés por difundir en Estados Unidos la producción de Atget, que el francés ejercería una vital influencia en Walker Evans, Robert Frank o Lee Friedlander.
Como París, Nueva York también se encontraba entonces sumida en un proceso de profunda transformación: los barrios viejos estaban desapareciendo y eran sustituidos por un nuevo skyline de apariencia más pretenciosa. Tomando como guía el catálogo parisino de Atget, Abbott dio cuenta en sus fotografías de la “nueva Nueva York”, de cómo antiguos edificios eran demolidos mientras se levantaban rascacielos que parecían no tener fin y se acentuaban, en el camino, las desigualdades sociales. Pero a ella le interesaba más la arquitectura que sus moradores: a través de planos y contraplanos quiso enseñarnos Nueva York desde los más diversos enfoques y buscando innovar en cuanto a encuadres, perspectivas y presentación de vínculos originales entre las construcciones y el cielo.
Su vocabulario visual resulta de una modernidad evidente: fue capaz de combinar simplicidad y dinamismo, y de dotar a sus fotos de composiciones bien estructuradas, a menudo diferenciando entre parte inferior y superior.
Entre 1935 y 1939 llevó a cabo las fotografías que formarían parte de “Changing New York”, el libro que publicaría en 1939, y ya en los cuarenta eligió centrarse en la fotografía de índole científica: fue editora para Science Illustrated durante aproximadamente dos décadas. En realidad, pasó cerca de sesenta años sin dejar de trabajar, hasta su muerte en 1991.
Desde mañana, 1 de julio, y hasta el 3 de octubre, Martin Gropius Bau exhibe en Berlín ochenta de sus fotografías. Algunas, las más emblemáticas, proceden de “Changing New York”; el resto son retratos tempranos e imágenes científicas.
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