Balenciaga y la pintura creadora de moda

El Museo Thyssen revisa sus fuentes de inspiración

Madrid,

Decía Cristóbal Balenciaga que un buen modisto debe ser arquitecto para los patrones, escultor para la forma, pintor para el color, músico para la armonía y filósofo para la medida. Y lo cierto es que las artes, en especial la pintura pero no solo, fueron una de sus fuentes de inspiración en cuanto a líneas, volúmenes, colores y brillos.

De la mano del diseñador vasco, la moda ha regresado al Museo Thyssen-Bornemisza, quien deseaba programar una muestra en torno a su obra desde 2007, según ha explicado hoy Guillermo Solana, a raíz del buen recibimiento que acompañó en el Meadows Museum de Dallas la exposición “Balenciaga and His Legacy: Haute Couture from the Texas Fashion Collection (Held Over)”.

Fue ya en 2014 cuando el museo madrileño inició su línea de exhibiciones dedicadas a las relaciones entre moda y arte, de la mano precisamente de un discípulo del vasco: Hubert de Givenchy. A aquel proyecto le seguirían otros sobre Sonia Delaunay y sobre las indumentarias de los retratados por Sorolla, pero la espina de Balenciaga seguía allí. La oportunidad llegó cuando, tras asumir Miguel Falomir la dirección del Museo del Prado, se decidió que la muestra de una veintena de diseños del modisto que iba a formar parte de la programación de su Bicentenario, bajo el comisariado de Eloy Martínez de la Pera, se trasladase el Thyssen y, después, que quedara reconvertida en una oportunidad para rastrear sus vínculos con la historia de la pintura española, no solo a partir de sus fondos, sino también recurriendo a los préstamos que fuesen necesarios.

Cristóbal Balenciaga. Conjunto de noche de vestido y sobrefalda, hacia 1951. Museo del Traje <br>Francisco de Zurbarán. Santa Casilda, hacia 1630-1635. Museo Nacional Thyssen-Bornemisza
Cristóbal Balenciaga. Conjunto de noche de vestido y sobrefalda, hacia 1951. Museo del Traje
Francisco de Zurbarán. Santa Casilda, hacia 1630-1635. Museo Nacional Thyssen-Bornemisza

Lo que nos espera en el Thyssen, a partir de mañana, es un diálogo entre cuerpos ausentes, los de quienes vistieron moda en la pintura española y los de quienes vistió Balenciaga, pero sobre todo una reunión de talentos del vestido, en las dos y las tres dimensiones.

Solo concedió Balenciaga dos entrevistas, ambas tras cerrar su casa de alta costura en París en el año nada casual de 1968, y en una de ellas, para París Match, recordo cómo, durante su infancia en Guetaria, su madre, Martina Eizaguirre, fue costurera para la Marquesa de Casa Torres, futura bisabuela de Fabiola de Bélgica. A él le fascinaban sus “largos vestidos y sus sombrillas de encaje” y, con solo doce años, logró que ella le encargara su primer modelo.

No tuvo el modisto formación académica, pero sí una enorme sensibilidad que le llevaría a apreciar tanto las telas de las mejores sastrerías que vio en Vista Ona, el palacio de los marqueses en Guetaria, como las obras de El Greco, Pantoja de la Cruz, Velázquez o Goya que sus primeros mecenas atesoraron (algunas están presentes en la exposición). Y, a la hora de comprender el marco intelectual de su trabajo, no debemos dejar tampoco a un lado su amistad con José Manuel Aizpurúa, uno de los primeros arquitectos españoles ligados al movimiento moderno y autor del Club Naútico de San Sebastián, o con Zuloaga, que a principios de los veinte abrió su casa-museo en Zumaia.

A la luz de esas relaciones, sería muy extraño pensar que permaneciera Balenciaga ajeno a los debates de las generaciones del 98, el 14 y el 27 y que no se fijara además en autores de su tiempo; en el catálogo de esta muestra señala Estrella de Diego que empezó siendo justamente Zuloaga y terminó siendo Oteiza, porque partió de la expresividad y concluyó en la abstracción. El primero, a través de su Retrato de la Duquesa de Alba, sí está presente en esta exhibición, que ha prescindido intencionadamente de otras artes que no fuesen la moda y la pintura, e incluso de fotografías del modisto o sus desfiles, con el fin de subrayar la pureza de los vínculos entre ambas disciplinas.

Cristóbal Balenciaga. Vestido de noche, 1952. Cristobal Balenciaga Museoa Ignacio Zuloaga. Retrato de María del Rosario de Silva y Gurtubay, duquesa de Alba, 1921. Fundación Casa de Alba. Palacio de Liria, Madrid
Cristóbal Balenciaga. Vestido de noche, 1952. Cristóbal Balenciaga Museoa
Ignacio Zuloaga. Retrato de María del Rosario de Silva y Gurtubay, duquesa de Alba, 1921. Fundación Casa de Alba. Palacio de Liria, Madrid

Son noventa los diseños de Balenciaga, algunos nunca antes expuestos, y más de medio centenar las pinturas españolas que podemos contemplar en el Thyssen. No debemos buscar, huelga decirlo, absolutas correspondencias ni lazos obvios, pero sí la evidencia de que el maestro guipuzcoano conoció y revisó la historia del arte de su país (la pintura es documento de la evolución en la indumentaria para sus investigadores) y recogió sus influencias incluso en su etapa final, como decíamos más vanguardista, recuperando y reinterpretando hechuras de siglos pasados.

El recorrido que Martínez de la Pera nos propone es a la vez temático y cronológico, siendo las pinturas, fechadas entre los siglos XVI y XX, las que marcan nuestros pasos. De su mano recordaremos que, en los periodos renacentista y barroco, muchas innovaciones técnicas y estéticas en la vestimenta europea surgieron en España (es el caso del jubón, el corsé, la gola o las medias de seda), pero sobre todo descubriremos al Balenciaga que homenajeó a grandes de la pintura sin dejar de manejar los tejidos como quiso; otros, decía Christian Dior, hacían solo lo que podían. Hay que recordar que de su mano, o en su taller, se formaron Givenchy, Ungaro, Rabanne u Óscar de la Renta.

Velázquez fue la inspiración directa del diseño de su vestido Infanta y es fácil evocar a El Greco y sus caballeros con cuello de lechuguilla ante alguno de sus abrigos de noche con cuello fruncido. Con el cretense comparte también tonalidades vivas sorprendentemente parejas y atención a la volumetría.

Cristóbal Balenciaga. Abrigo de noche con cuello fruncido, hacia 1955. Cristóbal Balenciaga Museoa El Greco. Retrato de un caballero, hacia 1586. Museo Nacional del Prado
Cristóbal Balenciaga. Abrigo de noche con cuello fruncido, hacia 1955. Cristóbal Balenciaga Museoa
El Greco. Retrato de un caballero, hacia 1586. Museo Nacional del Prado

La fuerte presencia del negro en su moda, dotándolo siempre de una luz especial, se ha enlazado en esta muestra con el poder simbólico y arquetípico de este color en la historia del retrato español y es cierto que, al margen de usos y costumbres evidentemente bien distintos y de que el negro siempre es en moda el nuevo negro, hay una potencia casi común. La descripción de Harper´s Bazaar, en 1938, de los de Balenciaga podría perfectamente corresponderse con un comentario al pie a los presentes en las pinturas de Pantoja de la Cruz o Sánchez Coello: … aquí el negro es tan negro que te golpea. Grueso negro español, casi aterciopelado, como una noche sin estrellas, que hace que el resto de los negros parezcan casi gris.

Cristóbal Balenciaga. Abrigo de noche reversible, 1966. Cristóbal Balenciaga Museoa Alonso Sánchez Coello. Retrato de doña Juana de Austria, princesa de Portugal, hacia 1557. Museo de Bellas Artes de Bilbao
Cristóbal Balenciaga. Abrigo de noche reversible, 1966. Cristóbal Balenciaga Museoa
Alonso Sánchez Coello. Retrato de doña Juana de Austria, princesa de Portugal, hacia 1557. Museo de Bellas Artes de Bilbao

Sus vestidos más cuajados de flores, plumas o botones se acompañan en la exposición de bodegones de Arellano, Gabriel de la Corte o Benito Espinós; sus piezas bordadas, de los espléndidos retratos de Ana de Austria (por Sánchez Coello) e Isabel de Borbón (por Rodrigo de Villandrando) y cuatro de sus vestidos de novia dialogan, a partir de sus volúmenes y pliegues, con los hábitos de los frailes de Zurbarán. En este apartado encontraremos el único diseño que no es de Balenciaga en la exhibición: un tocado a cargo de su discípulo Givenchy que acompañaba uno de esos trajes de boda.

Cristóbal Balenciaga. Vestido de noche, hacia 1958. Colección de Inés CarvajalGabriel de la Corte. Jarrón de cristal con flores, segunda mitad del siglo XVII. Colección Gerstenmaier
Cristóbal Balenciaga. Vestido de noche, hacia 1958. Colección de Inés Carvajal
Gabriel de la Corte. Jarrón de cristal con flores, segunda mitad del siglo XVII. Colección Gerstenmaier
Cristóbal Balenciaga. Vestido de noche, 1954. Colección de Dominique Sirop, París Atribuido a Rodrigo de Villandrando. Retrato de dama, hacia 1600-1606. Museo Lázaro Galdiano
Cristóbal Balenciaga. Vestido de noche, 1954. Colección de Dominique Sirop, París
Atribuido a Rodrigo de Villandrando. Retrato de dama, hacia 1600-1606. Museo Lázaro Galdiano

En los últimos años de carrera de Balenciaga, se han encontrado ecos de la estética, el manejo del color y los complementos goyescos y pone punto final a la muestra, que se completará con una Jornada sobre el modisto el 19 de septiembre, su revisión de la escuela romántica y costumbrista, de la indumentaria popular y la estética taurina y su parentesco con Zuloaga: la filiación del retrato de aquel de María del Rosario de Silva, duquesa de Alba, y uno de los vestidos de noche del modisto, de 1952, es una de las más claras de la exposición.

La presencia de pinturas excelentes de grandes maestros, algunas cedidas por colecciones privadas, puede hacer complicado observar en un mismo plano de atención las creaciones de Balenciaga y su talento evidentemente virtuoso como arquitecto de la costura, así que es probable que sea necesaria una segunda visita para apreciar esos acabados perfectos, cercanos a lo escultórico. En cualquier caso, la muestra cumple con uno de sus propósitos: subrayar que, fuésemos conscientes o no, la moda siempre ha estado en los museos y los manuales de historia del arte.

Cristóbal Balenciaga. Chaqueta de noche, 1946. Colección de Hamish Bowles<br>Ramón Casas y Carbó. Julia, hacia 1915. Colección Carmen Thyssen-Bornemisza
Cristóbal Balenciaga. Chaqueta de noche, 1946. Colección de Hamish Bowles
Ramón Casas y Carbó. Julia, hacia 1915. Colección Carmen Thyssen-Bornemisza

 

 

“Balenciaga y la pintura española”

MUSEO NACIONAL THYSSEN-BORNEMISZA

Paseo del Prado, 8

Madrid

Del 18 de junio al 22 de septiembre de 2019

 

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