André Kertész, el doble de una vida

San Benito repasa la vida y la obra del maestro húngaro

Valladolid,
André Kertész. Bras et ventilateur, New York, 1937
André Kertész. Bras et ventilateur, New York, 1937

En colaboración con el Jeu de Paume de París y la Mediathèque de l’Architecture et du Patrimoine, la Sala San Benito de Valladolid acoge, desde hoy y hasta el 15 de marzo, la exposición “André Kertész, el doble de una vida”, una exposición retrospectiva compuesta por casi dos centenares de fotografías de este artista, la mayoría en blanco y negro.

Kertész dijo fotografiar como sentía, fue autodidacta, y aunque se aproximó, y conoció bien, los movimientos de la vanguardia, como el surrealismo o el constructivismo, su obra nos resulta difícilmente clasificable, por cándida, clara y emocional. Admirado por Cartier-Bresson, el húngaro hizo de su personal punto de vista el eje de sus imágenes y nunca estuvo dispuesto a renunciar a él, ni por modas ni por requerimientos de ningún cliente.

Nació en Budapest en 1894 y su primera imagen conocida data de 1912, cuando él sólo tenía dieciséis años: se trata de Jeune homme endormi. Fue reclutado para combatir en la I Guerra Mundial y tanto en las trincheras como en las marchas de campaña se dedicó a retratar el complicado día a día de los soldados del ejército austrohúngaro.

En 1925, lleno de esperanza en el futuro, Kertész emigró a París. Se estableció en Montparnasse y pudo relacionarse con el genial grupo de artistas que entonces estableció en ese barrio su casa y su taller: Mondrian, Chagall, Zadkine, Foujita, Colette, etc. También fotografíó a sus amigos húngaros y escenas callejeras de la capital francesa, y ya en 1927 logró su primera exposición, en la Galería Au Sacre du Printemps. Era por entonces autor de imágenes que hoy consideramos esenciales como La Danseuse burlesque o Chez Mondrian y después de esta muestra comenzaría a usar la cámara Leica que tantas posibilidades le ofreció en la captación de esas escenas fragmentadas y curvilíneas por las que lo reconocemos.

Seis años después Kertész daría forma a una de sus series más emblemáticas, Distorsiones, compuesta por imágenes de los cuerpos desnudos de dos modelos rusas reflejadas en un espejo que las deformaba, y en 1934 publicó el libro Paris vu par André Kertész, con texto de Orlan.

Tras alcanzar éxito como fotógrafo para la revista Vu, en 1936 decidió trasladarse a Nueva York. Allí lo emplearían la agencia Keystone y la editorial Condé Nast, pero Kertész nunca se sintió reconocido en Estados Unidos y decidió abandonar su carrera profesional en 1962.

Paradójicamente, fue entonces cuando le llovieron los reconocimientos: expuso en la Biblioteca Nacional gala y, en 1964, en el MoMA; después en Estocolmo, Budapest, Londres, Helsinki…Proliferaron las publicaciones sobre su trabajo y en 1975 fue el invitado de honor en los Encuentros Internacionales de Fotografía de Arles. Un año antes de morir, el artista donó su colección completa de documentos y negativos al Ministerio de Cultura francés.

La muestra de la Sala San Benito se estructura en cuatro apartados: el primero correspondiente a sus inicios en Hungría; el segundo, a su triunfo en París; el tercero, a sus años de aislamiento en Nueva York y el último, a su etapa final, sus fotografías en color y su consolidación internacional. Si podéis, no os la perdáis.

 

 

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