Tuvo muchos focos de eclipse alrededor (fue hermana de Virginia Woolf, esposa del reconocido crítico de arte Clive Bell y musa y confidente de creadores como Roger Fry y Duncan Grant), por eso no demasiados piensan en su obra pictórica cuando oyen hablar de Vanessa Bell y de hecho nunca hasta ahora se le había dedicado una muestra individual exhaustiva.
Palia el olvido, desde el pasado febrero, la Dulwich Picture Gallery, que repasa la trayectoria de Bell al margen del grupo de Bloomsbury, como artista independiente que transitó del estilo impresionista de su formación inicial hasta uno más personal, radical y experimental, estimulado por las frecuentes visitas de la autora a París y también por su asistencia a las dos exposiciones de postimpresionistas que Londres acogió en 1910 y 1912.
La exposición se estructura temáticamente y cuenta con un centenar de pinturas, obras sobre papel, fotografías y material de archivo. Su punto fuerte son los retratos, pero también pueden verse en esta institución londinense, que celebra dos siglos de historia, sus naturalezas muertas y paisajes. Se ha buscado subrayar su fluido tránsito entre las artes plásticas y su trabajo en las aplicadas (se muestran diseños para interiores, telas y mobiliario) y el periodo más representado de su carrera es el que corresponde al de la década de 1910, aquel en el que de forma más clara Bell se distanció de la poderosa huella francesa.
Si su trayectoria vital no fue convencional, la creativa tampoco. En las obras expuestas se aprecia la temprana y avanzada preocupación de la británica por los roles de género, la libertad personal y la brecha entre clases sociales, también su apuesta por el pacifismo en tiempos convulsos y por una sexualidad sin rigidez.
Su formación, en lo puramente formal, fue muy amplia. Entre sus maestros figuraron Arthur Cope, Henry Tonks y John Singer Sargent; recibió clases en la Royal Academy y la Slade School y también el aliento del entonces influyente pintor Walter Sickert. En su obra la disposición de formas y colores y el tratamiento de la línea buscaba una única pretensión: la transmisión de emociones, de sensaciones aplicables a experiencias comunes.
Tanto sus retratos como sus paisajes y bodegones destacan por la intrepidez del cromatismo utilizado, pero en estos últimos géneros Bell se aproximó de manera más evidente al fauvismo y el cubismo cuando eran movimientos incipientes. Tiempo después, hacia 1914, iniciaría sus incursiones en la abstracción, siendo pionera en su introducción en Gran Bretaña. La experiencia no duró mucho y pronto regresó a la figuración, pero no fue aquella una experiencia baldía, porque había ganado en atrevimiento, no solo en lo compositivo, también a la hora de abordar asuntos entonces espinosos como la representación de lo femenino.
Bell fue quizá la artista británica de su generación con mayor talento para evaluar el calibre de los avances artísticos que en los primeros compases del siglo XX se producían en París, y dio cuenta de ello en sus colores vibrantes, en la violencia de sus pinceladas (casi agresivas con el lienzo) y en su rechazo audaz hacia la noción tradicional de lo bello.
Vanessa Bell. 1879-1961
Gallery Road, SE21 7AD
Londres
Del 8 de febrero al 4 de junio de 2017
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