“Una escenografía que nos muestra la esencia, el esqueleto de lo que fue, de aquella construcción levantada y ahora caída. Semejante a una imagen de nuestra alma, derrumbada y golpeada tantas veces, pero alimentada, reconstruida y levantada otras tantas”. Antonio Fernández Alvira
“Heredamos la esperanza, regalo del olvido. Verás cómo entre ruinas damos a luz niños”. W. Szymborska
Desde que conocí las primeras maquetas de arquitecturas de papel de Antonio Fernández Alvira (Huesca, 1977), me sentí unida a ellas, como si con estas ruinas compartiera una paradójica historia de derrumbe y de esperanza. Después, fui conociendo a Antonio, y la identificación se extendió al autor: junto a él, las ideas, los gestos y los silencios, fluyen.
Hace un tiempo el artista decidió cambiar las maquetas diminutas por las escenografías a escala humana; y desde entonces, entrar en su estudio de Moncloa es acceder a un escenario abigarrado de tableros y andamiaje teatral, laboriosamente fabricados en papel. En sus últimos proyectos, estas construcciones frágiles de falsa madera, en las que impera el fragmento y el resto, se han expandido a toda la sala y desde allí a nuestro interior, convirtiendo el lugar donde se sitúan en “un estado de ánimo”: en un contexto en el que el visitante, a solas, se pregunta cosas. Hoy soy yo la que me acerco a su taller a preguntarle cosas a él, proponiéndome desde el trayecto abordar de forma concreta las preguntas, consciente de que junto a Antonio tiendo a detener el reloj.
Los dos somos madrugadores. Aparezco en su estudio “con la fresca” –como a Antonio le gusta decir–. Me recibe con su sonrisa zen en el portal y juntos atravesamos el patio: esa antesala verde, ese pequeño pulmón dentro de un edificio noble de aire parisino. Cruzamos las primeras palabras. Antonio ha comprado dulces y va a hacer café. Yo lamento que no esté su compañera de taller: Blanca Gracia, que me encanta como artista y como persona. Ya desde la entrada sorteamos los primeros embalajes y planchas de papel apilados. El estudio ha sido literalmente “ocupado por los materiales”. Los “tableros” blancos, pintados a mano con acuarela, invaden la habitación como las ramas de los árboles de un bosque viejo. De repente, nos encontramos hablando enmarcados por una arboleda de papel.
SUSANA: En tus obras parecería que partes de “un mundo que ya se ha derrumbado”… del día después a esa destrucción. Elementos arquitectónicos que expresan solidez como la columna, el pilar o el arco, aquí ni son estables, ni son seguros.
ANTONIO: Efectivamente. En el proyecto para Estampa, por ejemplo: un pilar y una columna sostienen dos arcos. Son dos columnas rotas que se vienen abajo. Estoy hablando de “todo aquello que aparentemente tenía fuerza… que se nos ha venido abajo”.
SUSANA: Me interesa que partiendo de la idea de ruina, “la ruina romántica” se presentaba inofensiva, poética, reflexiva… mientras las tuyas “son peligrosas”.
ANTONIO: Así es… sientes que todo se puede acabar, mides tus límites.
SUSANA: Estás hablando también de ideas, de cuerpos…
ANTONIO: De todo lo que creíamos estable e inamovible.
SUSANA: ¿Cómo surgió el cambio de escala de los últimos tres proyectos: en “La Chapelle des Calvairiennes” (Mayenne, Francia), en la instalación de Estampa y ahora en la continuación de “La dernière lueur” en la galería Espai Tactel?
ANTONIO: Es un cambio que llegó poco a poco. El proyecto de Francia fue el punto de inflexión. De pronto encontré un foco de investigación, con un nuevo discurso que pedía un cambio estético. El simbolismo era mayor. Me propuse reproducir el altar mayor a escala real, luego lo destruí y lo amontoné en un lateral. El efecto era muy potente. Un altar es en realidad un decorado para proyectar un mensaje. Era la primera vez que trabajaba mis arquitecturas para un lugar concreto y a esa escala.
Estoy hablando de “todo aquello que aparentemente tenía fuerza… que se nos ha venido abajo”.
SUSANA: Luego has hecho dos instalaciones más de gran tamaño, pero la diferencia es que las dos últimas son piezas que pueden trasladarse, son más exentas; de hecho, una ha estado en una feria, conviviendo con el ajetreo del público, y la última está situada en el centro de la galería Tactel, inserta en “el cubo blanco”. Imagino que cada una aporta ritmos diferentes de tránsito y de contemplación.
ANTONIO: Sí, en los dos últimos proyectos (para la feria y para la galería) los elementos están menos integrados, juego más con el símbolo que con el ambiente; y efectivamente pueden moverse. En Espai Tactel presentamos una segunda parte del proyecto de Francia, con ese análisis de los símbolos de poder, que representa el arco de triunfo invertido obstaculizando y ocupando todo el espacio expositivo.
SUSANA: Invertirlo es hablar más de derrota que de triunfo, ¿no? Ponerse un poco del lado de los perdedores…
ANTONIO: Sí, cerca del estudio tenemos el arco de la Victoria de Moncloa, y “mira lo que representa”. No olvidemos que siempre que alguien vence hay un vencido.
SUSANA: Me maravilla la “sinceridad de tu proceso”. Haces un inmenso esfuerzo. Podrías encargar los listones de papel… o al menos la parte de pintura antes de cortarlos, y sin embargo, lo haces tú todo aplicando meses a la labor de “fabricar el material con el que luego trabajarás”. ¿Por qué necesitas hacer este sobreesfuerzo?
ANTONIO: Pienso que todo el trabajo artístico debe salir de uno, y necesito hacer ese acto performático yo mismo: primero preparando el papel, y luego destruyéndolo en un momento íntimo. No podría fabricar directamente la ruina, necesito hacer primero el edificio entero.
SUSANA: Me resulta alucinante. También que no te tiente grabar el momento en el que entras con las tijeras en esa construcción reciente e impoluta y acabas con ella.
ANTONIO: Esa destrucción es muy privada. Es el modo de proyectar mi frustración.
SUSANA: ¿Qué significa el oficio de carpintero para ti? Y el modo en que has trasladado esa tradición paterna, familiar, a tu obra. Es tu infancia, también…
ANTONIO: Sí, el oficio de carpintero va muy ligado a mi niñez y a mi familia. Mi padre es ebanista y carpintero, y por parte de mi madre la mayoría lo han sido desde muy antiguo. Para mí la carpintería de mi padre era, y es, un lugar maravilloso. Lleno de impulsos creativos: las montañas de serrín, los maderos y tablas apilados, los olores, colores…
SUSANA: Imagino que observabas mucho a tu padre trabajar…
ANTONIO: Sí, ver trabajar a mi padre de un modo tan detallista y laborioso hizo mella en mí. Recuerdo de niño jugar en la carpintería, y cómo me alentaban a descubrir, a jugar y en cierto modo a crear con lo que allí había. Mi padre siempre ha tenido esa vena escultórica y de sensibilidad minuciosa que de uno u otro modo cultivó y me ha traspasado.
SUSANA: En tu caso siento que hay una relación muy fuerte entre la mano y el ojo, como si fueran el miso órgano. De hecho, esta conexión es una metáfora surrealista clásica (“Ver es un acto: el ojo ve del mismo modo que la mano toma”. Paul Nogué)
ANTONIO: Existe una relación absoluta. La mano no deja de ser el instrumento a través del cual se plasma lo que tenemos en la mente, y el ojo, el canal a través del cual llegan a nuestra mente los impulsos para crear. Es una especie de relación indestructible.
SUSANA: En tu obra anterior a las maquetas, también te embarcabas en rituales de días de trabajo cosiendo o bordando, por ejemplo. Parecería que necesitas “perder un poco la consciencia y abandonarte a un tiempo extendido” de semanas cosiendo, recortando, o pintando acuarela.
ANTONIO: Sí, en la pintura de los tablones de papel hay casi un ritual zen. Llego a un estado de concentración en el que a veces disocio mi mano de los pensamientos, que van a mil por hora mientras pinto.
SUSANA: Y a veces se te “ha ido la cabeza” recortando y te has cortado el dedo… Has tenido algunos accidentes serios en estos procesos de sumergirte en la tarea.
ANTONIO: Son cosas que pasan. Hay mucha dureza en este trabajo. Es un proceso muy físico, y estos accidentes me lo recuerdan.
SUSANA: Tu obra es directa, diría que “entra por la piel”, y quizá por ello, no deja traslucir las influencias que te envuelven y cómo eres un gran conocedor de la creación contemporánea, y un seguidor de unas obras y de un gusto específicos. Yo lo sé bien por nuestras conversaciones, pero me gustaría que compartieras con los lectores estos referentes.
ANTONIO: Actualmente me interesan sobre todo cuestiones relacionadas con lo arquitectónico, la representación y lo escenográfico; también artistas que trabajan a nivel técnico medios como el papel, lo instalativo o la luz. Hay artistas que me gustan por su obra en general, ya sean artistas muy consagrados o menos, por poner un ejemplo, la británica Rachel Whiteread, el estadounidense Robert Irwin, Gordon Matta-Clark o Robert Gober, el argentino Leandro Erlich, la pareja de artistas Elmgreen & Dragset, los franceses Les Frères Chapuisat, o en el ámbito nacional Ángela de la Cruz, Pablo Genovés, entre muchos otros. Pero otras veces me fijo en artistas por algún proyecto especifico que hayan realizado como el iraquí Wafaa Bilal y sus The Ashes Series, El “grafitero” berlinés EVOL en su serie Buildings, el coreano Do Ho Suhl, el artista frances Cyprien Gaillard, el proyecto Lotissements del también francés Julien Prévieux, o la pareja artística española Patricia Gómez y María Jesús González… por citar algunos.
SUSANA: Hay muchos temas que sobrevuelan tu obra desde antiguo, como la combinación entre lo frágil y lo fuerte, lo real y lo fingido… una búsqueda identitaria que en tu primera obra abordaba la posibilidad de “otras masculinidades”, alternativas a la normativa.
ANTONIO: Eran obras que aparentemente hablaban más de mí, pero quizá estas últimas también sean autorretratos, porque yo soy como mis construcciones: parecen firmes pero son frágiles y sensibles. En realidad, en mis primeras obras, ya estaba allí todo lo que hoy me interesa: el dibujar “de otra manera”, la acuarela sutil y la acción de recortar.
Sin darnos cuenta la mañana se impone y de nuevo el tiempo se nos echó encima. Como ocurre en sus instalaciones, con Antonio se vive una temporalidad más emocional que científica. Cuesta arrancar y salir de la burbuja de su estudio. En el metro rememoro la sensación de recogimiento y de melancolía que me produce la instalación de la capilla francesa. El mundo se tambaleó y se cayó en pedazos. Bajo nuestros pies solo hay arqueología, pero también el vislumbre de un tiempo nuevo, que en las piezas de Antonio se enfatiza con la luz de los focos. Súbitamente, recuerdo el texto que Antonio me escribió para la exposición que compartimos, para El Bosque interior. Las formas del alma: “El foco que ilumina las piezas, como ocurre en un escenario teatral, mientras esté encendido, la obra estará viva, la esperanza seguirá, el levantarse y rehacerse será posible».
ANTONIO FERNÁNDEZ ALVIRA
LA DERNIÈRE LUEUR
Espai Tactel
Hasta el 11 de noviembre
www.antoniofernandezalvira.com
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