“No soy yo quien dibuja”

Pistas para intuir la obra de Felipe Ortega Regalado. Por Susana Blas

Con motivo de la presentación de la exposición “No soy yo quien dibuja” del artista Felipe Ortega Regalado en la Galería Luisa Pita de Santiago de Compostela, que puede visitarse hasta el 30 de octubre, comparto este texto que escribí hace unos meses.

La práctica artística de Ortega Regalado invita a difuminar la identidad propia y a diluirse en la totalidad. Su entrenamiento para poner la mano al servicio de la intuición consigue acceder a terrenos porosos de conexión con nuestro cuerpo oculto. Ejercita una suerte de dibujo performático donde lo frágil y lo sutil se sitúan en primer término.  El humor, y la sensualidad, convergen en todas las piezas de un artista que entiende la creación extendida a otros campos de conocimiento: la espiritualidad, la psicología… la curación.

 

Luz de este amor que somos

Todos tenemos una época en la que fuimos muchos, esa que va del nacimiento hasta los 3,5 años aproximadamente, cuando no tenemos conciencia de quienes somos salvo por lo que nos contarán más tarde quienes nos ha visto crecer. Hasta ese momento no somos más que lo que da de sí cada una de esas versiones de nuestra fase de sin conciencia, elementos inertes o vegetales: una piedra, un matorral, un haz de viento, un trozo de arena, etc. cuya suma es la exacta identidad de un desierto de 3,5 años de longitud.

Agustín Fernández Mallo, Nocilla Dream (2007)

 

En “No soy yo quien dibuja”, la poética de Felipe Ortega Regalado se ha hecho más esencial. En su viaje hacia una depuración que responde a esa ley no escrita del pensamiento zen que antepone la experiencia sensorial, vital y cotidiana a cualquier enjuiciamiento o reflexión teórica predeterminados, ha prescindido de lo sobrante. La quietud, el control de las pulsiones y las emociones, la belleza del silencio y la serenidad…, todo el ideario del pensamiento oriental podría aplicarse a su imaginario.

Me gustaría subrayar desde estas primeras líneas el valor del formato elegido por el artista para compartir este nuevo trabajo: el libro; apostando por un tipo de recepción que favorece la intimidad con la audiencia. Un hermoso “tú a tú” que fomenta la contemplación desde una soledad buscada.

Cualidad oracular y fisicidad

“No soy yo quien dibuja” posee una magnética cualidad oracular, que se constata tanto en su proceso, en la manera en la que los dibujos le brotan al artista (de forma automática y con una mínima mediación de la mente abstracta) como en su cualidad combinatoria de costelación de partes, de vestigios arqueológicos, de pequeños órganos… que, aleatoriamente dispuestos, transparentan los misterios del universo.

No pasen por alto la primera escritura que encabeza el proyecto: “No soy yo quien dibuja, es toda nuestra especie quien lo hace, mucho antes incluso de saber que lo hacíamos. Incluso mucho antes de sabernos”.

“No soy yo quien dibuja”, de Felipe Ortega Regalado
Algunos de los dibujos que integran la exposición “No soy yo quien dibuja”, de Felipe Ortega Regalado en Luisa Pita.

“No soy yo quien dibuja, es toda nuestra especie quien lo hace, mucho antes incluso de saber que lo hacíamos. Incluso mucho antes de sabernos”.

Estaríamos, de esta forma, ante un libro sacro en manos del que sepa “leer”.  Como un tarot de reglamentaciones encriptadas, entre los pliegues de esta colección de cien dibujos se articulan infinitas posibilidades adivinatorias.

No invento nada. La lectura atenta de las frases del artista lo comunica: “El dibujo nos escupe en la cara todo su silencio, como si de un gurú se tratara cuando le preguntamos sobre la realidad”.

Este formato de libro cotidiano conserva la piedra preciosa del material cercano. ¿Podré sostener entre mis manos sin quemarme esta Biblia de dibujos y recibir algo de la energía que la construyó?

Existe una larga tradición de experiencias artísticas conectadas con la vía espiritual. Gran parte del arte abstracto del siglo XX se construye en forma de diálogo con teorías esotéricas. Los primeros dibujos mediúmnicos no eran solo bellos objetos; eran sermones simbólicos. Las dos grandes figuras de los orígenes de la abstracción pictórica: Hilma af Klint y Kandinsky, penetraron en territorios teosóficos y hablaron de la “necesidad interior” para definir el impulso pictórico.

La necesidad interior. Me cuenta Felipe que llegó a dañar su salud mientras dibujaba: “Estuve dibujando año y medio. Todos los días dibujaba durante horas. Hasta me lesioné las cervicales”. El acto de trazar, convertido en mantra y ritual, en vibración, se hace imprescindible: “Tuve la necesidad. Una necesidad que aún hoy me sigue brotando no solo en el dibujo sino en mi día a día”.

Encuadernados y dándoles un orden… dotándolos de un “cuerpo de libro”, son dibujos de una manifiesta fisicidad; la misma corporalidad que expresan las cartas de mi tarot resbalándose entre mis dedos. Todo el cosmos en unos trocitos de cartulina.

Como si fuera un plóter mediúmnico; un flujo energético que se completa y se rearma, se recicla y se integra cuando los demás asimilamos los dibujos: “Alguien dibuja cuando mira un dibujo. Así los ojos recorren como lenguas el fruto del primer beso caído por azar al final del primer encuentro”.

“No soy yo quien dibuja”, de Felipe Ortega Regalado

 

“No soy yo quien dibuja”, de Felipe Ortega Regalado
Felipe Ortega Regalado.

 

La “no dualidad”

Observad con atención el repertorio iconográfico: formas minerales, vestigios arqueológicos, semillas, posibles órganos del cuerpo, partículas, filamentos, raíces, fractales, frutos…

Una renuncia a lo magno, a lo completo, a lo concreto, a lo perfecto, si es que estas cualidades pudiesen ser representadas.

Felipe Ortega Regalado prefiere habitar un territorio de diseminación e integración continua de formas y de cosas diminutas, nimias, frágiles…

El artista lleva años indagando en la filosofía vedanta. De ahí que la superación del dualismo sea una de las búsquedas de su poética.

Sus dibujos promueven la idea de unicidad con el universo, la que elimina la separación entre el observador y lo observado, y que las diversas filosofías orientales “no dualistas” tanto han defendido. “Cuando digo yo soy, no quiero decir una entidad separada con un cuerpo como núcleo. Quiero decir la totalidad del ser, el océano de la consciencia, la totalidad del universo, todo lo que es y conoce”, escribió Sri Nisargadatta, uno de los maestros de la filosofía advaita. Esta es una teoría que evita la experiencia disociada. Esta mirada no dualista de la realidad está presente en diversas sensibilidades espirituales orientales: la escuela vedānta advaita hindú, los grupos mādhyamaka y yogāchāra del budismo mahāyāna, y ciertas corrientes del taoísmo.

 

Las palabras y las cosas

“Las palabras siempre nacen después”, me escribe Felipe. Y prosigue: “Por eso los textos funcionan como ilustraciones del dibujo y no al contrario, aunque luego se retroalimentan”.

Un compromiso doble: con las palabras y con las cosas. Y en su manera de abordar esta dialéctica no puedo dejar de pensar en uno de mis poetas preferidos: Francis Ponge, que dedicó la energía de sus versos a describir las pequeñas cosas y sus emociones sutiles. Su razón de ser era mover la mirada hacia el mundo (“Tomar partido por las cosas”, era su lema).

Ponge, en esa fusión con la poesía de lo concreto, entendía el lenguaje como una suerte de secreción natural del cuerpo, de ahí que comparara la energía que emplea un molusco para encerrarse en su concha con la energía con la que el cuerpo vivo se sujeta a la palabra. En su pensamiento, la relación cuerpo-palabra se intuye como una relación estable y antigua, con una nutritiva fisura en su unidad. Ser consciente de esa fisura te permite dar sentido a la escritura y a la vez entregarte a la experiencia de la realidad.

“El molusco es un ser ―casi una― cualidad. No necesita armazón, sino solo una muralla, es algo como el color en un tubo. […] Una concha es una cosa pequeña, pero puedo desmesurarla al colocarla de nuevo donde la encuentro, posada en la extensión de la arena”. Francis Ponge

 

La luz y el amor

Si cierro los ojos y dejo que mis manos jueguen solas en el teclado, evoco la obra de Felipe Ortega Regalado y escribo dos palabras: luz y amor, vocablos que para mí todavía conservan su poder.

Elijo la “luz”, porque igual que los telescopios y los microscopios captan la luz de los objetos para verlos, ya sean estos enormes o minúsculos, sus dibujos captan la luz del misterio que acontece y vibra a nuestro alrededor.

Elijo el “amor”, porque este es también un libro sobre el Amor con mayúsculas. Lo descubre el que llega al final del recorrido, a las últimas páginas.

Es un amor vegetal, de huerto y de bosques:

“Hoy ha florecido la sangre de este amor en ciernes. No es un amor hacia alguien o hacia algo. Es amor a secas. Amor desnudo de objeto y causa. Hoy ha florecido la sangre de este amor que asoma. No es un amor de besos o muerdos, ni de esos que abrazan. Es amor de puntillas. Amor que, de sencillo e invisible, pesa menos que el aire. Hoy ha florecido la sangre en luz de este amor que somos”.

Es un amor donde el querer se vuelve inenarrable: “Sé que mi amor es más pesado que mi lengua […] no puedo elevar mi corazón hasta mi boca”, hace brotar Shakespeare de los labios de Cordelia cuando su padre, el rey Lear, le solicita que cuantifique su amor por él.  Esta frase, que bien podría ser un koan zen, expresa a la perfección la torpeza de mis palabras para expresar la intensidad de los sentimientos que la obra cuenta sola.

Por eso, en “No soy yo quien dibuja”, todos dibujamos este amor que somos.

Felipe Ortega Regalado. Instalación en 13Espacio, Sevilla.
Felipe Ortega Regalado. Instalación en 13Espacio, Sevilla.

 

 

 

 

Comentarios