Sargent: una década para deslumbrar París

Orsay repasa una etapa fundamental en su obra

París,

Aunque formaba parte de una familia estadounidense, el azar quiso que John Singer Sargent naciese en Florencia en 1856. La Europa decimonónica le imprimiría carácter: parece que fue refinado y sensible desde la infancia, y no conoció el país de sus padres hasta que cumplió los veinte años. Su niñez transcurrió deambulando por Francia, Italia, Suiza, Austria o Alemania; su padre, que era médico, abandonó el oficio y los suyos sobrevivían con una renta modesta que no impidió al futuro artista hablar, pronto y con fluidez, francés e italiano, manejarse con el alemán y asistir, junto a sus hermanas, a clases de piano y baile. Según testimonios, su progenitor quería que se uniera a la marina americana, pero su madre, seguro que observadora, adivinaba que su único hijo varón se convertiría en pintor.

Siendo adolescente ingresó Sargent en la Academia de Bellas Artes florentina, sólo unos años antes de trasladarse a París, quizá la ciudad más importante en su trayectoria y que ahora le rinde tributo. Allí se formó en el taller de Carolus-Duran, a quien retrataría con habilidad: su maestro admiraba a Velázquez y adiestraba a sus alumnos para no valerse de dibujos ni esbozos a la hora de preparar sus composiciones, pero sí insistía en que llevaran a cabo los planos principales de los rostros sobre los lienzos en blanco, con un pincel ancho. Además, según manifestaron otros pupilos, recalcaba la importancia de capturar los flujos de luz sobre las superficies, buscando entonaciones y prestando atención a lo que brillaba y fluía, en vez de a las masas o volúmenes y a las estructuras tonales muy delineadas.

En esa vital etapa parisina Sargent fue muy productivo (en realidad, lo sería siempre); en 1877, una de sus hermanas escribió a un amigo que trabajaba literalmente como un burro, de la mañana a la noche, lo que no le impedía cuidar su vestimenta elegante y un trato educado, que lo ayudarían igualmente a abrirse paso en la alta sociedad de la capital francesa.

No tardaría en empezar a exponer en el Salón (1878), donde mostró retratos de individuos que pueden parecernos a un tiempo cercanos y distantes: sus rostros transmitían una sensación de vida compatible con un desapego refinado, con el que quizá él mismo se identificase. Además, su utilización de la indumentaria era evidentemente teatral, al igual que las poses; el resultado se situaba, de ese modo, entre la claridad y el enigma: los modelos parecen quedar expuestos al espectador, pero también mantener una vida interior particular (y oculta) y un sentido de la lejanía inevitablemente atrayente. Por todo ello, Sargent ya era un retratista de moda en la meca del arte cuando rondaba los veinticinco.

Entre sus modelos potenciales se extendió la noción de que posar para él no era fácil: no los adulaba, por más que fuesen célebres o prestigiosos, y cundía la convicción de que aceptar que este autor lo retratara a uno equivalía a “dar la cara”. Así lo comprobó Madame Pierre Gautreau (la conocida Madame X), cuyo retrato se expuso en 1884 en el Salón, suscitando indignación por la supuesta osadía de su vestido escotado y la altivez de su rostro. Un crítico llegó a declarar de esta composición: El perfil es puntiagudo, el ojo microscópico, la boca imperceptible, el color pálido, el cuello fibroso, el brazo derecho está desarticulado, la mano flácida como sin huesos.

Es sabido que, en la pintura original, uno de los tirantes colgaba, pero después del escándalo de estas reacciones -que soliviantaron, y mucho, a la modelo y a su familia- aquel tirante fue repintado y devuelto a su lugar. En el mismo año en que abordó  esta obra (1883-1884), Sargent conoció en la capital francesa a un escritor con quien tenía bastante en común: Henry James, que sería uno de sus grandes defensores. Él lo animó a trasladarse a Inglaterra, abriéndose para él una nueva fase en su carrera desde 1886.

John Singer Sargent. Éblouir Paris. © musée d'Orsay - L. Striffling
John Singer Sargent. Éblouir Paris. © musée d’Orsay – L. Striffling
John Singer Sargent. Éblouir Paris. © musée d'Orsay - L. Striffling
John Singer Sargent. Éblouir Paris. © musée d’Orsay – L. Striffling

En todo caso, mientras permaneció en París sabemos que Sargent se interesó mucho por la pintura francesa contemporánea a él: adquirió dos obras de Manet y cuatro de Monet, y con este último también trabó amistad, llegando a retratarlo cuando trabajaba al aire libre; sin embargo, para la mayoría de los impresionistas fue un extraño. Su manera de matizar luces y sombras era preimpresionista, por más que tomara rasgos de los autores de ese movimiento a quienes admiró. Degas, por ejemplo, no pasó de considerarlo un retratista habilidoso, como tantos entonces a la moda.

Nada en él, de todos modos, era simple ni clásico: puede que fuera uno de los últimos grandes retratistas de sociedad, y que bebiera claramente de Ingres y de Velázquez, pero también aportó a sus creaciones una gran riqueza de texturas, un sentido compositivo agudo y propio y una elevada teatralidad. Si los artistas franceses pretendían purificar formas y tonos y dotar a sus imágenes de una mayor complejidad, Sargent optaba por los retratos suntuosos, por contribuir a la tradición de ese género, en lugar de cuestionarla; el desafío era evitar que sus trabajos respondieran a una fórmula, que se convirtieran en una demostración de habilidad.

Aunque sus mujeres están bellamente vestidas y encierran mucha vida, se trata de una vida escenificada, creada por el pintor para ellas, al igual que su sugerida sexualidad; sus hombres, del mismo modo, parecen haber nacido, salvo alguna salvedad, con el traje puesto y con expresiones distantes en sus rostros.

John Singer Sargent. Dans le jardin du Luxembourg, 1879. The Philadelphia Museum of Art
John Singer Sargent. Dans le jardin du Luxembourg, 1879. The Philadelphia Museum of Art

En colaboración con el Metropolitan de Nueva York, el Musée d´Orsay acoge la muestra “John Singer Sargent. Éblouir Paris”, que reúne noventa obras ligadas a esta etapa y representativas del ascenso meteórico que la ciudad brindó a este autor. En muchos casos, regresan allí donde se llevaron a cabo por primera vez.

Coincide esta exhibición con el centenario de la muerte del artista, y viene a conmemorarlo, pero sobre todo se pretende (re)presentarlo en Francia, donde ha sido relativamente olvidado por el gran público, a diferencia del panorama en Estados Unidos e Inglaterra, que le brindan muestras recurrentes.

Revisa el recorrido cómo, en sus diez años excepcionales en París -desde mediados de la década de 1870 a la de 1880-, forjó Sargent su personalidad creativa durante la Tercera República, un contexto marcado en lo artístico por la proliferación de exposiciones, el desarrollo del naturalismo y el impresionismo, y el auge de la ciudad del Sena como capital mundial de la pintura.

Encontró apoyo entre artistas, escritores y coleccionistas exigentes (desarrollando las mujeres un rol importante en ese ascenso) y él mismo supo reflejar el lado más cautivador de esta sociedad cosmopolita, en la que la antigua aristocracia se mezclaba con las jóvenes fortunas del Nuevo Mundo.

John Singer Sargent. Portraits de M. É[douard] P[ailleron] et de Mlle [Marie-] L[ouise] P[ailleron], 1880-1881. Des Moines Art Center Permanent Collections (Iowa)
John Singer Sargent. Portraits de M. Édouard Pailleron et de Mlle Marie- L[ouise Pailleron, 1880-1881. Des Moines Art Center Permanent Collections, Iowa

A diferencia de sus contemporáneos, no le interesaron las vistas urbanas, pero de sus viajes a otros países europeos y al norte de África sí traía paisajes y escenas de género que combinaban el exotismo de moda con el misterio y la sensualidad que eran su sello. Su terreno, aún así, nunca dejó de ser el del retrato, y en este ámbito quizá fue el mayor talento de su tiempo. Tras asomarse al de las hijas de Edward Darley Boit, el citado Henry James exclamó que, al inicio de su carrera, Sargent ya no tenía nada que aprender.

Una subsección de la exposición se dedica a Madame X, que el pintor consideró la mejor obra de su vida y cuya recepción puso de relieve las complejas implicaciones sociales, estéticas y mundanas que se escondían tras el arte del retrato “público” en Francia a finales del XIX. Sargent retocó el tirante, pero en otros asuntos no cedió: defendió la inclusión de la Olimpia de Manet en las colecciones nacionales en 1890.

Y él mismo conoció el reconocimiento institucional francés un par de años después: cuando el Estado adquirió su gran retrato de la bailarina Carmencita para el Museo de Luxemburgo, un honor que rara vez se concedía a artistas (y retratistas) extranjeros.

John Singer Sargent. Éblouir Paris. © musée d'Orsay - L. Striffling
John Singer Sargent. Éblouir Paris. © musée d’Orsay – L. Striffling

 

 

“John Singer Sargent. Éblouir Paris”

MUSÉE D´ORSAY

1 Rue de la Légion d’Honneur

París

Del 23 de septiembre de 2025 al 11 de enero de 2026

 

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