Aunque su nacimiento es indisociable al auge del consumismo tras la superación de las consecuencias materiales de la II Guerra Mundial, el Pop Art surgió fundamentalmente como reacción al expresionismo abstracto a partir de un cambio de fuentes: las raíces surrealistas de aquel movimiento fueron sustituidas por las dadaístas del Pop, debido al interés de sus precursores por las fronteras del arte y por Duchamp, el primer artista en exponer objetos cotidianos, fabricados en serie y descontextualizados, en galerías o museos.
También se considera a Yves Klein antecedente del Pop por su empleo del recurso de la monotonía y de la indiferenciación, que lo emparenta con Warhol, pero resultaron igualmente vitales para la consolidación de esta corriente las anteriores experimentaciones con las posibilidades del collage, que habían inventado los cubistas con el fin de explorar las diferencias entre realidad y representación. Dadaístas y surrealistas investigaron su potencial y en la posguerra se convirtió en el arte del assemblage, que posibilitaba crear arte a partir de elementos preexistentes y diversos entre los que se idean relaciones.
El nacimiento del Pop Art tuvo, además, mucho que ver con la cultura inglesa y estadounidense de posguerra: dio sus primeros pasos en Reino Unido y creció a raíz de los debates planteados en el Independent Group del ICA de Westminster sobre la nueva cultura urbana norteamericana, en la que se cuestionaba la solemnidad del arte británico de la década de los cuarenta. Sus impulsores hicieron de lo trivial un tema digno de tratamiento estético y lo monumentalizaron, reflejando los iconos de la cultura de masas de manera inteligente y crítica. Pese a su impulso popular, el estilo se orientó a partir de la reivindicación de Duchamp de que el arte debía ser, ante todo eso, inteligente: aunque los asuntos abordados fueran banales, los medios estéticos de los artistas Pop solían ser sofisticados. Este fue un arte de reflexión crítica que reclamaba la ausencia de prejuicios, tanto por parte de sus creadores como por la de la audiencia.
Los autores pop americanos, más pragmáticos, se inspiraron en la publicidad, mientras que en Inglaterra predominó la representación de los símbolos de la producción y el consumo de masas. En todo caso buscaron, unos y otros, dar forma a un arte que fuera tan vital y diverso como la vida contemporánea tras la guerra, accesible a todas las capas sociales, y abrieron las puertas entre creación y vida cotidiana, también entre el arte y lo kitsch.
Muy representado en los fondos del Guggenheim americano, que presentó tan tempranamente como en 1963 una muestra que contribuyó a validar el movimiento, “Six Painters and the Object”, el museo de la firma en Bilbao acoge desde hoy “Signos y objetos. Arte Pop de la Colección Guggenheim”, cuyo recorrido cuenta con cuarenta trabajos relevantes de autores históricos y con propuestas de artistas contemporáneos que han desarrollado su obra a partir de aquel legado. Una de las piezas más buscadas será, por su monumentalidad, Volante suave, de Claes Oldenburg y Coosje van Bruggen, que por el tamaño de esta pelota de bádminton empequeñecerá el de su entorno, recalcando que el humor y la ironía tienen cobijo en la creación y en los museos; también el Pinocho de Maurizio Cattelan, quien convirtió al personaje del que Disney hizo un icono en el centro de una pintura trágica.
Entre los representados aquí figuran también Roy Lichtenstein, Richard Hamilton, James Rosenquist o Andy Warhol, exploradores como dijimos del lenguaje visual de la cultura popular a partir del cómic, la publicidad, el cine o las revistas de bajo coste. El aspecto frío e impersonal de sus piezas, que resulta difícil llamar composiciones y que tiene que ver con su carácter seriado, suponía un ataque contra la gestualidad y las pinceladas libres manejadas por los expresionistas abstractos; del mismo modo que la presencia recurrente de objetos y situaciones cotidianos puede interpretarse como una celebración o como una crítica ácida de lo intrascendente.
Aquella exhibición fundamental, “Six Painters and the Object”, que comisarió el escritor británico Lawrence Alloway (a quien le debemos la propia denominación de Arte Pop), iba a ser llamada inicialmente “Signs and objects”, de ahí el título de la actual muestra vasca, y fue seguida en el Guggenheim neoyorquino por relevantes monográficas dedicadas a estos autores, sobre todo en los sesenta y los noventa: las de Chryssa (1961), Jim Dine (1999), Richard Hamilton (1963), Roy Lichtenstein (1969 y 1994), Claes Oldenburg (1995), Robert Rauschenberg (1998) o James Rosenquist (2003), todos ellos figuras que desafiaron la noción de vulgaridad manejada por los creadores del llamado arte elevado.
De Hamilton, uno de los miembros de aquel Independent Group que en los cincuenta apoyó en Gran Bretaña la inmersión en el arte de los medios de la cultura de masas y las nuevas tecnologías, contemplaremos relieves de fibra de vidrio inspirados en una postal del Guggenheim estadounidense, que en una época temprana ya derivaban de los métodos de reproducción y repetición que serían característicos del Pop; de Lichtenstein veremos lienzos creados a base de tramas de puntos que remitían a las técnicas comerciales empleadas en prensa; de Rosenquist, autor de vallas publicitarias antes que artista, combinaciones en gran formato de fragmentos de imágenes extraídas de anuncios; del autor de origen griego Chryssa, uno de los artistas pop seguramente más desconocidos, piezas inspiradas en los rótulos luminosos de Times Square; y de Warhol, serigrafías e imágenes elaboradas a partir de periódicos o fotogramas publicitarios.
Con esos trabajos se vincularán, además del Pinocho de Cattelan, las conjunciones de elementos artísticos con objetos de consumo, en forma de vitrinas comerciales, a cargo de Josephine Meckseper y la redefinición de la película Imperio de Warhol, a partir de su metraje original, por Douglas Gordon, al menos tan preocupado como aquel autor por su imagen y su fama.
Junto a estos signos, en el Guggenheim Bilbao veremos objetos, derivados como dijimos del estudio de las prácticas dadaístas y de una honda ironía. Rauschenberg empleó en sus pinturas y ensamblajes enseres encontrados, cartón, plástico, chatarra e imágenes corrientes que llevaba a sus piezas a través de transferencias o procesos propios de la serigrafía; y Dine y Oldenburg trataron de trasladar la gestualidad del expresionismo abstracto a happenings donde aunaban danza, música, poesía y artes visuales, pero el segundo prefirió más tarde redirigir sus esfuerzos a sus conocidas esculturas de grandes dimensiones. Fuera de América y de Reino Unido, contemporáneamente y en décadas posteriores, Sigmar Polke, Mimmo Rotella, Niki de Saint Phalle o Miguel Ángel Cárdenas transitaron sendas relacionadas con aquellas, bautizadas, según sus contextos, como Nouveau Réalisme o realismo capitalista.
En el Guggenheim nos esperan, asimismo, trabajos de los artistas actuales José Dávila y Lucía Hierro que vienen a ampliar ese legado: critican el consumismo como cultura o modo de vida. El primero se inspiró en las esculturas apiladas de Donald Judd y en los embalajes empleados por Rauschenberg y Warhol para cuestionar cómo el arte es consumido; la segunda otorga dimensiones exageradas a objetos corrientes encontrados en mercadillos latinoamericanos, planteando lecturas en clave identitaria, económica y de clase. Era solo cuestión de tiempo que estas interpretaciones llegaran al materialista universo pop.
“Signos y objetos: Arte Pop de la Colección Guggenheim”
Avenida Abandoibarra, 2
Bilbao
Del 16 de febrero al 15 de septiembre de 2024
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