Monet, una apoteosis floral y atmosférica

Obras maestras del Musée Marmottan viajan a CentroCentro

Madrid,

El próximo mes de junio se cumplirán noventa años desde la inauguración, cerca del Trocadero parisino, del Musée Marmottan Monet, que pertenece a la Academia de Bellas Artes francesa, institución que en 1932 había recibido la mansión y el acervo de arte del Primer Imperio de Paul Marmottan, coleccionista e historiador, como legado. Entre sus primeros visitantes se encontraron Victorine y Eugène Donop de Monchy; la primera era la única hija del también coleccionista Georges de Bellio y quiso donar al centro media docena de Monets, entre ellos el fundamental Impresión, sol naciente, la obra que se considera que dio origen al impresionismo, y Tren en la nieve. La locomotora.

Corría entonces el año 1940 y este museo decidió enfocar sus fondos en dos direcciones: el mencionado Primer Imperio y la pintura de paisaje al aire libre. Monet se convertiría en el gran protagonista de las colecciones de este espacio dos décadas y media después, cuando Michel Monet, segundo hijo del artista y de su primera esposa, Camille Doncieux Monet, decidió que la mencionada Academia de Bellas Artes fuera legataria universal de todos sus trabajos y también de su propiedad en Giverny: hablamos de casi un centenar de pinturas, una treintena de dibujos y diversa documentación, incluida su correspondencia (que, por cierto, podemos leer en un volumen editado por Turner).

El arquitecto Jacques Carlu se encargaría de diseñar nuevas estancias para esta producción en el Musée Marmottan, que desde entonces lleva también el nombre del parisino y que, este otoño, comparte una parte muy significativa de su acervo con CentroCentro: desde mañana, podremos contemplar en el Palacio de Cibeles un repaso a la trayectoria del artista a partir de las piezas de las que no quiso desprenderse y que atesoró hasta su fallecimiento en su mencionada casa de Giverny. Organizada por la empresa Arthemisia y comisariada por responsables del centro galo, es la primera antología de Monet en Madrid en tres décadas, aunque cabe recordar que en 2010 el Thyssen sí acogió una exhibición centrada en su trabajo más cercano a la abstracción.

El recorrido de esta muestra, cronológico, se inicia recordando algunas piezas no propias que Monet conservó, como el busto en el que Paul Paulin retrató al pintor (le regaló ejemplares en yeso y bronce) o la escultura de Rodin Joven madre en la gruta, inspirada en La siesta de un fauno de Mallarmé; ambos creadores mantuvieron amistad y sabemos que el pintor donó al autor de El beso una de las escenas que realizó en Belle-Ìle. Contemplaremos, asimismo, piezas de Séverac, Carolus-Duran, Renoir y un pequeño retrato de Michel, como dijimos el segundo de sus hijos, posiblemente inacabado y ya propio: no se expuso nunca y permaneció en manos del artista, y después en las de Michel, hasta 1966.

El inventario de las pinturas, dibujos y esculturas que Monet atesoró en Giverny desapareció en la II Guerra Mundial, pero el Musée Marmottan investigó esa vertiente coleccionista del impresionista en una exhibición específica organizada hace seis años, prestando atención a los regalos que recibió de varios colegas entre las décadas de 1860 y 1890, fundamentalmente retratos; a los intercambios y, por último, a las compras de Monet a marchantes y en subastas. Este último fue su modo más habitual de adquirir arte desde 1895; compró, por ejemplo, obras de Boudin y Jongkind, para él grandes fuentes de influencia en su labor al aire libre, o de Delacroix.

Renoir es, por cierto, el pintor que en más ocasiones lo retrató, sobre todo en Argenteuil y en los setenta del siglo XIX: solía mostrarlo sobre fondo neutro, en poses no sencillas; también captó a su mujer de entonces, Camille. Pueden considerarse estas piezas el germen de los fondos impresionistas del primero.

A esa localidad, Argenteuil, habían llegado el artista y su familia desde París en 1871, y el alejamiento de la gran ciudad tendría buenos frutos productivos: en los siete años que permaneció allí, Monet llevó a cabo cerca de 250 composiciones, muchas iluminadas por la luz del Sena, pero otras, también, de carácter invernal; estas últimas le permitieron ensayar nuevas armonías cromáticas. A CentroCentro ha llegado Efecto de nieve, sol poniente (1875): para su realización, dispuso el caballete detrás de su casa, obteniendo una vista de la antigua Grande-Rue de la villa, con la vegetación asomando entre esa nieve. El humo de los edificios y las pequeñas figuras aportan dinamismo.

Del mismo año data El tren en la nieve. La locomotora, que forma parte de una serie de paisajes igualmente nevados y anuncia sus posteriores presentaciones de Saint-Lazare. El talento de Monet en el manejo de la paleta cromática no deja lugar a dudas: conjuga los grises amarronados del tren, los blancos de los arriates, un cielo nuboso invadido por el humo… con el toque rojo de la locomotora y las pinceladas amarillas de los faros.

Claude Monet. El tren en la nieve. La locomotora , 1875. París, Musée Marmottan Monet, donación Eugène y Victorine Donop de Monchy, 1940. © Musée Marmottan Monet, Paris
Claude Monet. El tren en la nieve. La locomotora, 1875. París, Musée Marmottan Monet, donación Eugène y Victorine Donop de Monchy, 1940. © Musée Marmottan Monet, Paris

Hay que recordar que, al adoptar la decisión de pintar fuera del estudio, los impresionistas restaron importancia a los motivos presentes en sus obras para concedérsela a las sensaciones y los instantes atmosféricos, en contextos naturales o urbanos. Las variaciones lumínicas y sus efectos sobre los colores constituyen el centro de la obra de Monet, que para conseguir apropiarse de esos matices cambiantes de la luz procuraba trabajar deprisa, y también prestaba mayor atención a los lugares donde los cambios meteorológicos fueran veloces; entre sus preferidos se encontraron la costa normanda y Holanda.

Como a su maestro Boudin, Trouville le dio ocasiones espléndidas de atender al impacto del sol sobre el mar y los acantilados. Apreciamos en sus playas de entonces su renuncia a los detalles y su progresiva tendencia al abocetamiento; su gama cromática, limitada en ocasiones, remite al Monet de los comienzos, pero la pincelada libre lo acerca a su posterior devenir impresionista. Aunque la generalización del ferrocarril y la aparición de la pintura en tubos ofreció más libertad de movimientos a los autores que, como él, deseaban desenvolverse al aire libre, esta elección también tenía, obviamente, sus limitaciones: solía optarse por pequeños formatos, el tiempo imponía sus ritmos y en ocasiones eran necesarios porteadores, como el pescador Poly, al que Monet retrató.

Otro de sus escenarios más o menos frecuentes fue la Grande Jatte, próxima a París: sus composiciones allí beben de los muy influyentes grabados japoneses, que más tarde coleccionaría en Giverny; de Hiroshige u Hokusai le interesaba el atrevimiento en sus composiciones, la osadía en los encuadres y los colores intensos. Entre sus emplazamientos favoritos para pintar se encontró, asimismo, Étretat, por su naturaleza agreste y sus impresionantes acantilados, que le permitían mostrar un paisaje vivo: el contraste entre lo macizo de las rocas y lo evanescente del cielo; otro fue Pourville y sus horizontes, pues su playa captaba especialmente los tonos del sol. A Madrid ha llegado también la atractiva Paseando cerca de Argenteuil (1875), una de las piezas que testimonian sus estudios para introducir la figura humana en el paisaje en diferentes épocas del año.

Claude Monet. Paseando cerca de Argenteuil , 1875. París, Musée Marmottan Monet, donación Nelly Sergeant-Duhem, 1985. © Musée Marmottan Monet, Paris
Claude Monet. Paseando cerca de Argenteuil, 1875. París, Musée Marmottan Monet, donación Nelly Sergeant-Duhem, 1985. © Musée Marmottan Monet, Paris
Claude Monet. El velero, efecto del atardecer, 1885. París, Musée Marmottan Monet, legado Michel Monet, 1966. © Musée Marmottan Monet, Paris
Claude Monet. El velero, efecto del atardecer, 1885. París, Musée Marmottan Monet, legado Michel Monet, 1966. © Musée Marmottan Monet, Paris

Corría 1883 cuando se instaló Monet definitivamente en su propiedad de Giverny, cuyo jardín diseñó atendiendo especialmente a su vegetación, que también pintó extensamente en su época final: la figura humana vuelve a desaparecer de su producción en favor de nenúfares, agapantos, glicinias o iris. No obstante, no abandonó del todo sus viajes: se trasladó a Noruega, buscando captar la nieve bajo distintas luces (lo que implicaba, en sus palabras, una dificultad inaudita) y también, y hasta en cinco ocasiones, a Londres. El Támesis y el Parlamento fueron un laboratorio de experimentación de sus imágenes más fantasmales, de la mano de la luz reflejada en las aguas pero también de la bruma propia de esta ciudad. Podremos contemplar sus visiones del puente de Charing Cross y de esas Casas del Parlamento a última hora de la tarde; Durand-Ruel exhibió algunas de estas piezas en su galería.

Claude Monet. Londres, el Parlamento, reflejos en el Támesis , 1905. París, Musée Marmottan Monet, legado Michel Monet, 1966. © Musée Marmottan Monet, Paris
Claude Monet. Londres, el Parlamento, reflejos en el Támesis, 1905. París, Musée Marmottan Monet, legado Michel Monet, 1966. © Musée Marmottan Monet, Paris

En cuanto a Giverny, desarrolló en la intimidad de su jardín grandes composiciones dedicadas a fragmentos de su estanque, aguas convertidas en espejos donde se reflejaban ramas de sauces y nubes. Otra de sus series últimas donde más se acercó a la abstracción, de la que se le ha considerado antecedente -es posible que sus cataratas jugaran un rol en ello-, fue la que brindó a los puentes japoneses, cada vez menos acabados y de tonalidades más vivas aunque reducidas: rojos, marrones y amarillos en pinceladas gestuales. La luz se abre en ellos paso entre el agua y la vegetación, disolviendo casi el propio motivo del puente. Abstractos del siglo XX, y expresionistas americanos, se fijarían en estas telas, al igual que en sus glicinias, a medio camino entre la pérdida de la figuración y las artes decorativas.

El montaje busca que la muestra sea apta a todos los públicos, pero también didáctica: conjuga la presentación de las piezas con propuestas interactivas en torno a la percepción y recreaciones virtuales de su obra más floral.

Claude Monet. Nenúfares, hacia 1916-1919. París, Musée Marmottan Monet, legado Michel Monet, 1966. © Musée Marmottan Monet, Paris
Claude Monet. Nenúfares, hacia 1916-1919. París, Musée Marmottan Monet, legado Michel Monet, 1966. © Musée Marmottan Monet, Paris

 

 

“Monet. Obras maestras del Musée Marmottan Monet, París”

CENTROCENTRO. PALACIO DE CIBELES

Plaza de Cibeles, 1

Madrid

Del 21 de septiembre de 2023 al 25 de febrero de 2024

 

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