Margaret Cameron electrizante

La Fundación MAPFRE le dedica una retrospectiva

Madrid,
 Julia Margaret Cameron. Mrs. Herbert Duckworth, 1872  © Victoria and Albert Museum, London
Julia Margaret Cameron. Mrs. Herbert Duckworth, 1872 © Victoria and Albert Museum, London

Entre 1984 y 1985, la Fundación Juan March dedicó una muestra, la primera en España, a Julia Margaret Cameron. Presentó su obra articulada en tres bloques temáticos (lo sagrado y lo típico, leyendas e idilios y profetas y sibilas) y tuvo en nuestro país una gran influencia en la generación de artistas y pintores de nuestro país que forjaba su lenguaje por entonces.

El testigo a la hora de analizar la producción de la fotógrafa lo toma desde el jueves la Fundación MAPFRE, que brinda a esta artista, nacida en Calcuta y de vocación tardía pero intensa, una nueva retrospectiva organizada en colaboración con el Victoria & Albert Museum de Londres, uno de los museos que comenzó a interesarse más tempranamente por la fotografía, ya en 1852. Es, en realidad, prácticamente imposible profundizar en la obra de esta artista sin tener en cuenta sus fondos; de hecho, al antecesor del V&A, el South Kensington Museum, vendió y donó Cameron buena parte de sus imágenes en vida.

Por el centro londinense pasó antes esta exhibición, coincidiendo con el 200 aniversario del nacimiento de Julia Margaret y con los 150 años transcurridos desde la presentación de su primera exposición, que también tuvo lugar en el South Kensington Museum.

El conjunto de su trabajo destaca, como ha señalado Jiménez Burillo, por su planteamiento experimental y absolutamente abierto de la fotografía y por su profunda y atemporal intensidad emocional: la obra de Margaret Cameron sigue conmoviendo y enlaza además con las colecciones de fotografía atesoradas por la Fundación MAPFRE, en las que este medio se concibe como lenguaje humano.

Criticada y alabada por una misma razón (su subversión de las reglas establecidas, su uso artístico deliberado de la imperfección), Julia Margaret Cameron –tía abuela, por cierto, de Virginia Woolf- perteneció a una familia anglo-francesa, se educó fundamentalmente en Francia y, tras su traslado en 1875 a Inglaterra junto a su marido Charles Hay Cameron, alternó con círculos artísticos e intelectuales a algunos de cuyos miembros retrató, junto a sus familiares, amigos y sirvientes. En el Reino Unido desarrolló la mayor parte de su carrera hasta trasladarse al final de su vida a Ceilán, donde apenas fotografió y donde fallecería en 1879.

Aspiro a ennoblecer la fotografía, a darle el tenor y los usos propios de las Bellas Artes, combinando lo real y lo ideal

SUS ERRORES ERAN SUS ÉXITOS

Su carrera fotográfica, como es bien conocido, no la inició hasta los 48 años, cuando recibió como regalo de su hija y su yerno una cámara con la que esperaban que matara el aburrimiento en su residencia de la isla de Wight. Y también es sabido que hizo algo más que eso: se volcó en este arte con una energía extraordinaria, alcanzando un estilo propio e inconfundible. Ella misma declaró: Aspiro a ennoblecer la fotografía, a darle el tenor y los usos propios de las Bellas Artes, combinando lo real y lo ideal, sin que la devoción por la poesía y la belleza sacrifique en nada la verdad. Era ambiciosa, y serlo le permitió precisamente organizar su primera muestra solo dos años después de empezar a trabajar.

Julia Margaret Cameron. Hosanna, 1865  © Victoria and Albert Museum, London
Julia Margaret Cameron. Hosanna, 1865 © Victoria and Albert Museum, London

 

El centenar de fotografías que expone la Fundación MAPFRE en su Sala de Bárbara de Braganza se articulan en cinco secciones: las cuatro primeras examinan su evolución y la última la contextualiza en el marco de la fotografía de su tiempo que por entonces coleccionaba el South Kensington Museum y que quedaba fundamentalmente al servicio de pintores que quisieran inspirarse en sus modelos. De este último apartado, en el que encontramos obras de John Murray o Edward Fox, podemos concluir sin duda la modernidad y el carácter pionero del legado de Cameron. Preceden cada apartado cartas en las que la artista explica sus propósitos al coger la cámara.

Julia Margaret Cameron. Annie, 1864 © Victoria and Albert Museum, London
Julia Margaret Cameron. Annie, 1864 © Victoria and Albert Museum, London

De su primera etapa (Del primer éxito al South Kensington Museum), especialmente prolífica, destaca el retrato de Annie, hija del poeta William Benjamin Philpot, del que ella misma quedó muy satisfecha. Perfiló ya entonces tres de los géneros que más cultivaría: además del de los retratos, a veces presentando a sus modelos como personajes históricos, bíblicos o alegóricos (los realizaría de Darwin, Alfred Tennyson, su sobrina Julia Jackson o William Michael Rossetti), el de las Madonnas, con fin moralizador e instructivo, y el de las fantasías con efecto pictórico inspiradas en temas medievales y en pinturas de los grandes maestros renacentistas, sobre todo del Quattrocento. Sus fotos resultan estéticamente muy próximas a las obras de los prerrafaelitas (gusto por las leyendas, atmósferas poéticas, mujeres de largos cabellos), pero se trata de una comparación más superficial que oportuna.

La segunda sección lleva por título el propósito que Cameron esperaba lograr con su obra en futuras generaciones: Electrizar y sorprender. Cambia su cámara en 1865 y comienza a trabajar con primeros planos y retratos de dimensiones mayores en las que procuró captar las emociones de sus modelos.

La tercera, titulada como otra ambición de la escasamente modesta fotógrafa, Fortuna además de fama, se compone de imágenes de personajes conocidos que pensaba vender para medrar económicamente y no solo en cuanto a prestigio. De hecho, para incrementar el valor de sus fotografías comenzó a firmarlas.

Poéticas, emocionales, lánguidas u oníricas, de una imperfección perfecta, las fotografías de Julia Margaret Cameron cosecharon, como hemos dicho, tantas críticas como alabanzas precisamente por tratarse de imágenes planteadas abiertamente como artísticas y nacidas de técnicas poco ortodoxas, como el desenfoque buscado o el raspado de los negativos. De ahí el significativo título de la cuarta sección, extraído del texto de una de las valoraciones de su obra: Sus errores eran sus éxitos, y ella fue una de las primeras creadoras (y creadores) en convertir en virtud una particularidad que muchos entendían como defectuosa, ese aspecto borroso o difuminado de su obra.

De esta sección forman parte fotografías halladas recientemente que pertenecieron a su amigo y mentor George Frederick Watts, a quien Cameron enviaba fotos que no aspiraba a vender para conocer su opinión. Los defectos son en ellas evidentes, tanto como su encanto y su carácter vanguardista: a partir de su mundo cotidiano construyó un universo de ensueño en el que primaban la inspiración y el sentimiento sobre la técnica en una época en la que a su medio no se le atribuían connotaciones creativas.

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