Manolo Quejido, la pintura como el pensamiento

El Palacio de Velázquez acoge una retrospectiva del sevillano

Madrid,

Desde sus comienzos ligados a la experimentación geométrica y la poesía concreta, en los primeros años setenta, hasta su producción reciente; desde sus figuraciones a las reducciones geometrizantes, y desde el cromatismo vivo hasta una hexacromía convertida en alfabeto. El Museo Reina Sofía abrirá al público mañana en el Palacio de Velázquez “Distancia sin medida”, una antología de Manolo Quejido que refleja la evolución de sus intereses y obsesiones enfrentándose al reto de que se trata de un autor extraordinariamente prolífico, de una trayectoria tan consistente como diversa en esencia.

Interesan a este artista madrileño -que pasó a principios de los setenta por el Centro de Cálculo de la Complutense, pero lo abandonó pronto, dadas sus estrecheces normativas- las relaciones entre pintura y pensamiento, las convenciones asociadas a la noción romántica de genio y la genealogía de la disciplina pictórica en sí, eje esta de constantes análisis y conceptualizaciones en su producción sin que por ello imperen en esta los elementos textuales.

Su modo de abordar el acto de pintar se distancia absolutamente de la representación clásica del autor y la modelo, en la que se establece una distancia entre el creador y lo pintado, para atender a una convergencia entre el acto creativo y sus frutos. En otros de sus trabajos, como los que componen las series Tabiques, PF o IP, con evidentes evocaciones velazqueñas la primera, estudia además superficies y profundidades: el lienzo puede ser opaco, pero también reflejar; abrirnos puertas hacia otros espacios y negar distancias entre lo interior y lo exterior. Pero incluso en aquellas telas tempranas que podrían tener algo de ventana tradicional, las figuras se desenfocan; sus imágenes también pueden interpretarse, al modo en que lo hizo Ignacio Gómez de Liaño, como poesías pintadas.

Manolo Quejido. La pintura, 2002. Colección particular
Manolo Quejido. La pintura, 2002. Colección particular
Manolo Quejido. Tabique IX, 1990-1991. Colección Enaire Arte Contemporáneo
Manolo Quejido. Tabique IX, 1990-1991. Colección Enaire Arte Contemporáneo

Más adelante, haría su aparición en la producción de Quejido el diagrama, del que se valió para entender, seguramente, su propia biografía intelectual, cómo se estructuran sus composiciones, que como hoy ha explicado Borja-Villel, dada su personalidad analítica y reflexiva tienen mucho de seriadas. El hecho, en cualquier caso, de que el centro de su obra sea el estudio de la misma pintura no quiere decir que las suyas sean ensimismadas: desde principios de los noventa, aludió repetidamente a los tics de los medios de comunicación y del nuevo consumismo.

El recorrido de “Distancia sin medida”, vertebrado por la comisaria Beatriz Velázquez, se ha planteado secuencialmente, a modo de senda por sus conjuntos de obra consecutivos, cada uno de ellos articulado desde un sentido de progresión hacia una solución o término final.

Suele preguntarse Quejido sobre si cualquier nuevo elemento, también sus pinturas, estarán de más o no, y ante sus piezas iniciales, como las que integran Secuencias (1969-1975), tendremos la sensación de que son frutos muy determinados de procesos concretos, desarrollados conforme a una ley para dar lugar a un resultado particular. Su elaboración podría ser continua, pero terminará quizá por agotamiento y se adscriben a un tipo ideal de choques, en palabras de Velázquez, perfectamente plásticos que en el citado Centro de Cálculo no pudieron ser computarizados: a pesar de todo, no es posible el automatismo.

Algo más tarde, desde 1974, llevaría a cabo sus Cartulinas, captando en el fondo todo a su alcance: conceptos en su cabeza, el entorno cercano a su lugar de trabajo… Las formas, genuinas, más que representar, parecen llevar al lienzo lo que puede ser y lo que todavía no es.

Ya no quedarían lejos sus pinturas radiantes de los ochenta, dominadas por el color y muchas realizadas en una única sesión, acercándose a la esencia del instante. A aquel propósito responden sus náyades o esas puertas, intensamente luminosas, que nos conducen hacia los mencionados Tabiques, su conjunto plenamente dedicado al espacio en la pintura. Coexisten en estas obras perspectivas incoherentes y todas tienen en común la presencia de un caballete y un lienzo en blanco que determina que el muro dispuesto detrás no tenga espesor y que, al introducirnos en ese contexto metapictórico, quepa la medida y lo que no la tiene, todo tipo de realidades.

Vista de "Distancia sin medida" en el Palacio de Velázquez. A la derecha, Partida de damas, 1985
Vista de “Distancia sin medida” en el Palacio de Velázquez. A la derecha, Partida de damas, 1985

Hablando de medida, estos Tabiques y su bella Partida de damas se la toman a Las Meninas y no es atrevido relacionar al niño presente en la última composición con el aposentador. En la imagen velazqueña quedan expuestos los mimbres del ejercicio de la pintura en su complejidad y en las de Quejido los encontraremos en los chorros de luz y en los productos de la representación (pintura, escultura, o la misma figura humana en un umbral pero incorpórea, aludiendo a los trucos que dicha representación contiene). Artífice, obra y acto de pintar, más que vincularse más o menos íntimamente, son en sí mismos pintura (y pueden nacer o agotarse con ella, quizá para volver a empezar).

Vista de "Distancia sin medida" en el Palacio de Velázquez. A la izquierda, 30 bombillas, 2010. Al fondo, Diamante, 1982
Vista de “Distancia sin medida” en el Palacio de Velázquez. A la izquierda, 30 bombillas, 2010. Al fondo, Diamante, 1982

A sus antecedentes pintores, pintantes, les ha dedicado Quejido sus series 30 bombillasLos pensamientos negros, en las que asoció cada trabajo del conjunto a la forma de trabajar de autores del pasado, desde Piero della Francesca a Warhol pasando por el imprescindible Velázquez, Ingres, Goya, Cézanne o Picasso. Componen estos artistas un diagrama orientado conforme a la evolución de la historia de la pintura, pero también concebido como sistema para determinar algunas formas posibles de pintar, un recurso que empleó en Diamante (1992), donde ese mapa histórico deviene… precisamente pintura.

En un sentido irónico, en relación con la controversia de si los creadores nacen o se hacen, ideó igualmente la serie Nacer pintor, una suerte de resurrección (o detonación), desde los recursos del cómic, de sus anteriores pinturas radiantes, en la que interpreta como alumbramiento (del pintor, de obra, de acción) cada nueva composición.

Quejido ha explicado hoy que esta retrospectiva implica para él un fin de ciclo, pues tras su andadura de casi cinco décadas se encuentra por primera vez pintando sin ruta, asomándose a un cierto abismo; una de las telas de gran formato del recorrido contiene, justamente, la palabra FIN y la inscripción La pintura tiene un final sin fin.

En este tiempo, ha apuntado la comisaria, ha trabajado en buena medida como vía de resistencia al peso de la historia y las crueldades, proclamando, como también está escrito en otra de sus obras, la ligereza de reír, jugar y danzar.

Vista de "Distancia sin medida" en el Palacio de Velázquez.
Vista de “Distancia sin medida” en el Palacio de Velázquez.
Vista de "Distancia sin medida" en el Palacio de Velázquez. A la izquierda, FIN, 2014. A la derecha, Alegoría de la iluminación, 1993
Vista de “Distancia sin medida” en el Palacio de Velázquez. A la izquierda, FIN, 2014. A la derecha, Alegoría de la iluminación, 1993

 

 

Manolo Quejido. “Distancia sin medida”

PALACIO DE VELÁZQUEZ

Parque del Retiro

Madrid

Del 21 de octubre de 2022 al 16 de mayo de 2023

 

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