Hace dos años, precisamente en estas fechas, asistíamos en el Palacio de Velázquez a la presentación de “Distancia sin medida”, una retrospectiva del sevillano Manolo Quejido organizada por el Museo Reina Sofía que repasaba sus intereses y obsesiones enfrentándose al reto de que es este un autor muy prolífico y de una trayectoria tan coherente como diversa, de una heterogeneidad que forma parte de sus esencias. Ahora es la Galería Helga de Alvear la que nos enseña sus composiciones recientes, fechadas entre 2016 y la actualidad, en las que perviven claves en su producción que ya quedaban muy patentes en aquella otra exhibición madrileña: el análisis de la relación entre pensamiento y acto creativo, entre idea y acción; las pinceladas vibrantes, un cromatismo vivo y huellas del pop art y de Equipo 57 que nunca lo han definido, pero siempre han pervivido en sus lienzos.
Interesan asimismo a este artista -que pasó a principios de los setenta por el Centro de Cálculo de la Complutense, pero lo abandonó pronto, dadas sus estrecheces normativas- las convenciones asociadas a la noción romántica de genio y la genealogía de la disciplina pictórica en sí, eje este de constantes análisis y conceptualizaciones en su carrera sin que por ello imperen en sus piezas los elementos textuales.
Su modo de abordar el acto de pintar se distancia absolutamente de la representación clásica del autor y la modelo, en la que se establece una distancia entre el creador y lo pintado, para atender a una convergencia entre el acto creativo y sus frutos; en trabajos como los que componen las series Tabiques, PF o IP, con evidentes evocaciones velazqueñas la primera, estudia además superficies y profundidades: el lienzo puede ser opaco, pero también reflejar, abrirnos puertas hacia otros espacios y negar distancias entre lo interior y lo exterior. Incluso en sus telas tempranas, que podrían tener algo de ventana tradicional, las figuras se desenfocan; es posible interpretar sus imágenes, al modo en que lo hizo Ignacio Gómez de Liaño, como poesías pintadas.
Si en la genial escena de Velázquez quedan expuestos los mimbres del ejercicio de la pintura en su complejidad, en las de Quejido los encontraremos en los chorros de luz y en los productos de la representación (pintura, escultura, o la misma figura humana en un umbral pero incorpórea, aludiendo a los trucos que dicha representación contiene): artífice, obra y acto de pintar, más que vincularse más o menos íntimamente, son para Quejido en sí mismos pintura (y pueden nacer o agotarse con ella, quizá para volver a empezar).
A sus antecedentes pintores, pintantes, les ha dedicado series como 30 bombillas y Los pensamientos negros, en las que asoció cada eslabón del conjunto a la forma de trabajar de autores del pasado, desde Piero della Francesca a Warhol pasando de nuevo por el imprescindible Velázquez, Ingres, Goya, Cézanne o Picasso. Componen estos artistas un diagrama orientado conforme a la evolución de la historia de la pintura, pero también concebido como sistema para determinar algunas formas posibles de desenvolverse ante el soporte, un recurso que empleó igualmente en Diamante (1992), donde ese mapa histórico deviene… precisamente pintura.
En un sentido irónico, en relación con la controversia de si los creadores nacen o se hacen, ideó igualmente Quejido la serie Nacer pintor, una suerte de resurrección (o detonación), desde los recursos del cómic, de sus anteriores pinturas radiantes, en la que interpreta como alumbramiento (del pintor, de obra, de acción) cada nueva composición.
Explicó en 2022 en el Retiro que, tras su andadura de casi cinco décadas, se encontraba en ese tiempo, y por primera vez, pintando sin ruta, asomándose a un cierto abismo; una de las telas de gran formato del recorrido contenía, justamente, la palabra FIN y la inscripción La pintura tiene un final sin fin (esa inscripción de Sin Fin la leeremos en Helga de Alvear también, como la de Ce qu´il reste à dire). En todo caso, continúa trabajando en buena medida como senda de resistencia ante el peso de la historia y las crueldades, proclamando, como está escrito en otra de sus obras, la ligereza de reír, jugar y danzar.
“En la noche. Manolo Quejido”
C/ Doctor Fourquet, 12
Madrid
Del 12 de septiembre al 16 de noviembre de 2024
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