Millares en papel: dibujo, gesto y compromiso

El Centro Botín acoge El grito silencioso

Santander,

El arte no puede ser el cómodo asiento de lo intangible, sino el camastro pavoroso de los pinchos donde nos acostamos todos para echarle un saludo intemporal a la aguardadora muerte.
Millares, 1959

Unos meses después de que finalizase en la Academia de Bellas Artes de San Fernando “Descubrimientos Millares, 1959-1972”, muestra que revisaba la obra gráfica del artista en ese periodo y el peso en ella de lo goyesco, el Centro Botín acaba de abrir al público “El grito silencioso”, exhibición que se centra en la producción en papel que el canario llevó a cabo a lo largo de su carrera, pero haciendo hincapié en la más original, la desarrollada entre los cincuenta y los setenta.

Manolo Millares. Autorretrato, 1953. © Manolo Millares. VEGAP, Santander, 2019
Manolo Millares. Autorretrato, 1953. © Manolo Millares. VEGAP, Santander, 2019

Esta última exposición solo podrá verse en Santander, ha sido organizada en colaboración con la familia de Millares y comisariada por María José Salazar, miembro de la Comisión Asesora de Artes Plásticas de la Fundación Botín. Se enmarca en una línea de muestras monográficas iniciada por esta institución con el objetivo de poner en valor el dibujo como soporte de la obra de grandes artistas españoles.

De Millares se han reunido aproximadamente un centenar de trabajos, desde sus creaciones más académicas de los años cuarenta hasta las obras llenas de fuerza y gestualidad de su etapa final, la que se fecha desde su traslado a la Península en 1955 y su muerte en 1972.

El que fuera cofundador del grupo El Paso, junto a Antonio Saura, Manuel Rivera o Rafael Canogar, incorporó a sus piezas sobre papel la expresividad transgresora que llevó también al resto de sus obras, alejándose de la noción tradicional del dibujo como disciplina menor subordinada a la pintura o la escultura.

Son cuatro las etapas a las que pueden adscribirse los trabajos expuestos en el Centro Botín, como la producción de Millares en su conjunto, y corresponden con los apartados en los que se ha estructurado “El grito silencioso”: una primera autodidacta, de comienzo y formación, en la que sus obras sobre papel son naturalistas y ajustadas a los cánones (1945-1948); una segunda marcada por la búsqueda de nuevos caminos y la experimentación, de tendencia expresionista (1948-1954); una tercera de consolidación de su propio estilo, basado en el vigor de trazos que adquieren valor de testimonios vitales (1955-1963) y una fase final, entre 1964 y su fallecimiento, en la que ese lenguaje personal es ya pleno y abrirá camino a otros artistas, muy especialmente en lo que tiene que ver con el dibujo.

Así, en el Centro Botín encontraremos desde retratos familiares y otras escenas figurativas hasta papeles de trazos deshechos y pinceladas potentes que hablan de sentimientos y no de apariencias, pasando por composiciones en las que se aprecia la influencia del surrealismo o el constructivismo. En unas y otras se sirvió tanto de grafito y acuarela como de tinta china.

Apreciaremos cómo, gradualmente, fue concediendo mayor protagonismo al color y a las ideas por encima de las formas, tomando en ese sentido a Jackson Pollock como referente de las nuevas posibilidades del dibujo. Os proponemos prestar atención a sus recurrentes estudios de manos de su primera etapa, ejecutados con trazos de bolígrafo azul rápidos pero precisos; al refinado Retrato de Elvireta (su futura mujer), que inauguraría su camino creativo más personal, y a las Pictografías donde dio cuenta de su atención a los signos de Miró y Klee pero también de su afición a la arqueología y a la primitiva cultura canaria. Merece la pena detenerse en Aborigen nº 1, que en 1951 se presentó en la I Bienal de Arte Hispanoamericano de Madrid y que con el tiempo se consideraría prácticamente una obra seminal en el desarrollo de la abstracción en España.

Un año más tarde llevó a cabo Millares unos cuadernos de prosa poética en los que encontramos dinámicos dibujos vinculados a la tauromaquia, de composiciones muy ligeras.

El camino hacia la simplificación de las formas lo emprendería en 1954, con el conjunto de trabajos Muros y perforaciones, ejemplo de depuración progresiva de toda anécdota y de las formas constructivas.

Manolo Millares. Serie Los curas, 1963. © Manolo Millares. VEGAP, Santander, 2019
Manolo Millares. Serie Los curas, 1963. © Manolo Millares. VEGAP, Santander, 2019

Son una docena los dibujos correspondientes claramente a su periodo informalista que pueden contemplarse en Santander; en esos años declinó su uso del papel. Expresión y materia eran las bases de su trabajo entonces y 1956 fue el año clave en esa evolución: decidió sumar tactilidad a sus obras, rasgando, buscando volumen. Se maneja la posibilidad de que decidiera emplear arpillera conociendo las telas que envolvían las momias guanches que pudo ver en el Museo Canario.

Si sobre lienzo la perforaba, en sus dibujos de aquel momento encontramos signos y pequeños círculos que evocan oquedades; también composiciones sencillas y tonalidades sobrias (negros, betunes), las comunes al resto de su producción. Se han bautizado esos trabajos como pinturas sobre papel, pero serían transitorios, porque muy poco después llegarían otros en los que, ya sí, la impronta del gesto es esencial e incorporaba tintas chinas esquematizadas con pincel.

Hablamos ya de los primeros años de El Paso, aparejados también a su participación en la IV Bienal Internacional de São Paulo, que le concedería reconocimiento internacional. Elimina los títulos de sus obras de esta fase, dominadas por el gesto, el negro y por la denuncia: decide no participar en exposiciones oficiales para no plegarse a la utilización propagandística de su labor y reivindicar los derechos civiles.

En esa línea han de entenderse sus colaboraciones con los Cuadernos de Ruedo Ibérico y la serie Los curas, en la que retomó una figuración de corte expresionista que llena de fuerza a las figuras, aún trazadas en blanco y negro. Negro que continuaría siendo la nota dominante de su obra en la etapa de plenitud y madurez alcanzada a mediados de los sesenta, cuando caricaturizó con humor y acidez a figuras de la esfera política y artística o viró parcialmente hacia el realismo explícito en Adán y Eva.

En 1964, año en que falleció su padre, realizaría la carpeta Mutilados de paz, que constaba de cuatro serigrafías y un poema de Alberti dedicado a su progenitor. Creció entonces su empleo del papel como medio donde volcar de forma más directa su angustia y tristeza y también su admiración por Goya y las pinturas negras, que cumplen ahora dos siglos.

Los dibujos finales de la muestra son los más poéticos y luminosos, pero no por ello pierden energía. El blanco gana terreno; lo vemos en Animales en el desierto y en la serie de aguafuertes Antropofauna (1970), creada tras visitar la Costa Azul. Predominan en este momento obras a tinta china sobre fondo blanco, con esos animales descompuestos y formas amorfas pero sugerentes.

Manolo Millares. Homúnculo, 1964. © Manolo Millares. VEGAP, Santander, 2019
Manolo Millares. Homúnculo, 1964. © Manolo Millares. VEGAP, Santander, 2019
Vista de la exposición "El grito silencioso. Manolo Millares" en el Centro Botín.
Vista de la exposición “El grito silencioso. Manolo Millares” en el Centro Botín

 

 

“El grito silencioso. Manolo Millares”

CENTRO BOTÍN

Muelle de Albareda, s/n

Jardines de Pereda

Santander

Del 8 de junio al 15 de septiembre de 2019

 

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